Era marzo y, como sucederá esta semana, la selección se aprestaba a jugar. Pero no era un marzo cualquiera. Era marzo de 1976. Faltaban apenas cuatro días para el golpe militar más brutal de nuestra historia y la selección que dirigía César Menotti jugaba en Kiev contra la entonces Unión Soviética. El 20 de marzo de 1976 la Argentina venció 1-0 a la URSS con gol de Mario Kempes y actuación fenomenal del arquero Hugo Gatti, de gorra y pantalones largos, en una cancha que era un lodazal de barro y nieve. Terminada la gira, la selección volvió a un país distinto. La dictadura comandada por el general Jorge Videla había derrocado al gobierno de Isabel Perón y gobernaba a sangre y fuego. El Mundial 78 fue la expresión futbolera más brutal de ese momento, la gloria de la primera Copa Mundial por un lado, la grosera manipulación política por el otro. Y jugadores que, casi inevitable, sintieron que su conquista se produjo en el momento peor.
Si en el ’78 Menotti, de formación peronista y breve militancia comunista, era el nombre más politizado de aquella selección, en el ’82, en el Mundial siguiente de España, en plena Guerra de Malvinas, además de Menotti, el plantel tenía tres nombres que atraían especialmente a los periodistas extranjeros: Jorge Valdano con una postura de izquierda y, en la otra punta, Patricio Hernández nacionalista y Osvaldo Ardiles también por derecha (una expresión que modificó con los años, cuando inclusive hizo acaso la reflexión más lúcida sobre el rol de la selección campeona en 1978).
En México 86, además de Valdano, estaba ya un Diego Maradona maduro, rey adentro de la cancha, orador afuera, ambos críticos hacia el poder de la FIFA de Joao Havelange, para preocupación del DT Carlos Bilardo, que les imploró que atenuaran sus declaraciones, temeroso de que una vendetta desde Zurich frustrara el objetivo de la segunda Copa Mundial. Un Maradona desbordado lideró casi solitario la batalla en el Mundial siguiente de 1990, en Italia, donde “el 10” era amado en Nápoles, pero odiado en buena parte del país. La derrota en final polémica contra Alemania dejó las postales primero de Diego esperando que la cámara lo enfocara para responder con un insulto a los miles de italianos que silbaban al himno argentino. Y luego del mismo Diego llorando tras la derrota, pero lúcido para negarle la mano a Havelange. Cuatro años después, Mundial de USA 94, la FIFA del brasileño echó a Diego de la Copa por doping de efedrina.
Podemos citar dos antecedentes: en la Copa de Inglaterra 1966, el capitán Antonio Rattín resistió largos minutos a irse expulsado en Wembley en la derrota 1-0 contra la selección anfitriona (ganadora del título). Se hizo toda una mitología sobre Rattin “contra el imperio británico”, sentado burlón en la alfombra real, pero más colorida que real. El otro antecedente es Alemania 1974, cuando el plantel, ya eliminado, amagó negarse a jugar su último partido, en duelo por la muerte del presidente Juan Domingo Perón. Pero las rebeldías mayores fueron en años de Diego. En tiempos de Marcelo Bielsa DT (notable eliminatoria al Mundial 2002), la selección salía a la cancha con carteles que apoyaban luchas docentes y de Aerolíneas Argentinas como línea de bandera.
Y en los de Maradona DT (Sudáfrica 2010) la selección apoyó la lucha de Abuelas de Plaza de Mayo. Muerto Diego, el fútbol perdió (además de al ídolo) su rostro político más potente. Lisandro “Licha” Martínez, baja por lesión para la doble fecha del viernes contra Uruguay y el martes contra Brasil, fue el único miembro del plantel actual que se pronunció tras la golpiza policial a los jubilados que reclaman un dinero más digno. Estamos en tiempos distintos. El fútbol más formal elige la solidaridad con Bahía Blanca a modo de compromiso social. Un aplauso. Los hinchas comprometidos con la defensa de los jubilados reciben el castigo mayor. El miércoles habrá una nueva protesta y el viernes jugará la selección. Mundos que ya no se mezclan.