Uruguay es un país donde Marcelo Bielsa siempre se ha sentido a buenas y ha visitado con regularidad y a la vez se trata de un lugar cuya comunidad futbolera siempre le ha profesado un profundo respeto: ¿qué tendría de antinatural o de curioso el acuerdo al que acaban de llegar?
La lejana y fallida experiencia de Daniel Passarella al frente de la Selección de Uruguay (2000/2001) dejó abierta una herida que caló hondo, es cierto, sobremanera en ese sector de hermanos orientales que ven con recelo al argentino (vulgo "porteño": así nos llaman) y a la vez se ufanan de disponer de directores técnicos muy capacitados.
Lo primero es difícil de mensurar y cuantificar, cuántas mutaciones y matices ha sabido abrigar el paso del tiempo, y lo segundo es incontrastable: entre otros valores que constan en las vitrinas del fútbol uruguayo, destaca el de ser un genuina escuela de entrenadores competentes.
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Sin embargo, toda regla tiene su excepción y las circunstancias imponen su propia dinámica, así en la vida en general, como en el fútbol en particular.
Desplazado Oscar Washington Tabárez (maestro y prócer en cuya pericia La Celeste sacó copioso jugo a una generación de notables defensores y delanteros, pero de mediocampistas terrenales), Diego Alonso dio la talla en las Eliminatorias, pero ni de lejos la dio en el Mundial de Qatar.
Su Uruguay, la que quedó eliminada en la primera ronda, cumplió un papel decepcionante.
Intoxicado de complejos, Alonso se quedó a mitad de camino entre un equipo confiado en una tenencia prolija y vigorosa -para lo cual disponía de un brillante recambio generacional- y un equipo abocado a esperar y jugar sus cartas a un contraataque quinielero.
Y así le fue.
(Salvadas las debidas distancias, vaya curiosidad, con cierta correspondencia con el clamoroso fracaso de la Selección Argentina de Bielsa en el Mundial de Corea-Japón 2002).
Es en este contexto que invita a un brusco cambio de timón que la decisión de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) parece oportuna por donde se la mire.
El representativo uruguayo necesita un entrenador de elite, minucioso, agudo, en fin, capaz de desarrollar una materia prima de las mejores que en términos de renovación ha tenido en décadas, incluso si se ponen en el casillero del debe el peso de los almanaques en Luis Suárez y Edinson Cavani.
Y para un Bielsa otoñal, próximo ya a cumplir 68 años, se presenta una preciosa oportunidad de dar lo mejor de sí después de la desafortunada manera con la que la conducción del Leeds le pagó haber armado un gran equipo prácticamente de cero, quedarse con el complejísimo Championship y devolverlo a la Premier League.
Contra lo que piensan y mascullan sus detractores, Bielsa es bastante más grande que el entrenador del Waterloo de 2002.
Y también bastante querido en geografías variopintas: en la mitad de Rosario, en Liniers -sacó campeón a Vélez-, en México, en Bilbao, en Chile, en Marsella y en Leeds.
Y ya designado como el Gran DT de la Selección de la vecina orilla, ha ganado una importante batalla sin haber dirigido un solo entrenamiento: recibir la aprobación de la sustancial mayoría del exigente y áspero periodismo uruguayo.
Con información de Télam