El 15 de junio de 2014 se iniciaba un camino que ninguno de los argentinos imaginó que terminaría en una definición ante Alemania, con la Copa del Mundo observando como testigo privilegiada y a la espera de saber quién sería su nuevo dueño. La selección argentina ganó ante Bosnia y Herzegovina por 2 a 1, sin grandes atenuantes pero con un golazo de Lionel Messi yendo de derecha a izquierda para sacar un latigazo de media distancia.
Las dudas y el desempeño no tan vistoso, pero efectivo, del seleccionado (sumado a una famosa línea de cinco defensores que los críticos advirtieron con rapidez) hicieron que no todos los argentinos tuviesen confianza en un plantel que luego comenzaría a brindar sus funciones más épicas. Una victoria trajo a otra, y el equipo se hizo al andar.
En la segunda fecha de la fase de grupos se venció a Irán por 1 a 0, con un gol agónico de Lionel Messi en el primer minuto de descuento. Llegaba el tercer partido, y enfrente se encontraba Nigeria para intentar doblegar a un equipo que hasta el momento llegaba invicto. Y tampoco pudo hacerlo: fue 3-2 a favor de los de Alejandro Sabella, con doblete de Messi y Marcos Rojo.
Ahora bien, toda esta introducción fría y estadística le da paso a las proezas que se llevaron adelante en los encuentros de eliminación directa. El 1 de julio de 2014 llegó Suiza, y con este rival se dio un encuentro realmente difícil que no se definió sino hasta dos minutos antes de culminar el tiempo suplementario. Cuando los penales acechaban y la definición desde los doce pasos estaba a la vuelta de la esquina, apareció Ángel Di María para definir de forma agónica la clasificación a octavos de final.
En cuartos, esa histórica barrera que Argentina no lograba pasar desde el Mundial 2006, esperaba Bélgica. La temerosa y sorpresiva Bélgica. Y fue 1-0, con un golazo de Gonzalo Higuaín. También por la mínima diferencia, pero con un equipo consolidado que dejaba todo por los colores y sacaba un plus cada vez que el colectivo así lo necesitaba.
El 9 de julio, en nuestro día de la Independencia, llegó la semifinal. Llegó Holanda. Con todos sus pergaminos, con Robben encendido y una velocidad que sólo Javier Mascherano fue capaz de contrarrestar en una de las últimas jugadas del partido. Fue 0-0, y nos fuimos a los penales. Todavía recordamos con alegría aquel gol de Maxi Rodríguez en el último lanzamiento a favor de Argentina y las célebres atajadas de Chiquito Romero. La felicidad fue extrema, llegábamos a una nueva final del Mundo tras 24 años.
Del otro lado, en el último encuentro, Alemania esperaba. Como en Italia 1990, como en México 1986. En este último fue para nosotros, cuatro años después fue para ellos. Y aquí, en Brasil, luego de batallar durante 120 minutos, otra vez fue para los bávaros. Con gol de Mario Gotze, Alemania se quedó con una nueva Copa del Mundo frente Argentina. Pero nuestra victoria estuvo en las calles, en la unión de un pueblo que no se veía tan compacto desde la vez en que Diego Maradona tiró pinceladas en los últimos mundiales que disputó. Y fue todo mérito de Alejandro Sabella, su "nosotros antes que el yo" y un equipo de profesionales dispuestos a ayudar al compañero más allá de las funciones personales dentro del campo de juego.