“¡Viva Perón!”. Ese, dice la leyenda, fue el grito de René Orlando Houseman cuando anotó el empate 1-1 contra Alemania Oriental en el Mundial 74: Juan Domingo Perón, 78 años, presidente por tercera vez de la Argentina, había fallecido 48 horas antes, 1° de jullo de 1974, hace exactamente medio siglo. “El Loco” Houseman, inolvidable puntero derecho del fútbol argentino, había estado de pibe en la Quinta de Olivos, primera presidencia de Perón, evacuado, cuando una sudestada inundó la villa del Bajo Belgrano, donde se crió.
Volvió en 1973, pero ya campeón con el Huracán del DT César Menotti. “¿Usted es el famoso Houseman?”, cuentan que lo saludó Perón. Houseman era uno de los jugadores del plantel que había celebrado su vuelta al país en una solicitada. Era el Huracán que jugaba lindo al ritmo de la hinchada que cantaba: “Lo dice el Tío (Héctor Cámpora)/ lo dice Perón/ hacete del Globo/ que sale campeón”.
La muerte de Perón en pleno Mundial de Alemania le provocó a René tristeza profunda, tanta que él y varios jugadores más pidieron que no se jugara (el 3 de julio) el último partido contra Alemania Oriental, porque además ambos equipos ya estaban eliminados. “Ante la congoja total que nos aflige –escribieron los jugadores en un comunicado- consideramos que es imposible competir”, pero “no nos cabe otra alternativa que ajustarnos a las disposiciones reglamentarias” que no podrán “disimular nuestro profundo pesar por el momento que vivimos nosotros y todo el pueblo argentino”.
La FIFA, que cesaba la presidencia del inglés Stanley Rous, amenazó con multa de 600.000 dólares y hasta posible quita de la sede del Mundial siguiente (1978). A cambio, permitió que el partido contra Alemania Oriental que debía jugarse en plena ceremonia de inhumación de los restos de Perón, cumpliera un minuto de silencio. Efectivamente, a los once minutos del partido que se jugó en Gelsenkirchen, ante más de 50 mil personas, el árbitro inglés John Taylor frenó una ejecución de tiro libre alemán e hizo cumplir el homenaje. El minuto de silencio, imposible imaginarse hoy algo así, se extendió a los otros tres partidos que se jugaban ese mismo día: el duelo decisivo que la Holanda de Johan Cruyff (La Naranja Mecánica) le ganó 2-0 a Brasil por el Grupo A y, por el Grupo B, el del anfitrión Alemania Federal 1 – Polonia 0 y Suecia 2 – Yugoslavia 1.
El dolor en la Selección Argentina era completamente real. Buena parte de sus jugadores habían crecido en hogares humildes y, por eso mismo, con familias protegidas por el peronismo, techo, trabajo y vacaciones. Pelota, bicicleta y Juegos Evita. “Veíamos irrespetuoso jugar mientras el país velaba al presidente”, diría luego Miguel Angel Brindisi. Eran tiempos también de un deporte masivo, aunque sin la misma fuerza inicial de los años ’50, cuando se hizo famosa una frase: “Perón le dio todo al deporte y el deporte le dio todo a Perón”, elogio pero también crítica, porque tanto apoyo incluía muchas veces el juego de la contraprestación y la arbitrariedad en favor de los más leales.
Apenas murió Perón, con tres días de duelo en Argentina, los jugadores colocaron una foto del presidente rodeada de velas y flores en el lobby del hotel en Metzkausen, cerca de Dusseldorf, como altar improvisado. Se celebró una misa luego, cerca del hotel. Era una Selección de grandes jugadores (Roberto Perfumo en un extremo, Mario Kempes y Ubaldo Fillol en otro), pero bajo una dirección caótica, que había debutado en el Mundial con derrota 2-3 ante Polonia, igualado luego 1-1 con Italia (gol de Houseman) y goleado finalmente 4-1 a Haití y clasificado a segunda fase gracias a que, en esa última fecha, Polonia “cumplió su papel” y venció 2-1 a Italia. Los polacos habían aceptado un “incentivo” de 25.000 dólares del plantel argentino, según pudo saberse muchos años después. Insólito, pero real.
En segunda fase, Argentina sufrió una de sus máximas humillaciones mundialistas (goleada 4-0 por la Holanda de Cruyff), cayó luego 2-1 ante Brasil y se despidió con el empate 1-1 ante Alemania Oriental. Eran tiempos en los que jugar en la Selección era casi un descrédito para jugadores que sufrían silbidos cuando volvían a las canchas locales. Argentina ni siquiera se había clasificado para el Mundial anterior (México 70). Se clasificó luego para Alemania dirigida por Enrique Omar Sívori, que dejó sin embargo el puesto seis meses antes de la Copa porque había deteriorado su relación con los jugadores.
Asumió en su lugar Vladislao Cap, que venía de dirigir en Colombia, secundado por Víctor Rodríguez y José Varacka, una triple conducción que no hizo más que agravar el cuadro. Terminado el Mundial, el peronismo confió la Selección a un joven DT que venía de coronarse con Huracán y tenía apenas 34 años. El Flaco Menotti marcó la era de la refundación. Estuvo la tarde del 4-0 de Holanda. “Salí del estadio con un dolor que me ahogaba”, diría luego. Pero convencido también de que el fútbol argentino podía ganarle a esa maquina. Lo hizo cuatro años después, en la final del Mundial siguiente. Antes de su muerte reciente, Menotti fue clave para que la AFA confirmara la gestión de Lionel Scaloni, secundado sin problemas de egos ni celos por Walter Samuel, Pablo Aimar y Roberto Ayala. Así llegó Qatar. Llegó la Selección que, a fuerza de toque y de lucha, busca ahora en Estados Unidos retener su título de la Copa América. Mantenerse como la número uno del fútbol mundial.