El mejor trato de la historia reciente con el Fondo Monetario Internacional (FMI) fue en 2006, cuando Néstor Kirchner le pagó lo que se le debía y trasladó la capital de las decisiones económicas, que por entonces estaba en Washington, otra vez a Buenos Aires.
Bajo esa perspectiva, cualquier otro “entendimiento” con el organismo jamás será motivo de celebración, porque reconfirma lo amargamente sabido: que Mauricio Macri nos volvió a endeudar de manera salvaje, y que eso trajo aparejado, aunque algunos negacionistas eviten asumirlo, una espantosa resignación de soberanía que no comenzó ahora, sino en mayo de 2018.
Que es concreta, no fantástica. Materialmente ostensible en los anuncios oficiales de las últimas horas. No falta a la verdad el gobierno cuando afirma que este un problema heredado al que le está buscando una solución razonable y posible.
¿Podría haber sido peor? Mil veces.
Con condiciones más dramáticas. Con exigencias más recesivas. Con pedidos de reforma laboral y jubilatoria. Con una devaluación automática que pulverice todavía más los salarios.
Eso no estaría escrito en el acuerdo.
¿Lo hace mejor, entonces? ¿Más digerible? ¿Más aceptable? Comparado con otros que se firmaron en la década del ’90 y nos llevaron al default, probablemente sirva para presentarlo como menos perjudicial. Contrastado, incluso, con el que el propio FMI firmó con Macri, este en los papeles hasta parece viable, cosa que el otro no era desde el vamos.
Pero el acuerdo y punto, sin adjetivaciones, nos recuerda la exacta dimensión, el volumen del problema que Cambiemos le dejó al conjunto de la sociedad argentina. La deuda como bomba de relojería puesta a estallar para cargarse la estabilidad de cualquier gobierno con pretensiones de alguna autonomía, aunque sea tibia de toda tibieza.
Por caso, el tristemente célebre “artículo IV”, el de la revisión trimestral de las cuentas nacionales, que retorna con este programa de facilidades extendidas, es de neto corte colonial. Funcionarios del FMI vendrán a escudriñar cuánto cumplió de sus compromisos de bajar el déficit el gobierno del Frente de Todos.
Y van a opinar sobre cómo achicar eso que denominan “gasto”. Y si están disconformes, pueden trabar el desembolso para el pago de un vencimiento. Y así como hacen eso, en otro momento, si quieren, te van a declarar en default.
Se lo hicieron a Domingo Cavallo, que era un cuadro neoliberal que solo recogía simpatías en Washington, ¿qué cosa podrían hacerle a un gobierno que no comulga con sus ortodoxias?
O te piden que recortes lo que un gobierno nacional y popular no puede recortar porque dejaría de ser nacional y popular, lisa y llanamente.
Así era la vida, auditada por el FMI, antes de Néstor.
La discusión sobre los sentimientos del FMI, si está más bueno o más malo que nunca, excede el espacio de esta columna. No hay que humanizar a los organismos de crédito. Kristalina Georgieva quizá sea una buena madre o se haya casado muy enamorada, o se entretenga arrancándole las alas a las mariposas, no se sabe e importa menos aún.
El FMI no hace lo que hace porque sea bueno o malo. Es un instrumento del sistema financiero global. Lo hace porque su misión es asegurarse que va a cobrar lo que prestó y la manera más fácil de conseguirlo es que los países destinen más recursos a pagar sus deudas que a las otras cosas que construyen comunidad.
Por eso desendeudar es recuperar soberanía y endeudarse, resignarla.
Tratando de interpretar la entrelínea del acuerdo divulgado, puede pensarse que, como siempre, el FMI exige una disminución del déficit fiscal para liberar la plata (a eso se llama ajuste, habitualmente) que tarde o temprano el gobierno usará para cumplir con el organismo. No hay novedad en eso.
Sin embargo, puede olfatearse en este caso cierta desaprensión sobre la manera en la que el gobierno bajará el gasto. No le pide el ajuste clásico, ni recortes en áreas sensibles, salud o educación, que era el hit del FMI de todas las épocas.
Y tal vez lo siga siendo, cuidado, no se trata de una entidad filantrópica. Juega un papel fundamental en el sistema de expoliación financiera de los países periféricos en beneficio de los más desarrollados. Bienvenidos al capitalismo del siglo XXI.
No hay duda de eso, como tampoco la hay sobre la intención de perpetuar a Macri a través del préstamo que ahora se le reclama a sus votantes y también a los que nunca lo eligieron para ser el presidente desastroso que fue.
Pero pareciera que esta vez hay un margen para que el gobierno explore una alternativa diferente, que ya no sea buscar el dinero de las jubilaciones o pensiones, sino entre los beneficiarios del préstamo. En concreto, los que usaron la plata para fugarla y la retienen en el exterior. La declarada y la que no lo está.
La lista existe. Los nombres están.
Discutir cómo y de qué manera se les puede cobrar un impuesto patriótico a ese grupo para evitar que el ajuste recaiga sobre los mismos de siempre, es más interesante que cuestionar la pureza ideológica de un gobierno que es, a lo sumo y en el mejor de los casos, reformista y está muy, pero muy lejos de encabezar una cruzada global contra el FMI (donde está Estados Unidos, pero también China y Rusia) para resolver en su totalidad las injusticias del mundo.
Impulsar que los que contrajeron esta deuda monstruosa respondan penalmente por sus decisiones, que afectan la calidad de vida y los derechos humanos de las generaciones actuales y futuras, es otro asunto indispensable.
Que endeudar o desendeudar no sea lo mismo, nunca más.
Asusta un poco, eso sí, que la bomba de relojería que dejó Macri termine haciendo mella en la frágil coalición que sostiene a este gobierno, votado por la gente para que revierta las políticas nocivas del anterior, único contrato electoral a la vista.
Que el acuerdo sea votado en su totalidad por la bancada macrista, que se ordena obviamente según los dictados del FMI y Washington, pero surjan rebeldes en las filas oficialistas acicateados por cierta hegemonía mediática ansiosa por ver agrietada a la bancada del FdT, sumaría a los problemas de la economía, que son graves, un problema político de mayor calidad.
Técnicamente, numerológicamente hablando, este no es un acuerdo ruinoso. No vendría a agravar una crisis de deuda monumental, que nos agarra además curando las heridas de dos pandemias consecutivas, sino a empezar a resolverla.
El interrogante es si políticamente es sustentable o no. Eso lo sabremos en pocos días.
Por ahora, según Analogías, el 60 por ciento de la gente no sabe que la deuda con el FMI fue contraída por Macri. Insólito. Y el 20 responsabiliza a la dupla de Alberto y CFK. Más insólito. Así está la comunicación oficial, derrotada sin nunca haber desenvainado el sable de la pelea.
La pregunta es por qué la derecha apoya el acuerdo con tanta algarabía. Quizá porque “el muerto” que dejó Cambiemos recibe así algún tipo de sepultura y el cuerpo del delito sale de la escena, contribuyendo al olvido de la siniestralidad del bestial crimen, condición necesaria para garantizarse la impunidad histórica.
Será tarea del oficialismo, entonces, aclarar las veces que haga falta, en cada minuto de cada día, que el crimen perfecto no existe.
Que paguen los que tengan que pagar.