(Por Walter Vargas) Menos que mellar su templanza y su sintonía con un compromiso de los más anhelados y de los más riesgosos, la brutalidad de la Policía carioca no hizo más que acelerar el punto de cocción de una Selección
Argentina que, a falta de bordado fino, abundó en temperamento y sentido de la oportunidad para quedarse con tres puntos de platino.
El ya histórico cabezazo de gol de Nicolás Otamendi llegó como llegan tantas cosas en la vida: cuando el cielo deja ver nubarrones crecientes.
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Eran esos, los mejores momentos de Brasil, sin que fuera apropiado hablar de un dominio abrumador, pero sí con un mayor caudal de combinaciones al claro, por ende con mayor cercanía al arco argentino, cuya zona defensiva forzaba trabajar a destajo.
Como prueba irrefutable, "Dibu" Martínez tapó la pelota que tenía que tapar, a Gabriel Martinelli, al cabo de la mejor y única gran jugada de Gabriel Jesús.
El primer tiempo no se jugó.
Errata: sí que se jugó, pero al fútbol/rugby, o al rugby/fútbol.
Mucha montonera, pelota a cargar, tackles y zancadillas. El árbitro chileno Piero Maza se la pasó como bola sin manija, tratando de atemperar los ánimos y de aplicar la justicia hasta donde se lo permitieran el entendimiento y su propio tono emocional.
En esos 45 minutos paupérrimos (la devoción por tal o cual color se revela insuficiente para embellecer un esperpento), a juzgar por el número de infracciones la propuesta belicosa correspondió a Brasil (16
infracciones a 6), aunque, a fuer de sinceros, pese a su mayor tenencia de la pelota la Argentina jamás vio la cara de Alisson.
En cambio, "Cuti" Romero, de segmento de procesión y campana, sacó una pelota casi en la línea de meta cuando "Dibu", como hubieran dicho nuestros abuelos, había salido "a cazar mariposas".
El primer cuarto de hora del segundo tramo aventuró malos presagios para la Albiceleste, pero a diferencia del compromiso con Uruguay, a falta de control del balón se derrocharon acertados ordenamientos
defensivos, de repartos de tarea y de copioso torrente sanguíneo.
Un córner aislado propició el zurdazo abierto de Gio Lo Celso, el cabezazo sin atenuantes de Otamendi (hasta allí, descolorido, mediocre a lo más), el gol y, si se exagera un poco, acaso no tanto, en ese preciso instante, la conclusión del partido.
Un partido, subrayado sea ya, técnicamente terminado. Y eso que restaban 27 vueltas de minutero, más de seis añadidos.
La indubitable pobreza de Brasil, su presente de quinto subsuelo, su penosa alquimia de impericia e impotencia, cayeron como anillo al dedo de una Argentina con menos ganas de atacar que de defender a
conciencia.
Un triunfo histórico (¡primera derrota de Brasil en su casa en 69 años de Eliminatorias Sudamericanas!), en fin, con Messi en una pierna, que encamina a la Argentina al Mundial 2026, y que, sobre todo, supone una
dosis más de vitamina a un equipo con sus más y sus menos, pero eso sí: en la elite.
Argentina, a menos de un año de haberse consagrado campeón del mundo en Qatar, está en la cresta de la ola, y habrá que ver como sigue la historia en 2024, luego de la "bomba" que sacudió la noche de Río, con Lionel Scaloni poniendo en dudas su continuidad.
Con información de Télam