(Por Walter Vargas).- La desdichada y curiosa eliminación de Estudiantes de la Copa Sudamericana puso en el tapete sobreentendidos y malentendidos que desde hace décadas atañen a la comunidad del equipo platense, en especial en lo que implica eso que se da en llamar identidad.
Tal como es de dominio público, Estudiantes quedó a un paso de las semifinales después de someter a Corinthians a un dominio abrumador que constó
de 30 remates al arco y seis de ellos en los palos, cuatro en el juego y dos en la serie de penales.
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Hasta los propios medios de comunicación brasileños se abocaron a hacer notar la buena estrella del vencedor y hasta un diario paulista afirmó, sin más, que Estudiantes masacró a Corinthians.
Ahora, bien: admitido que el Timao también dispuso de merecimientos palpables -como la notable tarea de su arquero Cassio y la puntería de sus ejecutores desde el punto penal- no será indispensable mucha pericia en el análisis del fútbol en tanto juego para convenir que sería injusto deducir que Estudiantes mereció la derrota e incluso que jugó mal.
Por lo contrario: el Pincha estableció abismales diferencias en cuatro de los vectores centrales: posesión, posición, progresión y profundidad.
Careció, en alguna medida, de una pizca de la quinta P: poder de fuego, entendido como la facultad de convertir goles.
Así planteado el escenario, ¿cómo conviven los hinchas de Estudiantes con la célebre premisa del Doctor Bilardo en estricto sentido de lo único que importa es ganar?
Conviven, como pueden, cual una bola sin manija que viene y va entre lo inapelable de la eliminación y el orgullo de que el equipo de sus devociones hiciera gala de una brillante demostración futbolística.
Ni se ponen de acuerdo consigo mismo ni con sus pares.
Admitir que las formas de ganar o perder son atendibles, relevantes y dignas de apreciación, bien puede ser vivido como una especie de traición al apotegma de Bilardo y de Diego Simeone, otro destacado entrenador que pasó por la dirección técnica de Estudiantes y lideró la gesta del Torneo Apertura de 2006.
En rigor, el ganar es lo único que importa es una sentencia bilardiana que no postuló su maestro, Osvaldo Juan Zubeldía, ni su mejor discípulo, Alejandro Sabella.
Zubeldía, gestor de esa máquina de ganar que en el lapso de 1967/8 convirtió a Estudiantes en el mejor equipo del planeta, fue el mismo que a la hora de la derrota versus el Milan, en la Bombonera, por la final de la Copa Intercontinental, se lamentó por el violento descontrol de unos cuantos de sus futbolistas: esto es, se lamentó por las formas.
Y Sabella, en 2010, invitó a los jugadores de un Estudiantes perdidosos frente al Barcelona, en Abu Dhabi, a que se sintieran honrados de haber estado a un minuto de coronar en un mano a mano ante una de las mejores formaciones de todos los tiempos. Aquella que orientada por Pep Guardiola reunía al mejor Lionel Messi, al mejor Xavi Hernández, al mejor Andrés Iniesta, al mejor Sergi Busquets, sigan firmas.
Luego, los más jóvenes hinchas de Estudiantes, y los más irreflexivos, y sobremanera los más olvidadizos, deberían tomar nota de que absolutamente todos los equipos albirrojos que coronaron jugaron muy bien al fútbol e incluso, de yapa, con una apreciable dosis de estética.
Contra los que opinan sus negacionistas, Bilardo fue un entrenador excepcional e indispensable a la hora de narrar lo mejor de la rica historia del fútbol argentino.
Pero su carácter excepcional y virtuoso se revela insuficiente para que todos sus postulados sean irrefutables.
Cuando se trata de competir, ganar es lo más importante, desde luego, pero ni por asomo es lo único.
La historia se escribe con los vencedores, pero también con el porte del Estudiantes que el martes se quedó con las manos vacías aun cuando había jugado un gran fútbol.
De manera que en el hincha de Estudiantes podrían convivir, sin repulsas ni querellas, la tristeza por el resultado adverso y el pundonor de las alturas futbolísticas alcanzadas.
Con información de Télam