Una de las imágenes más potentes del año en el deporte argentino fue en territorio "hostil". En el Maracaná. En pleno Río de Janeiro y ante Brasil. Esteban Ostojich, el árbitro uruguayo, levantó la mano y marcó el final del partido. Con el ruido del silbato, los jugadores de la Selección Argentina salieron corriendo para abrazar a Lionel Messi. Desde Rodrigo De Paul hasta Leandro Paredes. Una montaña de campeones de América sobre el ídolo de sonrisa grata.
El triunfo ante Brasil en la final de esa Copa América dejó, además, otra revancha. El gol del siempre vilipendiado Ángel Di María fue el grito de un país en busca de la felicidad y que encontró en el triunfo una alegría en medio de tanto dolor por la pandemia del COVID-19. A la distancia, la posibilidad de que el torneo no se jugara por la pandemia le dio un sabor extra. El destino, -tantas veces esquivo- hizo que el torneo se juegue en Brasil.
El recorrido del año muestra que, por el COVID-19 y la crisis social en Colombia, ese país haya sido la primer sede en bajarse. En principio, la posibilidad de que se jugara de manera íntegra en Argentina también existió, pero el coronavirus llevó a que finalmente Argentina se baje de la organización. Ahí apareció Brasil. En menos de diez días de preparación y con varios problemas, el equipo de "Los Lioneles" mostró lo que tenía. La "épica" de la Selección Nacional volvió a aparecer con una fórmula que ya parece estar registrada en las últimas buenas actuaciones a nivel histórico: un grupo muy fuerte sumado a una subestimación total.
El técnico argentino, Lionel Scaloni, fue apuntado por todos lados. La frase, quizás más repetida, fue "estamos perdiendo el tiempo" pensando en el Mundial de Qatar. Aun así, con sus armas, apareció la transición en un momento muy complicado. Dibu Martínez se convirtió en amo y señor del arco. Cuti Romero y un rejuvenecido Nicolás Otamendi se convirtieron en un muro de contención. Rodrigo De Paul, quizás el hallazgo más importante de Scaloni, se transformó en el mejor compinche para Lionel Messi. Adelante, Lautaro Martínez que mostró su olfato. Una base de jugadores en puestos claves que se suman a Messi.
La frase se extrapola de la actualidad, pero marca la verdadera situación de la Selección Argentina. Con Messi no alcanza, pero sin Messi no se puede. La base de jugadores potenció al crack que se convirtió en el jugador con más goles con la Celeste y Blanca, el de más presencias, el mejor jugador del torneo y además campeón. Encima La Pulga volvió a ser noticia a nivel mundial con otra bomba. Después de unas vacaciones alegres -las mejores de su vida según él- llegó a Barcelona, no pudo firmar y terminó en el Paris Saint Germain, el club más rico del mundo.
La mala noticia es, sin duda, el retiro de Sergio Agüero por un problema cardíaco. El Kun eligió la razón más lógica: su salud. El segundo mejor jugador argentino del siglo XXI y el mejor futbolista argentino en la Premier League tuvo que decir adiós. En la celeste y blanca jugó 101 partidos y metió 42 goles. Ganó el Mundial sub-20 de Canadá en 2007 y el de 2005 en Países Bajos. También los Juegos Olímpicos de Pekin en 2008. Fue parte del plantel campeón de la Copa América en Brasil y, además, se le suman las finales de las Copas Américas de 2015 y 2016. Desde ya también estuvo en el Mundial 2014 que, por un pelito, se escapó ante Alemania.
Con este panorama, ahora, la Selección Argentina tiene un largo camino para imaginar lo que puede pasar en el Mundial de Qatar. El torneo es, recién, en diciembre. En el medio pueden pasar cosas. Lo importante, para este equipo, es encontrar la regularidad, plantarse y ser competitivo. Una vez acomodado, con la fórmula repetida de la base solida acompañando la joya, en un torneo que dura menos de un mes, todo puede pasar. La ilusión está. Y el equipo también.