Vélez Sarsfield, además de campeón flamante, tiene una historia que no solo conoce a un presidente mítico como José Amalfitani, a un arquero-goleador como José Luis Chilavert y a un DT-goleador como Carlos Bianchi, entre tantos nombres gloriosos. O una historia reciente, que hace un año lo tenía luchando por no descender, y de la cual emergió con decisiones importantes (separar a jugadores acusados de abuso, quitar de su camiseta a una casa de apuestas) y superando un golpazo final (la caída en la final de Copa Argentina contra Central Córdoba, con peleas entre hinchas incluída). Vélez emergió como campeón merecido, por campaña y por juego y jugando ayer una final notable, en la que dominó a Huracán de principio a fin en un campeonato de Liga marcado además por la crisis de los llamados “grandes”.
La otra historia, poco difundida, tiene que ver con el origen, con el nombre, la idea fundacional de 1910, el club que nació en la estación llamada entonces “Vélez Sarsfield” (hoy Floresta), al oeste de la Ciudad de Buenos Aires, que era en ese momento algo así como un “enorme potrero, una sola y descuidada cancha de fútbol”. Allí se levantó la primera sede del club que se corrió a Liniers, para aglutinar desde siempre a un barrio y que ayer celebró el título número 17 de su historia. La estación ferroviaria de la fundación llevaba el nombre de Vélez en homenaje a Dámaso Simón Dalmacio Vélez Sarsfield, abogado cordobés unitario, nacido en 1800, exiliado en Montevideo en tiempos de Juan Manuel de Rosas, senador y ministro luego de Bartolomé Mitre y autor de los Códigos de Comercio en 1859 y Civil en 1862, éste último aprobado por el Congreso Nacional en 1869 y convertido en Ley dos años después, cuatro años antes de su muerte, en 1875.
Para el trabajo final de los Códigos, Dalmacio contó con la ayuda clave de Aurelia, su hija mayor, una mujer que también forma parte de nuestra historia. Se casó a los 17 años con un primo, médico y diputado, al que, luego de un aborto, le fue infiel, un episodio que concluyó con el amante asesinado de un pistoletazo dentro del ropero en el que se había escondido, según contó años atrás una crónica formidable del escritor Juan Sasturain (muy de Boca él).
Aurelia Vélez entró en rigor en la historia como amante de Domingo Faustino Sarmiento, amigo de su padre, una relación con veinticinco años de diferencia, con intervalos porque el prócer tenía esposa muy celosa y cumplía además viajes y misiones políticas. Quedan en la historia las cartas. Primero el intercambio en 1861, con Sarmiento interventor en San Juan y Aurelia que le escribe “te amo con todas las timideces de una niña y con toda la pasión de que es capaz una mujer” y él que le responde: “Necesito tus cariños, tus ideas, tus sentimientos blandos para vivir”. El segundo intercambio ya en 1888, Sarmiento 77 años y mudado a Paraguay, y que, poco antes de su muerte, le escribe a la amante: “venga que no sabe la Bella Durmiente lo que se pierde de su Príncipe Encantado”.
Es parte de la historia argentina, como también lo son nuestros clubes, que por algo se llaman Vélez Sarsfield o Sarmiento. Belgrano o San Martín. Parte de una historia que, en este 2024, y en medio de emergencias eternas, algunos pretendieron (por ahora sin éxito) reducir a una SAD alimentada desde Inglaterra. Ahí está Vélez avisando que, para ser campeón, no es necesario venderse a una SAD, a una casa de apuestas o a la locura de fichajes rutilantes. Y sí trabajar en cambio aprovechando la cantera interminable de jugadores, que es resistente a cualquier crisis. Allí están los Valentín Gómez y los Thiago Fernández, solo algunos de los pibes que a partir de ayer son nuevos y merecidos campeones del fútbol argentino.