Por Alberto Lettieri, historiador y doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires, fue miembro del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.
Ese 22 de junio no era un día más. La Selección Nacional enfrentaba nada menos que a Inglaterra en el Mundial de México 86. Pero no era solo un partido de fútbol. La prensa patriotera se había encargado de presentar el encuentro como una especie de revancha de la Guerra de Malvinas. Una guerra que el discurso oficial pretendía invisibilizar, pero que reaparecía a cada rato en la memoria y el sentimiento de todos los argentinos.
Las cosas no marchaban bien por entonces en nuestro país. La primavera democrática comenzaba a evidenciar sus primeras muestras de desgaste. La crisis de la deuda latinoamericana de los años 80 había agravado las consecuencias del endeudamiento irresponsable de la dictadura cívico militar, y el declive económico tenía como respuesta los reiterados paros generales convocados por la CGT liderada por Saúl Ubaldini. Juicio a las Juntas, un hito histórico de nuestro país a escala internacional, traía como correlato amenazas de conspiraciones de uniformados y rumores de Golpes de Estado.
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La sociedad argentina observaba con preocupación su futuro. Muy lejos, a 7.504,43 kms., se dibujaba una oportunidad de revancha. El Diego, Bilardo y los demás muchachos de la Selección eran los héroes de carne y hueso en los que toda una sociedad ponía sus expectativas de salir a pelearle al destino, de conseguir una simbólica revancha para el sacrificio de los pibes de la guerra.
La tensión en el estadio se cortaba con una hoja de papel. Nadie vivía el espectáculo, ni allí ni aquí, como lo que realmente debería haber sido: un partido de fútbol.
Primero llegó la mano de Dios. Esa avivada fabulosa de Diego Maradona para convertir un gol con el puño. La alegría que produjo fue mucho mayor que si se hubiera tratado de un gol lícito. Estábamos venciendo a los piratas con su propia, tradicional, histórica medicina. Romper las normas para obtener ventaja. Como lo habían hecho miles de veces a lo largo de la historia. Como los hicieron al violar la zona de exclusión y robarles la vida a 323 pibes argentinos.
Después llegó el gol más virtuoso de la historia. El Diego terminaba de poner de rodillas a los ingleses. Con picardía primero, con genialidad y habilidad después.
El descuento británico en el minuto 81 solo aportó mayor tensión e incrementó la épica de la gesta, hasta que la pitada final del árbitro generó una oleada de entusiasmo incontrolable. Una alegría indescriptible que merecía largamente nuestro pueblo.
Como nunca antes, un resultado deportivo conmovió el imaginario popular. No solo en aquel momento, sino desde entonces y hasta el presente. No por casualidad en 2020 se decidió cambiar la fecha del Día del Futbolista, que hasta entonces se celebraba el 14 de agosto en homenaje al gol de Ernesto Grillo en la victoria 3-1 de Argentina (otra vez) sobre Inglaterra el 14 de mayo de 1953-, al 22 de junio, por el segundo tanto de Diego Maradona a los ingleses en México 1986.
Con información de Télam