En este mes de marzo se cumple un año desde que comenzó el impacto de la pandemia de coronavirus en América Latina. Hemos construido dos cuadros de indicadores para evaluar los efectos de la propagación del virus en los tres países más relevantes de la región por superficie, población y tamaño de sus economías.
Los datos se han procesado en forma de cuadros comparativos, desdoblando los indicadores sanitarios de los indicadores económicos.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
El cuadro que continúa detalla los principales índices del recorrido sobre la salud de las poblaciones que ha seguido el COVID-19 hasta el presente.
Como se puede apreciar, el virus en el curso de un año de su despliegue produjo contagios en porciones relevantes de la población argentina y brasileña, y en menor medida en México, pero cuya magnitud de conjunto es suficiente para tensionar al límite los sistemas de salud de los mencionados países. Otro tanto ocurre con la importancia del número de fallecidos que, según el último dato conocido, en líneas generales representa alrededor del 14% de la tasa de mortalidad de las tres naciones.
El fenómeno de la pandemia alcanza dimensiones no conocidas en la última centuria por su morbilidad y mortalidad, poniendo de relieve la centralidad de la salud pública como un bien esencial de alcance universal y no una mercancía sujeta al devenir del mercado.
También se observa que, concluyendo el primer trimestre del año, la cantidad de habitantes inmunizados con la vacuna es reducida respecto al total de población. Esto responde a la acumulación de dosis en los países desarrollados y el reclamo que se desarrolla en la región para acceder a las mismas. En ese sentido se destaca el rol de China y Rusia como proveedores de vacunas a Latinoamérica.
El impacto económico del coronavirus en América Latina
El cuadro que continua mide el impacto económico de la propagación del virus durante el año 2020:
Las mediciones económicas revelan fuertes contracciones en el PIB de las tres economías, alcanzando niveles inéditos respecto de sus propias historias. Asociado a un impacto negativo en el nivel de empleo, tanto por la desocupación abierta en Argentina y Brasil como por el aumento de la informalidad en México.
En los tres países el golpe propinado por la propagación del virus, que dislocó la libre circulación de bienes y personas tanto en el plano interno como internacional, fue el desencadenante de un aumento relevante de los niveles de pobreza, cuya superación no parece tener un horizonte de corto plazo.
Del mismo modo que en el caso de la salud pública, el Estado debió hacerse presente para garantizar el acceso a los otros dos bienes esenciales -los alimentos y la energía- aplicando distintos mecanismos que fueron desde asegurar un piso de ingresos hasta la asistencia directa a sus habitantes.
Con una economía deteriorada y un sistema de salud tensionado por el exceso de demanda, se abre el interrogante sobre las consecuencias políticas y socioeconómicas de un nuevo, y tal vez más agudo, impacto del virus sobre Argentina, Brasil y México. Este nuevo golpe podría enmarcarse en la denominada “segunda ola”, reflejo de lo ocurrido en el hemisferio norte durante su invierno.
Ha quedado establecido que el Estado emerge como el oferente y garante de bienes esenciales para la vida humana, como la salud, los alimentos y la energía.
Por el contrario, la extensión del virus constituye un mecanismo que disloca los circuitos de producción y consumo, y presiona sobre la tensión sanitaria.
Consecuentemente, como silogismo que se construye a partir de las premisas previas, ante una “segunda ola” el Estado deberá acentuar su intervención en la economía y en la sociedad para impedir que se profundice el daño del año 2020.
La ultraderecha neoliberal irresponsable que gobierna Brasil no parece exhibir la capacidad ni la voluntad de afrontar el desafío, y el conflicto se situará entre los reclamos del pueblo y el rechazo de los gobernantes a satisfacerlos. Brasil avanza a convertirse en un foco de gran puja entre las fuerzas populares y progresistas en vías de reorganización y un experimento de ultraderecha crecientemente violento y desinteresado de la suerte de sus ciudadanos y ciudadanas. Ante un desmadre económico y social previsible, es claro que la confrontación alcanzará niveles mucho mayores que los vistos hasta ahora.
La coalición peronista que gobierna la Argentina y el frente de centroizquierda que administra México, sí tienen la voluntad de utilizar las herramientas del Estado como redistribuidoras sociales y atenuar al máximo las consecuencias del virus. Sin embargo, la moderación de ambos gobernantes no parece ser la que necesita la etapa. Un Estado fuerte exige nacionalismo económico para apropiar recursos y distribuirlos con equidad. Hasta ahora, solo han trabajado con paliativos evitando un conflicto frontal con los agentes económicos más poderosos.
La pandemia, como ha ocurrido con las grandes conflagraciones bélicas y las crisis económicas planetarias del pasado, pone a prueba la solidez de las fuerzas políticas en disputa por repartir las cargas de la catástrofe.
Las tres naciones de mayor gravitación en Latinoamérica están surcadas por esta disputa, poniendo en juego instituciones y liderazgos políticos. La pandemia revela que se necesita un Estado nuevo, pero no aparece con claridad la alianza político-social capaz de fundarlo.