Mundial 1978, Juan Martín del Potro y Franco Colapinto: pasado, presente y futuro

Franco Colapinto, Juan Martín del Potro y el Mundial 1978 de la Selección Argentina. Pasado, presente y futuro, por Ezequiel Fernández Moores.

02 de diciembre, 2024 | 10.08

Por un lado, están las redes que han creado ya no un mundo virtual, sino un mundo nuevo. Y, por otro, está también esa histórica ignorancia de creer que el mundo comienza cuando nosotros nacemos. Entonces, leemos un día que Franco Colapinto, por ejemplo, tiene chance de comparación con Ayrton Senna. Uno con cuatro títulos mundiales. El otro con apenas cuatro carreras. No importa. El marketing, no el periodismo, impone su agenda. Y se suma el entusiasmo hasta de los especialistas, a quienes les cuesta mantener equilibrio sin parecer aguafiestas. Profesionales, los especialistas saben matizar su euforia. El problema es que las redes difunden su euforia. No sus matices. 

Colapinto (su futuro todavía es una gran incógnita) es solo un ejemplo. Pero es un ejemplo presente y ruidoso. Y por eso potente. Porque su presencia en la Fórmula 1, inesperada, y con pocas chances de lucimiento, convivió con la euforia en redes y autódromos de sus hinchas argentinos. Tan intensa que obligó a la propia escudería Williams a pedir moderación. Sin pausa, se pasó de odiar a Williams por supuestamente perjudicar a Colapinto, a amarla por recuperar un auto para que pudiera correr un domingo.

Es el mundo ya no virtual. Amor. Odio. Todo es espectacular. Impactante. Lo mejor o lo peor de la historia. Y los medios tradicionales que se suben a ese discurso para no quedarse atrás. No hay debate. Hay polémica. Y la polémica polariza. Cuanto más polarización, mejor. Habrá más que digan blanco y habrá más que responderán negro. Sucede adentro, pero también afuera del deporte.

A Colapinto lo chocaron y abandonó de entrada en el GP de Qatar.

Ayer, y vamos a otro ejemplo, fue imposible no emocionarse con el homenaje (no despedida) a Juan Martín del Potro, en un show que el gran Novak Djocovic acompañó con su generosidad de siempre en el Parque Roca. No fue generoso por haberse “dejado ganar”. Fue mucho más que eso. Fue imposible no emocionarse porque afloraron los recuerdos de las victorias épicas de Delpo, pero también el dolor del retiro precipitado por las lesiones, el calvario de las operaciones una tras otra de los últimos años, más adentro de un quirófano que de una cancha de tenis. El contrapunto fue cuando la promoción de la venta televisiva del espectáculo forzó el debate infantil: si acaso Del Potro era el mejor tenista argentino de la historia. Los que siguieron las hazañas pioneras de Guillermo Vilas se preguntaron si la pregunta era en serio o solo marketing.

Y el último ejemplo es la muy buena serie de Disney sobre la conquista del Mundial 78, obtenida en medio del horror de la dictadura. La serie refleja bien aquel tiempo contradictorio, de la fiesta popular, del fútbol que le pertenece a la gente, por un lado. Pero, por el otro de la Copa que fue manipulada por los militares para mostrarle al mundo la supuesta legitimidad de su poder. El docu de Disney muestra algo todavía mejor. Que, si hubo Tercera, es porque también hubo antes una Primera. La Segunda (México 86), Diego mediante, quedó grabada para siempre. Pero, acaso inevitable, fue distinto con la Primera. La serie nos recuerda entonces que, además de la manipulación y del horror, hubo un equipo. Y que ese equipo, en su tiempo (y todos los tiempos son distintos) fue el mejor del mundo. Como el que ganó la Tercera.