Enzo Fernández fue el primero que se equivocó y, también, el primero que se disculpó. Pero ayer, cuando era homenajeado y parte del Monumental comenzó a cantar el patético “Escuchen, corran la bola”, tuvimos la simple confirmación de que su error tiene un contexto complejo, que excede y por mucho al volante de la Selección. Es un contexto que no pretende justificar absolutamente nada. Pero que, durante muchos años, creíamos exclusivo del fútbol, zona libre, impune, para el racismo, la homofobia y cualquier otra discriminación. Hasta que el odio permitido de las canchas saltó también autorizado a la gran tribuna nacional.
Comenzamos, años atrás, a verlo primero en los paneles de la TV. Una cosa era escuchar allí a colegas deportivos exclamar su verdad futbolera como si en ella estuviera en juego la Tercera Guerra Mundial. Todos sabían que eso era (y es) parte de un juego. El periodista simulando la pasión del hincha. Porque un punto de rating vale tanto como un punto en la tabla de posiciones. Se gritan verdades que duran horas, días, semanas, lo que dure hasta que el Fulano de turno pierda. Sucedió que la fórmula de Tribuna Caliente se trasladó en algún momento al debate político. ¿Informar? ¿Explicar? ¿Análisis? No. Grito, insulto y descalificación. No fue casual que Javier Milei comenzara a ganar notoriedad en ese escenario. Ayudaron las redes. Ilusión de democracia primero. Luego control y manipulación. Y legitimó un Milei ya elegido presidente de la Nación. No fue el primero, pero sí el que más lo alimentó en nuestra vida democrática moderna. El odio como discusión política. Adentro y afuera del país.
Contaron ayer algunas crónicas políticas que Milei despidió a Julio Garro enterado (vía Kun Agüero) de que Leo Messi estaba “molesto” porque el Subsecretario de Deportes había respondido en entrevista radial que, en nombre del deporte argentino, podía ser positivo que Messi, como capitán, y que la AFA, como autoridad federativa, se sumaran a la disculpa de Enzo Fernández hacia Francia por la canción patética de “Corran la bola“ que algunos (no sólo Fernández) cantaron en el micro de la selección tras ganar la Copa América hace ocho días en Miami. Garro pensó en realidad como representante de todo el deporte argentino, especialmente de los 136 atletas que nos representarán en los Juegos Olímpicos que serán inaugurados este viernes justamente en París. Garro fue despedido.
La Selección de Lionel Scaloni dio formidables muestras de unidad y crecimiento interno. Dentro y fuera de la cancha. Alegría y orgullo popular. Pero puede equivocarse. Y en las victorias mantuvo un ritual que, si bien dista de ser patrimonio argentino, en nuestro fútbol sí parece central: la tontera de que ganar autoriza a burlarse del derrotado. Una cosa, por supuesto, es el juego entre amigos. Otra cosa es el escenario mayor (las redes, los nuevos tiempos arrastraron la palabra intimidad). Porque la burla futbolera gana fuerza cuanto más agresiva sea, cuanto más ataque los puntos más vulnerables del rival. Vaya un ejemplo con uno de los apodos que podría imaginarse como entre los más humillantes de nuestro fútbol: “bosteros”. ¿Pero acaso los hinchas de Boca no se jactan de ser “bosteros”? Ahí mismo puede estar parte de la trampa que supuestamente “legitima” el ritual. Apropiarnos del insulto, reconvertirlo en medalla (otra lectura podría recordar también que por esa burla llevamos más de diez años jugando sin público visitante en nuestras canchas).
MÁS INFO
Solemos sentirnos centro del mundo, sabemos. Pero, por mucho que nuestos cantos de cancha se escuchen hoy por el mundo, no todo ese mundo tiene por qué compartir ese ritual tan nuestro, por muy racista o espantoso que pueda ser el pasado y el historial político del quejoso. Entre sus usos múltiples, el fútbol, hermoso hasta en lo supuestamente banal, suele aliviar injusticias cotidianas. Pero la xenofibia jamás podrá ser hermosa. Y, peor aún, se daña cuando se la banaliza. Cada sociedad tiene sus heridas. Heridas que hablan de xenofobia, explotación, muerte, debates de dolor nacional. A nadie le gusta que sea otro el que se permita bromas o ironías sobre ellas. Finalmente, el gobierno de Milei, en medio de su caos interno, entendió que sí era mejor pedir disculpas. Como ya lo hizo Fernández, también podría hacerlo ahora la AFA. Y también Messi. Aunque no haya estado allí y aunque alguna vez (Maracaná 2021) él mismo frenara un canto burlón hacia Brasil, Messi es el capitán. Tampoco importa ya si el nefasto “Corran la bola” sucedió afuera o adentro de la cancha. No siempre se gana. Cierta experiencia suele indicar que de las derrotas se aprende. Lo primero es saber reconocerlas.