En esta oportunidad me voy a tomar el atrevimiento de hablar por mí, exteriorizar lo que pasa por mi cabeza y contarles por qué me pegó muy duro la muerte de Alejandro Sabella. Yo nací en el año 1992, apenas recuerdo pantallazos del Mundial de Francia 1998 y cuando ya tuve uso de razón se vino el Mundial de Corea-Japón. Sí, ese en el que nos volvimos en primera ronda. Después llegaron el 2006, el 2010 con el mismísimo Diego Maradona en el banco... Y después de tantas frustraciones, llegó Brasil 2014 y un mes a pura vibración y sentimientos a flor de piel.
Cuando los grandes, nuestros viejos y abuelos, nos hablan de Menotti, del '78, hasta de Diego Maradona y de su proeza en México 1986, nosotros escuchamos con mucho entusiasmo y hasta nos ponemos contentos con sólo mirar videos de algo que no vivimos. Y ahí está el punto: Sabella, Pachorra, ese técnico que con tanta tranquilidad y paz conformó un plantel dispuesto a dejar sus individualidades para pasar a ser un grupo en toda su expresión, nos hizo vivir una final del mundo.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Sabella me hizo vivir lo que vivieron mis viejos, lo que sintieron mis abuelos. Ahí comprendí lo que era que un país se una para ver un partido de fútbol, para esperar que a nuestra selección le vaya bien, para escuchar bocinazos y hasta abrazarte con vecinos que quizá nunca habías saludado pese a que sabés que hace años viven en tu misma manzana. Argentina se hizo una. Después de tantos años, tras diferencias (las de siempre) entre los de un lado y del otro, entre quienes tienen más, entre los que no pueden darse un respiro porque tienen que llevar el pan a la mesa... La frase de Alejandro se hizo carne: "Nosotros antes que el yo".
Todo el país unido. No lo habíamos vivido nunca, al menos los de nuestra generación. Los millennials, o vaya a saber ya cómo nos catalogan. Pero ahí estábamos, en mi caso con 23 años viendo cómo Argentina pasaba de ronda tras ronda. Honrando la bandera que Belgrano nos dejó, como Sabella lo pidió. Porque este tipo no era un improvisado: sus conocimientos no sólo eran futbolísticos, tenía una comprensión histórica, social y política que trascendía la línea de cal. Y formaba equipos de personas que después saltaban a la cancha para jugar a este deporte tan amado por todos.
Si la memoria no me falla y si vuelvo a invocar las palabras de mis viejos cuando me contaron lo que vivieron en Italia '90 y ni hablar en México '86, esto fue lo más parecido a esa parte de la vida que yo no viví. Que no me tocó estar. Pero sí fui parte del 2014, sí salté, vibré y me emocioné con un equipo que tenía las cosas claras y que respondía a la voluntad de un maestro al que el destino le marcó su final demasiado pronto.
Por estas cosas, y por tantas otras más que podría enumerar y que los de mi generación seguramente entenderán y no hace falta ni que se las nombre, puedo afirmar que Alejandro Sabella fue nuestro Carlos Bilardo. Ese que armó grupos humanos antes que potencias futbolísticas, ese que unió a las masas para ir detrás de un mismo objetivo y que alegró las casas de los argentinos con tan sólo su incansable trabajo. Nos queda el Doctor, se nos fue el Profesor. Y el legado es para toda la vida.