Delfo Cabrera, el estandarte del deporte argentino en los Juegos Panamericanos

Uno de los mejores deportistas argentinos de todos los tiempos y, en plena General Paz, se convirtió en el hombre emblema de los Juegos Panamericanos

29 de octubre, 2023 | 15.00

Los juegos Panamericanos han tenido varias estrellas a lo largo de los años. Campeones Olímpicos y mundiales, dueños de récords y figuras de primer orden elevaron el nivel de las competencias continentales. Como Delfo Cabrera, primer ganador del maratón panamericano.  

Pero antes de llegar a eso, Cabrera había sorprendido al mundo del atletismo con su hazaña más grande: El Oro en Londres 1948, los primeros juegos después de la segunda guerra mundial. Un triunfo que dio la vuelta al mundo y convirtió al nacido en Armstrong en 1919 en uno de los representantes más grandes del atletismo sudamericano. 

En realidad, que un argentino ganase el oro en el maratón olímpico no era tan sorpresa, ni siquiera una novedad. Juan Carlos Zavala, el ñandú criollo, había triunfado en Los Ángeles 1932, una verdadera irrupción mundial, además de conservar varios récords mundiales durante un tiempo. Y sólo la suspensión por la guerra privó a Raúl Ibarra de lo que podría haber sido otra actuación memorable en la máxima cita deportiva.

Delfo Cabrera no se dedicaba al atletismo, pero a los 13 años escuchó por radio el triunfo de Zavala. Inspirado por él comenzó a correr, todavía changuito, entre trabajo y trabajo y de regreso a su casa. Con el tiempo se destacó en los campeonatos provinciales, donde llamó la atención de Francisco Mura, quien lo llevó a Buenos Aires para que se entrene en San Lorenzo de Almagro, no bien terminó el servicio militar. Más tarde ingresó como bombero a la policía federal y se casó con Rosa Lento. 

El 7 de agosto de 1948, misma fecha en la que el Ñandú había logrado su título,  Londres vibró con los pocos más de 42 kilómetros del maratón olímpico. En un principio, Cabrera se mantuvo algo alejado de los primeros puestos, de acuerdo a lo que se esperaba de alguien que prácticamente nunca había corrido una maratón, ya que su especialidad eran pruebas más cortas. Incluso había estado cerca de no participar porque sus registros no convencían, aunque sí su convicción y seguridad.

La estrategia de los corredores argentinos -Eusebio Guiñez y Armando Sensini también estaban en la carrera- consistía en dejar fuerzas para el último tramo. Allí Delfo, dicen alentado por sus compañeros, levantó el ritmo y entró al mítico estadio de Wembley apenas 15 metros detrás del belga Etienne Gailly,  bajo el ensordecedor grito de las multitudes en las tribunas, ya que también se acercaba el local Thomas Richards. 

Fue entonces cuando nació el mito. El santafesino arremetió en los últimos metros y se quedó con el primer lugar, aprovechando las reservas de energía que tenía. El británico finalmente fue segundo y Gailly, quien había sido paracaidista en la segunda guerra mundial, pudo cerrar el podio con el bronce. Los otros dos argentinos también llegaron entre los primeros diez. Guiñez fue 5to y Sensini 9no. Para tomar dimensión: Hubo que esperar hasta Beijing 2008 para que otro país - en este caso Etiopía- volviese a tener tres representantes en los primeros diez puestos de un maratón olímpico 

El triunfo de Cabrera fue tan resonante, que a su regreso fue recibido como héroe. En el camino había quedado una larga aventura, que incluyó alojarse en los campos de entrenamientos de las fuerzas armadas británicas - Londres todavía estaba en reconstrucción- y un peculiar episodio con sus zapatillas. Solo había llevado un par y se le rompieron previo a la carrera, por lo que tuvo que competir con su calzado encintado, no en las mejores condiciones.  

La vuelta al pago también tuvo sus particularidades.  En una nota a El Gráfico en los 60, Cabrera contó que en el barco de ida había discrminación social. Los dirigentes, esgrimistas, jinetes y tiradores viajaban en primera clase. Los atletas en tercera donde de nuestro camarote al agua había un cachito así de fierro según relató él mismo. A la vuelta, claro, lo invitaron a primera, pero aceptó con la condición de llevar a sus compañeros. El barco los dejó en Montevideo y desde allí cruzaron el Río de la Plata en avión, para aterrizar en Morón el 14 de septiembre, más de un mes después de consagrarse en Wembley. 

El gobierno de Perón le regaló una vivienda como recompensa, además de premiarlo con la medalla de la Lealtad Peronista, reconocimiento que también obtuvieron Mary Terán, Pascual Pérez y Juan Manuel Fangio, entre otros. Cabrera tuvo tres hijos con su esposa, Hilda, María Eva y Delfo Jr. La del medio fue nombrada así en honor a Evita y esta fue su madrina. 

Por todo esto ya era una personalidad destacada cuando recibió el honor de ser abanderado de la delegación argentina en los primeros Juegos Panamericanos Buenos Aires 1951. En el recién inaugurado estadio de Racing, con Juan Domingo Perón y Evita en el palco, Cabrera encabezó a todos los deportistas del país, que algunos días más tarde cerraron una actuación histórica: 68 medallas doradas, 47 plateadas y 38 de bronce, para liderar el medallero panamericano. Fue una de las dos veces en la historia -la otra en La Habana 91- que Estados Unidos no dominó la cosecha de podios y el santafesino aportó lo suyo. 

El primer maratón panamericano se corrió por la General Paz, entre otras calles de Buenos Aires. El público argentino se amontonó a los costados para alentar a Delfo, protagonista de la carrera junto al correntino Reinaldo Gorno, quien un año más tarde ganaría la medalla de plata en Helsinki 1952, solo superado por el mítico Emil Zatopek. 


Los dos argentinos corrieron casi a la par durante buena parte de la carrera, pero en los últimos kilómetros Cabrera logró despegarse de su compañero y rival, para entrar al estadio Monumental de River -sede también de la ceremonia de clausura- en el primer puesto, bajo el aliento incansable de las tribunas. De esta forma, junto a los estadounidenses Malvin Whitfield y Bob Richard -especialistas en pruebas de medio fondo y salto con garrocha, respectivamente- el cubano Rafael Fortún -oro en los 100 y 200 mts- y el brasileño Adhemar Ferreira da Silva - récord mundial en triple salto ese mismo año- fueron de los atletas más destacados en esos días. 

El abrazo al peronismo no terminó allí. Delfo se convirtió en ferviente militante y símbolo del partido justicialista. Cuando derrocaron a Perón en el 55, pasó a ser perseguido, algo que también le ocurrió a varios deportistas. Con él fue personal: No pudo competir en Melbourne 55, fue ninguneado, lo cesaron como bombero y hasta intentaron sacarle la casa obtenida después de Londres. Al tiempo estaba trabajando como pincha papeles en el jardín botánico, alejado de los flashes y laureles que lo habían consagrado como uno de los deportistas más populares de aquellos tiempos. Recién durante el gobierno de Cámpora pudo recuperar su lugar en la policía federal, pero para ese entonces había logrado acomodarse, tras estudiar educación física. 

En agosto de 1981, a días del aniversario de su mítica carrera, Delfo Cabrera falleció en un accidente de tránsito. O por lo menos así se anunció. En un principio se habló de una mala maniobra suya, que derivó en la tragedia. Más tarde, y por insistencia de la familia, se reabrió la causa y se comprobó que un funcionario militar había sido el culpable. Para ese entonces, su huella y su legado eran inmortales.