(Por Juan Manuel Colombo) El agro argentino se apresta a cerrar un año complejo desde lo productivo debido a la gran sequía que afectó a los cultivos de invierno y las primeras etapas de la soja y el maíz, y con eventos disruptivos como la guerra entre Rusia y Ucrania, que impactó de lleno en el mercado de granos e insumos, o la implementación en dos oportunidades del "dólar soja", que permitió una liquidación récord del sector.
Sin lugar a dudas, el clima fue el mayor problema que tuvo que atravesar el campo argentino, con una feroz sequía y heladas tardías que afectaron gran parte del territorio nacional, con impacto en trigo y cebada, y también en algunas economías regionales y actividades pecuarias.
La marcada falta de lluvias, que se exacerbó durante el segundo semestre del año, se dio en el marco del tercer año consecutivo de 'la Niña' (el fenómeno climático que ocasiona menores lluvias al promedio en el país), lo que implicó que este nuevo período seco se dé sobre un escenario de déficit hídrico, agravando sus efectos adversos.
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La escasez de precipitaciones golpeó con mayor fuerza al trigo, ya que la falta de agua se dio en momentos críticos de su desarrollo, y se espera que esta campaña concluya con una producción de 13,4 millones de toneladas según estimaciones de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, mientras que la Bolsa de Cereales de Buenos Aires (BCBA) calcula una cosecha de 12,4 millones y la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) de 11,5 millones.
Independientemente de las proyecciones oficiales o privadas, la campaña triguera va hacia su peor cosecha en siete años, con una merma productiva del 50% respecto del ciclo anterior, equivalentes a más de 10 millones de toneladas, cuestión que obligó al Gobierno a postergar por 360 días los embarques programados del cereal, para poder asegurar el abastecimiento interno y cumplir con los contratos de ventas al exterior.
Por supuesto, tal caída en la producción tendrá su correlato en el ingreso de divisas, la cual, según diferentes estimaciones, podría ubicarse entre los US$ 3.300 millones, como estimó el Movimiento CREA, y US$ 4.080 millones como lo proyectó la Universidad Nacional de San Martín (UNSM).
Un gran interrogante es qué pasará con la producción de soja y maíz, y cuál será el impacto de la sequía y su prolongación en los próximos meses de verano.
A la fecha, la falta de lluvias y de humedad en los suelos produjo un masivo corrimiento de las siembras hacia fechas más tardías, lo que generó un marcado retraso en las siembras respecto de la campaña pasada, que alcanza los 14 puntos porcentuales en la soja y de 5 puntos en maíz, según marcó la BCBA.
Otro evento que tuvo un fuerte impacto en el sector fue la invasión de Rusia a Ucrania el 24 de febrero, y que desató una guerra que dura hasta la actualidad.
Este choque entre estas dos grandes potencias agroexportadoras, que en conjunto representaban antes del comienzo del conflicto bélico el 28,5% de las exportaciones totales de trigo a nivel mundial, el 18,7% de las ventas de maíz y el 78,3% del aceite de girasol, hizo que los precios internacionales de los commodities se dispararan y abra un signo de interrogación respecto de la seguridad alimentaria internacional por su peso en el abastecimiento global.
Lo cierto es que, a partir del enfrentamiento, el precio del trigo escaló en siete jornadas de US$ 309 la toneladas a US$ 495 la tonelada en el mercado de Chicago, mientras que la soja tocó picos de US$ 636 consumada la invasión y que se mantuvo hasta junio para casi romper un récord histórico, cuando alcanzó los US$ 650 la tonelada.
El conflicto repercutió en el agro argentino de tres maneras diferentes, sólo para citar las más importantes: en primer lugar, la mejora en el valor de los commodities significó un incremento en los ingresos para el país, cuestión por la que se espera, según cálculos de los Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), una exportación récord de los complejos granarios, que podrían cerrar el año con ingresos por US$ 41.892 millones.
En segundo término, este aumento en los precios internacionales impactó en los productos comercializados en el mercado interno, en especial en aquellos alimentos a base de trigo, el cual subió en el mercado local US$ 85 hasta los US$ 335 la tonelada tras el estallido de los enfrentamientos y su consecuente impacto en el precio de la harina, lo que llevó al Gobierno a implementar un fideicomiso para compensar a los molinos y los productos farináceos no copien los incrementos en góndola.
En tercer lugar, junto con la suba de los commodities granarios se produjo un encarecimiento en los valores de los insumos, que si bien ya venían con una tendencia alcista (al igual que los granos), la guerra produjo un salto en los precios de los combustibles, fertilizantes y agroquímicos.
Por último, un hecho singular que se dio en septiembre fue la implementación del Programa de Incremento Exportador (PÏE), conocido popularmente como "dólar soja", que establecía un tipo de cambio diferencial para el complejo sojero de $200 por dólar durante ese mes, lo que permitió que la tonelada de soja alcance los $70.000 en el mercado local.
El objetivo central de la medida consistió en engrosar las reservas del Banco Central (BCRA) de la mano de una liquidación masiva de divisas por parte del complejo agroexportador, que fue pactada en un mínimo en US$ 5.000 millones, pero que alcanzó los US$ 8.125 millones.
Así, los productores comercializaron 14 millones de toneladas durante el noveno mes del año, y la autoridad monetaria pudo hacerse con casi US$ 5.000 millones.
El 28 de noviembre se puso en marcha una nueva edición del PIE, pero con un tipo de cambio de $230 por dólar, y en esta edición se espera que el sector agroexportador liquide, como mínimo, US$ 3.000 millones.
Con información de Télam