(Por Héctor Laurada) Eva María Duarte de Perón dejó una herencia inconmensurable en distintos ámbitos de la sociedad argentina con su participación directa en la protección de los humildes avasallados por los poderosos y el fútbol no estuvo exento de ello cuando en la definición del campeonato de primera división de 1951 apoyó decididamente al modesto Banfield ante el opulento Racing Club.
La intervención de Evita en esa final entre los dos equipos del Gran Buenos Aires fue directa, a tal punto que el propio presidente, su marido Juan Domingo Perón, respaldó, aunque a regañadientes, su idea de que un triunfo de Banfield iba a tener un efecto significativo en las elecciones que se avecinaban, porque implicaría que los pobres también podían alcanzar el éxito y que este no era solamente un privilegio de los ricos.
Y esa imagen de poder supremo en el fútbol estaba representada en los albores de la década del 50 justamente por Racing, que había ganado el título de ese año y también del anterior, por lo que llegaba al mano a mano definitorio ante Banfield en la búsqueda del tricampeonato.
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Pero esa hegemonía no era bien vista desde la Casa Rosada, más allá de que el fútbol no era un tema que se sentara a la mesa de Perón y Eva, porque los aficionados de todos los otros clubes, excepto obviamente los de Racing, veían a éste como "el equipo del Gobierno".
Y la razón para creer en esa leyenda popular tenía un actor clave: Ramón Cereijo, el ministro de Hacienda de entonces, que tenía una vinculación e incidencia decisiva en la vida deportiva de "La Academia", al punto que a Racing se lo conocía en el ambiente futbolero y mediático como "Sportivo Cereijo".
Esto, por supuesto, disgustaba sobremanera a Evita, porque asociaba inevitablemente al peronismo con las clases dominantes, y siendo el fútbol un deporte de tanto arraigo popular, que el humilde Banfield, bautizado "El Taladro" porque "perforaba" a sus rivales, venciera al avasallante multicampeón albiceleste, no solamente despegaba al Gobierno de ese equipo supremo sino que además le daba lugar al que llegaba bien de abajo.
Claro que Perón prefería que Racing fuera el campeón, aunque no porque fuera hincha, ya que simpatizaba con Boca Juniors, sino justamente por su afecto para con Cereijo, quien fue el brazo ejecutor del denominado Plan Quinquenal así como de la nacionalización de los ferrocarriles.
Y por ello Perón había realizado gestiones para que a Racing le concedieran créditos a tasa baja para construir su imponente estadio de cemento que, en retribución, lo hizo bautizar justamente con su nombre. Pero esa simbiosis entre lo político y lo deportivo, o viceversa, lo terminaba "enfrentando" con su esposa, aunque aceptaba que para la imagen de su Gobierno el título de Banfield le sentaba mejor. .
La cuestión fue que Banfield llegó al final del campeonato en primer lugar por diferencia de gol (30 a 23) sobre Racing, ambos con la misma cantidad de puntos (44), pero lo que hubiera significado el título para "El Taladro", el primero de un equipo de los denominados "chicos" en veinte años de profesionalismo, lo impidió un cambio de reglamento registrado poco antes de la finalización del certamen.
La resolución de definir al campeón "con un partido de desempate, en cancha neutral, en caso de igualdad de puntos", desarticuló, en el amplio sentido de la palabra, lo contemplado originalmente sobre el crédito para el que tuviera mejor diferencia de gol en caso de generarse esa instancia de paridad.
La pulseada entre el chico y el grande, el humilde y el opulento, el pobre y el rico, quedó entonces planteada y generó una convulsión popular que no pudo pasar desapercibida para las más altas autoridades nacionales.
Era el deseo y el apoyo de todas las hinchadas para que el conjunto albiverde fuera el campeón que acabara con la hegemonía racinguista de una buena vez después de dos títulos consecutivos, algo que Evita corroboró al consultarle al popular relator deportivo Enzo Ardigó por tanta efervescencia popular: "¿Cuál de los dos equipos es el más humilde?". La respuesta fue Banfield. "Entonces quiero que salga campeón", lo instó.
Ese diálogo reconstruido y la confirmación de parte de un importante referente peronista como Antonio Cafiero en el documental "Evita capitana" sobre lo bien que veía el Gobierno que Banfield fuera campeón, dio margen posteriormente a todo tipo de especulaciones, con prebendas de autos de lujo para ambos planteles, pero no precisamente para ganar.
Y Racing, ante el ya explícito apoyo de Evita a Banfield, llegaba entonces a esa final mal parado ante la opinión pública, al punto que el arquero titular Antonio Rodríguez, ferviente admirador de la "abanderada de los humildes", prefirió no jugar esa final y le cedió su lugar a Héctor Grisetti.
Sin embargo, el suspenso de esa definición iba a prolongar la expectativa popular como si fuera una verdadera película de época, ya que el partido jugado el 1° de diciembre de 1951 en cancha de San Lorenzo finalizó empatado sin goles, por lo que hubo un segundo enfrentamiento cuatro días más tarde en el mismo escenario que finalmente terminó ganando Racing con un golazo del "Atómico" Mario Boyé al minuto del segundo tiempo.
Cereijo premió a cada jugador racinguista con 20.000 pesos por haber obtenido su tercer campeonato consecutivo y su inmediata acción posterior de Gobierno fue saldar la deuda externa del país. Pero dos meses más tarde, en febrero de 1952, fue removido de su cargo. Evita falleció el 26 de julio de ese año.
La historia grabó a fuego una definición de la prensa para definir a Banfield que fue con la que bautizó a la tribuna visitante de su estadio de Peña y Arenales: "Campeón moral 1951". Un premio consuelo con aroma a reivindicación para un humilde que se atrevió a desafiar a un poderoso y a punto estuvo de destronarlo, aunque no lo logró. Recién en otro diciembre, ya de 2009, lograría su primer y único título en primera división.
"Sentimos el apoyo de Evita y fue una pena perder aquella final porque teníamos un equipazo, pero Racing también lo era", le reconoció a este cronista Luis Bagnato, zaguero central de Banfield en aquellas finales.
Y le recordó un dato significativo de aquella definición que también marcó una referencia de la época en cuanto al esplendor y el cuidado que le daba el gobierno peronista al deporte (los Juegos Evita fueron impulsados por su Fundación): el árbitro del encuentro definitorio fue Bert Cross, uno de los tantos ingleses que había traído la AFA desde Gran Bretaña en 1948 ante el paupérrimo nivel del referato argentino.
Con información de Télam