Una noche aciaga en La Ribera

17 de noviembre, 2023 | 08.55

(Por Walter Vargas) No hay dicha eterna ni equipos de fútbol invencibles: hasta el jueves por la noche, la Selección Nacional lo parecía y he ahí un mérito descomunal, pero de la indisimulable mano de un gran director técnico, el representativo de Uruguay propinó en la Bombonera una sonora cachetada estratégica, táctica y futbolística.

Es ley que en todo deporte colectivo de oposición directa ese interjuego establezca qué pudo hacer cada quien y cuánto impidió que hiciera el oponente. Viceversa.

¿Hasta dónde fue mérito de Uruguay y desliz de Argentina?

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Por lo dicho: parte y parte en dosis sustanciales e imprecisas.

Pero visto desde otra perspectiva, sobre la base de datos más verificables y palpables, los orientales jugaron mucho mejor que los criollos.

Para empezar, jugaron el partido como querían jugarlo. Un partido de presión constante, intenso, físico, sostenido por un bloque bajo sin fisuras y un eficaz aprovechamiento de las pelotas recuperadas en zonas plausibles de promover réplicas directas.

Así jugó Uruguay. Esta Uruguay orientada por un Marcelo Bielsa que a los 68 años parece haber encontrado su punto de cocción.

Nada que ver con el legendario Bielsa ofensivo hasta los límites mismos del suicidio. El Bielsa del “vayan todos y después vemos cómo vuelven”.

En ese sentido podría afirmarse, sin temor a caer en exageraciones, que Bielsa será partidario de las propuestas generosas (que lo es, subrayado sin atisbos de ironía), pero, según puede apreciarse, ya no se inmola por la causa. Bien sabe cuál selección conduce, de qué materia prima dispone y cómo es la mejor manera de sacar jugo en cada circunstancia.

El veterano Bielsa, para que sea dicho de una vez, dio una verdadera lección de ajedrez al joven Lionel Scaloni.

Ni con el Once inicial, ni con la caja de herramientas a tope y cinco cambios, Scaloni encontró vías regias de control real del partido. En la Bombonera, la Selección jamás pasó la frontera de la mímica de control. De la mímica de dominio químicamente puro.

Como las individualidades y el colectivo se afectan de manera recíproca y las mejores individualidades argentinas no pasaron de los seis puntos (Messi y Cuti Romero: un 6 para el mero aprobado) y las demás oscilaron entre los 5 del mediocre y los 3 del muy malo (¡Molina, Otamendi, Mac Allister, De Paul, Nico González, etcétera), se torna imposible que un equipo juegue bien. Imposible.

No da para dramatizar, desde luego, en materia de Selección Nacional hay copiosas reservas en el Tesoro, pero tampoco como para intentar tapar el sol con las manos y adulterar lo evidente: jugó su peor partido en años.

Una Selección lenta, tibia, imprecisa, incómoda, sin profundidad, ausente de imaginación en el ataque y permeable en la defensa.

Y lo que llamó a una cierta perplejidad -ojalá que no se repita el martes en el Maracaná-, también una Selección de corriente alterna en el indicador de la rebeldía. Por momentos se reveló impotente. Como si se hubiera entregado a una profecía adversa.

No hubo, pues, demasiado para rescatar. A dar vuelta la página.

Noche negra y sin estrellas, la de un campeón del mundo del que es dable esperar una pronta reconciliación con su cara más virtuosa.

Con información de Télam