“El departamento de Inclusión e Igualdad ya está a disposición (...) y una vez más, ratifica su total compromiso en situaciones de género e igualdad, tal como sostiene el primer Protocolo del club para actuación ante casos de Violencia en Razón de Género, Identidad de Género y/u Orientación Sexual”, se lee en un corto y conciso comunicado del Club Atlético Boca Juniors, redactado el mismo 13 de mayo al conocerse una denuncia por abuso sexual e intento de homicidio que nuevamente tiene al jugador colombiano, Sebastián Villa, como principal protagonista.
El 12 de agosto del 2021, a través de la Asamblea de Comisión Directiva, el club de la Ribera determinó la aprobación del “Protocolo de Prevención y Acción Institución” en casos de discriminación, acoso y violencia de género. Bajo este documento de 19 páginas, la Institución se resguarda cada vez que la figura del equipo queda envuelto en un nuevo escándalo que pone en jaque a la cultura futbolera.
Prevención, asesoramiento, asistencia, respeto, privacidad y confidencialidad son algunos de los aspectos que aboga dicho protocolo ante los casos de violencia que son moneda corriente dentro del fútbol argentino. Pero, ¿qué dice realmente el tan señalado protocolo y hasta dónde se respeta cuando un futbolista que cada fin de semana convierte goles -siendo la máxima figura de una institución- y da títulos? ¿En qué momento se traspasa la delgada línea de “no separar” al jugador profesional de su vida privada?
Fue el Club Atlético Vélez Sarsfield, durante el año 2018, quien se convirtió en el ejemplo y dio el primer paso en lo que se refiere a protocolos de acción contra la violencia de género en el deporte. Según ese abarcan las situaciones de violencia de género, discriminación, hostigamiento, acoso y abuso sexual. Si algún futbolista de la institución de Liniers se encuentra involucrado en alguno de estos hechos, será sancionado por el club con la separación del plantel profesional y posteriormente, se le rescindirá su contrato.
Rápidamente, otros clubes del fútbol argentino siguieron la misma línea. Entre ellos figuran: River Plate (un protocolo con el objetivo de "facilitar una respuesta rápida, eficaz y concreta a las situaciones de violencia y/o discriminación que se den dentro de la institución o fuera, pero ejercidas por empleados o deportistas”); Racing Club que, además del protocolo, dispuso la creación del Departamento de Género y Derechos Humanos buscando “prevenir y eliminar la violencia y discriminación basadas en el género, orientación sexual, raza, ideología, identidad y expresión de género” -destacando el destierro del uso de valor y actitud sexistas, estereotipos, desigualdas y desvalorizaciones a personas-; y su par de Avellaneda, Independiente, que además de prevenir busca promover acciones de reflexión y el acompañamiento a víctimas de estas violencias (evaluando la gravedad del hecho, se sancionará según corresponda).
Las palabras están pero a veces -más de la que los propios clubes quisieran admitir-, se las lleva el viento.
Qué dice el Protocolo de Boca
En primer lugar es importante destacar que, como institución, Boca Juniors se plantea repensar y trabajar en la superación de discursos y prácticas naturalizadas socialmente “promoviendo el principio de igualdad y garantizando la perspectiva de género y diversidad”. A partir de ello se creó el Departamento de Inclusión e Igualdad, con Adriana Bravo (vicepresidenta tercera) a la cabeza, que lleva a cabo actividades y acciones para implementar programas que “eliminen a las violencias en todas sus formas”. Además sostienen que se llevarán adelante “acciones preventivas” entre las que figuran capacitaciones para dirigentes y deportistas, propugnar y publicitar buenas prácticas y visibilidad del compromiso social.
Más allá de todo esto, definen al Protocolo como “una herramienta o guía de actuación frente a situaciones de violencia en razón de género, identidad de género u orientación sexual en el ámbito de la institución” y así brindarle instrumentos a las autoridades para un “correcto abordaje”, con intervenciones claras y precisas. “En el ámbito de las instituciones deportivas se reproducen presupuestos, estereotipos, prescripciones y valoraciones socialmente construidas sobre lo masculino y lo femenino”, afirman. Pero, a pesar de ello, no actúan en consecuencia. Ni el abordaje es correcto ni, cuando se trata de Villa, hay intervenciones firmes.
“Es una decisión de esta institución combatir la violencia en razón de género en todas sus formas y modalidades, en el ámbito del club o que afecta a éste y para su logro indispensable, abordar la problemática con la finalidad de garantizar el derecho a la igualdad”, sostienen firmemente y a la vez señalan la importancia de visibilizar dichas problemáticas para evitar esos ambientes hostiles dentro de un club social. Su vigencia contempla, según el propio documento, a “todos los hechos de violencia en razón de género” dentro de las instalaciones y personas.
En diferentes artículos señalan que se investigará y sancionará a dichas violencias; que involucrará a todos los sujetos por igual; que no importará el contexto donde ocurran para ser sancionadas y que tampoco hará diferenciación entre violencia física, psicológica, sexual, económica y simbólica, entre otras. El fin del protocolo, según las propias palabras utilizadas, es claro: garantizar la igualdad; adoptar mecanismos de prevención, contención y protección; detectar tempranamente estos casos; desarrollar un ambiente de confianza para que las personas afectadas puedan denunciar su situación; brindar acompañamiento, asesoramiento y asistencia; difundir y formar sobre la problemática e impulsar capacitaciones para erradicar dichas violencias tan arraigadas socialmente.
Más allá de todo esto, en el Art. 8 se señalan tres conceptos que terminan siendo claves: la “no-revictimización”, la protección a la denunciante y el procedimiento urgente. En todos ellos, tanto en el caso actual como en el de la anterior expareja del jugador colombiano -quien lo acusó por violencia de género y lesiones-, hay fallas y no se respeta ninguno de los puntos. La comunicación dirigencial (y del Consejo de Fútbol) violenta aún más a la joven violentada; el acompañamiento y su protección parecen ínfimos y lejos están de actuar de manera “urgente”. Por el contrario, muchas veces se ignoran las acusaciones, se respalda y protege la imagen del jugador, no se lo separa del plantel y mucho menos se lo sanciona.
Otro de los puntos contradictorios se refleja en los artículos 10 y 11 del Protocolo. En el primero de ellos, destacan que “solo con la conformidad de la persona afectada puede activar el protocolo” mientras que en el segundo se resalta que “la denuncia se deberá presentar ante el Departamento de Inclusión e Igualdad” para la posterior activación, dejando en claro que es extremadamente necesaria; incluso más que la realizada frente a la Justicia. Si una joven denuncia judicialmente por abuso e intento de homicidio a un hombre (sin importa su nombre propio), dicha medida debería valer por sí misma y no son aceptables tantos 'peros'.
La burocratización y revictimización que propone el propio documento, que en lugar de defenderla la violenta, no es la respuesta correcta. Sumado a esto, la denuncia ante el propio departamento de "Inclusión e Igualdad" propone que la denunciante se acerque hasta el club, en Brandsen 805, donde su agresor entrena y trabaja todos los días. ¿Cuál es la protección y el cuidado que se le brinda? ¿De qué forma se evita que el victimario no vuelva a lastimarla? Las fallas son tantas y el entramado cultural es tan fuerte que quienes deben dar una solución real terminan siendo, en muchas ocasiones, parte del gran problema.
Y mientras tanto, Villa sigue bailando...
Leé el protocolo completo: acá.