Madres argentinas

10 de octubre, 2022 | 09.13

(Por Walter Vargas).- El boxeo argentino no escapa a la desquiciada y desquiciante estructura organizativa del deporte nacional en general, de manera que cuando se trata de buscar explicaciones al por qué surgen campeones la talla de Fernando “Puma” Martínez, bien pueden reconocerse los frutos contantes y sonantes de las madres argentinas.

Es que por ahí mismo, a riesgo de que la hipótesis pueda sonar disparatada, se cuelan las contundencias ajenas al llenado de  casilleros a través de las vías clásicas del pensamiento formal.

Así como por este confín no dejan de nacer grandes jugadores de fútbol, tampoco dejan de nacer grandes boxeadores.

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Martínez, el tractorcito de 52 kilos que el sábado último en California clausuró todo margen de duda en torno a quién era quién con el filipino Jerwin Ancajas, sobresale en el gris contexto de un boxeo argentino declinante y carente de casi todo.

Carente de dirigentes formados con herramientas a tono con el curso de los tiempos, carente de una muy postergada renovación y proliferación de maestros de los gimnasios y, por carácter transitivo, carente de grandes figuras.

Dicho de otra manera, el boxeo argentino promedio y el boxeador  argentino promedio sufren del lastre de una mediocridad pronunciada y, acaso, inédita.

Solo a la manera de una luminosa excepción, de una rareza, de una flor nacida en el pantano, asoman su cabeza exponentes del altísimo nivel del Puma Martínez, ahora sí, con mayúscula inicial, por beneficio de felinidad.

Hablamos, para los frágiles de memoria, de quien el 26 de febrero último había consumado uno de los batacazos más resonantes del boxeo argentino en su historia propiamente dicha, frente a un campeón, el filipino Ancajas, que entre los supermoscas de la FIB reinaba con holgura, cuando no con lujos, sostenido por un notable periodo de diez-años-diez sin haber sufrido derrota alguna.

Y, claro, a decir de los sabios de la tribu del deporte de las manos enguantadas, a la hora de una revancha cabe preguntarse quién de los dos llegó a su techo y quién dejó la sensación de que se le había trabado el hilo en el carretel.

Ancajas: el que al parecer había estado a media máquina, con deudas de forma física e incluso de concentración, de tensión competitiva, ese era el zurdo nacido en los suburbios de Dabao.

Según esta premisa, el Puma Martínez ya había disfrutado de su punto culminante. Había tocado el cielo de su cielo.

Pero resultó que no, que más bien lo contrario, que el techo de Ancajas se había quedado a vivir en tiempo pasado y que Martínez había perseverado en su vigoroso, apetitoso cóctel de animal del entrenamiento, del ring y de ambiciones de norte inclaudicable.

Quiere salir de pobre el Puma; quiere regalarle una casa su madre y quiere ser el mejor entre los mejores de los diminutos de 52 kilos, o de las 115 libras, que da igual.

Nadie tiene la bola de cristal, desde luego, por lo tanto desconocemos cómo le iría al Puma con tremendos peleadores del tipo del mexicano Juan “Gallito” Estrada y del nicaragüense “Chocolatito” González o con los otros monarcas de su división: los estadounidenses Joshua Franco (AMB) y Jesse Rodríguez (CMB) y el japonés Kazuto Ioka (CMB), el que aplastó al mendocino Juan Carlos Reveco y viene de derrotar a Donnie Nietes.

Pero sí el autor de estas líneas se siente autorizado a subrayar que el Puma Martínez se ha ganado el derecho de sentarse a la mesa de los colosos de su peso, y que, hasta donde tiene constancia, hoy no hay otro boxeador argentino de su caudal de gasolina, de sus destrezas en la corta distancia, de su mentalidad y de su jerarquía en el alto nivel.

Con información de Télam