(Por Walter Vargas).- Era una mera presunción y el jueves en el mítico Estadio Centenario devino una rozagante certeza: la inagotable cantera uruguaya está en manos de un director técnico ideal para los tiempos que corren en general y con miras a la Copa del Mundo 2026 en particular: Marcelo Bielsa.
En setenta de los noventa minutos el flamante representativo Celeste dominó al trasandino de arco a arco, en determinación, en juego y en contundencia.
Un imponente control en el medio campo, juego directo, profundidad y goles de exquisita factura rubricaron la flecha en alto oriental. Lo que se dice un giro de 180 grados y una renovación venturosa si se establece la ineludible comparación con esa formación acomplejada y desmadejada que se presentó en el Mundial de Qatar de la mano de Diego Alonso.
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Un Uruguay refundado a todas luces, a despecho de los verosímiles dichos del humilde señor Bielsa en la conferencia de prensa.
Palabras más, palabras menos, Bielsa subrayó que lo bueno expresado por Uruguay no fue el producido de su trabajo, sino más bien de las características y del estilo de los jugadores de que dispone.
Sí y no: ya se sabe que el trabajo de un director técnico se expresa con mayor fluidez (para bien o para mal) en la fragua del día a día.
Pero no menos gravitante son la tarea de elegir la nómina del plantel, del once que saldrá a la cancha y de la impronta que sellará el equipo.
Hay que aguzar mucho la memoria y acaso sin hallar antecedentes palpables, para dar con una selección de Uruguay que jugara así de rápido y así de bien como la del jueves último.
Ni siquiera, con el debido respeto y la debida ponderación, la que se constituyó en la revelación del Mundial de Sudáfrica 2010 y al cabo terminó cuarta.
Aquella, la del maestro Oscar Washington Tabárez, renunciaba a la tenencia y la elaboración en pos de capitalizar un bloque bajo de hierro y delanteros extraordinarios: Luis Suárez, Edinson Cavani y la mejor versión de Diego Forlán.
En cambio, la naciente selección de Bielsa pretende honrar la sagrada ley de oro de su mentor: ejercer el protagonismo con presión alta, salida rápida y rápidas y combinaciones, sobremanera por las orillas y, si cabe, como en el primer gol de Nicolás de la Cruz, por las calles interiores.
Una Celeste en principio restaurada en la selección de personal: de los once que en Qatar se despidieron con un pálido empate versus Corea del Sur han quedado el arquero Sebastián Rochet, el mediocampista Federico Valverde y los delanteros Facundo Pellistri y Darwin Núñez, más los suplentes Matías Viña, Nico de la Cruz y Maxi Gómez.
Y esas decisiones, en franco plan de resistencia a los insidiosos ataques de algunos periodistas uruguayos e incluso de uno de los próceres que, por lo menos esta vez, quedó fuera de los convocados. El Pistolero Suárez, que no dejó de lanzar dardos desde Porto Alegre, donde defiende la camiseta del Gremio.
El milagro uruguayo, que es el milagro de los fecundos vientres de las uruguayas (un país que no llega a los tres y medio de millones de habitantes y no deja de ofrecer al mundo cracks del balompié), parece entroncar perfecto, cual si fuera un rompecabezas, con el laboratorio del viejo sabio rosarino.
Sin embargo, no es ni será todo color de rosa: el jueves, con el partido prácticamente sellado, en las tribunas del Centenario se despachaban de lo lindo los hermanos orientales que repelen todo lo que huela a fútbol argentino: ¡cuestionaban de Bielsa la entidad de los cambios que había hecho!
Con información de Télam