(Por Walter Vargas) Las secuelas de las inusitada primavera árabe no deberían ser suficientes como para decretar el apocalipsis en la víspera: las chances de la Selección Argentina están intactas y en buena medida tomarlas o verlas partir dependerá de la influencia de Lionel Scaloni.
A lo hecho (y a lo no hecho, pecho): Argentina sufrió una de los cinco sopapos más sonoros en la historia de los Mundiales, en este caso frente a un rival de cuarta categoría que ni siquiera dispone de una topografía apta para el crecimiento de un césped destinado a una cancha de fútbol como Alá manda.
¿Hay algo para rescatar del naufragio del martes?
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En sentido estricto, a primera mirada, y a segunda también, nada, absolutamente nada.
Faltaron funcionamiento colectivo, buenos rendimientos individuales, sentido de la oportunidad para fecundar los momentos de marea más o menos alta.
Faltaron cohesión, solidez, jerarquía y picardía.
Faltaron templanza, reservas anímicas y orgullo bien entendido.
¿Será, pues, que en tales tierras arrasadas no queda ningún madero que ayude a evitar el naufragio?
Sí, hay -ninguno emanado del propio rendimiento de Argentina- pero con honestidad, buena voluntad y una dosis optimismo, tales alicientes están a la vista.
Uno: Arabia acaba de ser una piedra en el zapato de Argentina, pero por qué no lo podría ser también de Polonia y México. Ya hay otro cubierto en la mesa.
Dos: con su soporífero 0-0, Polonia y México se han revelado terrenales y ganables, por no decir mediocres.
Así planteado un escenario extremadamente complejo, la primera lupa no debería estar puesta ni en Messi, ni en Di María, ni en Dibu Martínez, sigan las firmas. La primera lupa debería estar puesta en Scaloni, máximo responsable del plantel, del equipo y de los grandes trazos del compromiso crucial del sábado.
(Sí, claro, adoradores de Perogrullo: los partidos los ganan o los pierden los futbolistas, pero la sola existencia de los directores técnicas designa per se un grado de importancia, de injerencia y de influencia).
¿Podrá Scaloni refundar la autoestima de sus futbolistas y del colectivo?
¿Podrá Scaloni refundar la confianza que le han dispensado los jugadores, puesto que en el debut se reveló flagrante la ausencia de un plan B y/o de un plan C?
¿Tendrá Scaloni la suficiente lucidez y la consabida convicción para eximir de lo imposible a los jugadores (unos cuantos) que no están en plenitud física, operar una adecuada selección de personal y si cabe meter mano en el manual y dar descanso a la primera hoja del sistema táctico?
¿Estará Scaloni, ante el desafío mayúsculo de su incipiente carrera, a la altura de las circunstancias?
Con información de Télam