43.268 millones dólares. Ese es el monto de dólares que entró en el país producto de un superávit, es decir mayores valores exportados que importados, entre 2019 y 2021, al que hay que sumar otros 3.196 millones de los cinco meses de este año. La cifra cobra su justa dimensión si se contrasta con los tres años previos, es decir entre 2016 a 2018, donde el resultado fue por el contrario deficitario, pues el país importó 9.937 millones de dólares más de los que exportó.
El escenario debería despejar cualquier entorno de “restricción externa”, es decir falta de dólares para acompañar al desarrollo productivo, aun cuando el superávit de los primero cinco meses fue 45 por ciento menor al de los cinco primeros meses de 2021, pues que los 3.196 millones de este año continúan siendo un número históricamente alto.
Sin embargo, las medidas de mayor control de las importaciones anunciadas ayer por el Banco Central para restringir la salida de dólares por importaciones, dan cuenta de una suerte de contradicción entre el fuerte superávit comercial y el regreso de la “restricción externa”, fenómeno que pareciera solo explicarse por las particularidades de la economía argentina, el país donde, según la vicepresidente CFK “mueren todas las teorías económicas”.
Las razones detrás de esta particular situación, pueden hallarse en la estructural fuga de dólares de la Argentina, el mega endeudamiento macrista que dejó sin crédito a la Argentina, y el crecimiento de una industria “acotada”, por tener un gran cantidad de insumos importados.
En relación a la fuga de divisas, es posible afirmar que se trata de un elemento que ya tomó un carácter estructural en el país, más allá del modelo económico o partido que gobierne.
Tres factores
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De acuerdo a los investigadores del Conicet Mariano Barrera y Leandro Bona entre 1976 y 2015 se extrajeron del sistema financiero nacional unos 277.800 millones de dólares, a los cuales deben sumársele otros 82.082 millones entre 2016 y 2019, según la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV).
Según Barrera y Bona, la mayor diferencia de la fuga es cualitativa, pues durante los años 1976 a 2001 el origen de la misma fue el endeudamiento externo, mientras que en el periodo de 2002 a 2015 fueron los dólares del superávit comercial, en tanto que “las evidencias desde 2016 indicarían que nuevamente es el endeudamiento externo público el que garantiza la exteriorización de activos”.
En otras palabras, sin importar de cuanto sea la entrada de dólares al país, nada pareciera asegurar que Argentina contará con divisas, ya que lo ingresado se lo busca sacar del sistema, fundamentalmente por las clases altas, pero acompañadas detrás por los estratos medios, y perjudicándose fuertemente las clases bajas, que además de no poder adquirir dólares, son quienes menos defensas tienen frente a las crisis provocadas por la falta de divisas.
El segundo elemento para el actual contexto de restricción externa en medio de la fuerte entrada de dólares, es la crisis de deuda provocada por la alianza Cambiemos. Sucede que en los primeros dos años de gestión macrista, de acuerdo a datos del sitio especializado en finanzas Bloomberg, el país fue el de mayor endeudamiento entre los países emergentes, con niveles por encima incluso que China, hasta que una vez agotado el crédito internacional, Cambiemos volvió a recurrir al FMI, en este caso para solicitar el mayor préstamo en la historia del organismo. El grosor de la deuda contraída, superior a los 100.000 millones de dólares, dejó al país aislado de los mercados financieros globales, lo cual es a la vez otro incentivo para que los actores busquen hacerse de un bien tan escaso como lo son los dólares en un contexto donde el mundo no le presta al país.
Pero al comportamiento estructural de fuga de divisas y a la condición de “paria” del mercado financiero global en el que dejó el macrismo a la Argentina, se suma un elemento paradójicamente virtuoso, como lo es el crecimiento industrial. Sucede que la destrucción del tejido industrial provocada por la dictadura cívico militar de 1976, a la que luego se sumó el proceso de innovaciones tecnológicas en los países desarrollados, dejaron a la industria argentina en una posición de fuerte dependencia de bienes de capital e insumos importados, lo que provoca que por cada punto porcentual en que crece la industria, suban tres puntos porcentuales las importaciones.
De esta forma, si hasta fines del gobierno de Cambiemos no fue necesario imponer mayores cepos a la adquisición de divisas o a las importaciones, fue gracias a la anestesia del endeudamiento, que lógicamente exhibió sus propios límites, primero del propio mercado que vio la insustentabilidad del modelo y riesgo de default y dejó de prestar, y luego del FMI, organismo con el que el macrismo incumplió tres diferentes acuerdos.
Hoy cuando la única fuente genuina de dólares es el intercambio comercial, pues los que desembolsa el FMI son para pagar el propio préstamo con este organismo, el estructural comportamiento de fuga de capitales, la falta de financiamiento internacional, y el crecimiento productivo, llevaron a las nuevas medidas del BCRA, en un intento por evitar que la fuerte salida de dólares liquide las bajas reservas internacionales del país. Los efectos, ya se sabe, serán una suba en el precio de los dólares paralelos, lo que llevará a mayor inflación y una disminución del crecimiento. Problemas importantes, aunque menores a la corrida cambiaria que podría provocar un Banco Central sin reservas.