Hulk Hogan, el héroe de la lucha que apoya a Donald Trump cuyo legado fue arruinado por racista

Fue el protagonista del boom del pancracio en los 80. Pocos alcanzaron su fama en la historia del deporte, pero su constante racismo afectó su legado.

29 de octubre, 2024 | 06.20

Hulk Hogan es uno de los ídolos más importantes de la historia de la lucha libre. También es un mentiroso compulsivo. Protagonizó múltiples hitos hacedores para el espectáculo estadounidense y también inventó varios que nunca ocurrieron. Sin él, WWE jamás se hubiera convertido en un fenómeno mundial y, cuando se hartó de Vince McMahon, el dueño, se fue a WCW, la empresa rival, donde le dio un giro de 180 grados a su personaje y volvió a cambiar al pancracio para siempre. Hogan también aseguró que estuvo a punto de ser bajista de Metallica, que Elvis Presley era fanático suyo y que luchaba 400 días al año. Es racista y apoya a Donald Trump, a quien elogió llamándolo su héroe. El mundo según Hulk Hogan es un lugar muy complejo.

Antes de arribar a WWE , Hogan ya causaba furor en la American Wrestling Association. ¿Y cómo no lo iba a hacer? Era un adonis de dos metros con el pelo platinado. Para cualquier promotor, se trataba de una licencia para imprimir dólares. En esa época, McMahon comenzó a expandir su compañía por todo Estados Unidos y compraba a los mejores luchadores de su competencia. Hogan fue uno de ellos. Cuando lo incorporó en 1983, McMahon sabía que tenía ante sus ojos al abanderado de su expansión mundial. El mundo del espectáculo ya le había echado una mirada al luchador, puesto que un año antes fue parte de Rocky III, donde enfrentó en pantalla a Sylvester Stallone.

La victoria definitiva para Vince McMahon llegó el 31 de marzo de 1985, cuando se celebró en el Madison Square Garden de Nueva York el primer WrestleMania, el Super Bowl de la lucha libre. La idea de McMahon era que se combinara la cultura pop y el pancracio. Del lado de la música y la televisión los representantes fueron Mr.T y Cindy Lauper, del lado de la lucha libre, Hogan. El evento fue un éxito masivo y así empezó la “Hulkamania”. “Hulk Hogan fue una figura amigable para los niños durante la segunda mitad de la década de los ochentas, a partir de la primera WrestleMania. Aunque ya había dejado de ser rudo unos años antes y era muy popular, fue hasta WrestleMania cuando una nueva generación de niños se volvió aficionada a la lucha profesional”, explicó Ernesto Ocampo, historiador y dueño de la revista mexicana Súper Luchas. 

Hogan era un sueño hecho realidad. Los niños lo amaban. Vestía de amarillo y rojo. Era patriota y entraba al ring con un temazo cuyo estribillo decía “soy un verdadero americano, pelearé por los derechos de todos los hombres, pelea por lo correcto, pelea por tu vida”. Aconsejaba a los jóvenes fanáticos que tomaran su vitaminas y comieran sus verduras. Pero faltaba algo más, Hogan necesitaba la hazaña mitológica para convertirse en un Aquiles del siglo XX. Y eso llegó en 1987.

WrestleMania III necesitaba un gran evento estelar para copar el Pontiac Silverdome de Michigan. WrestleMania II obtuvo malos resultados, y McMahon precisaba de una lucha que pudiera entusiasmar a los aficionados y mantener viva a la WWE. El plan del promotor fue pedirle a André El Gigante, una mole francesa de dos metros y veinte de alto que enfrentara a Hogan en la batalla principal. André sufría acromegalia, lo que se conoce comúnmente como gigantismo, y tenía varios problemas físicos que se iban a agravar si volvía a subirse al cuadrilátero. Pero el francés, fiel a McMahon, se subió al ring de todas formas y protagonizó una de las luchas más épicas en la historia del pancracio estadounidense. Hogan levantó al gigante, lo estampó contra el suelo y lo remató con su clásico machete de piernas. Los miles de aficionados estaban eufóricos. Al fin Hogan se había transformado en leyenda.

Hasta ahí es lo que le gusta contar a WWE. Pero Hulk Hogan -obviamente- no se llama así. En realidad su nombre es Terry Bollea, y no es para nada amigable. Con una personalidad mezquina, Bollea fue el principal, como dirían en los pagos rioplatenses, botón de McMahon. Carnero con sus compañeros en el vestuario, Hogan aprovechaba su estatus como ídolo para cambiar resultados y posicionarse en el cartel del espectáculo. Según la “historia oficial” de McMahon, WrestleMania III tuvo un récord de 93 mil aficionados presentes, cuando en realidad fueron diez mil menos. Hogan se creyó tanto esta fantasía que hasta hoy en día le añade decimales. 

Cuando McMahon no vigilaba, Hogan patrullaba. Jesse Ventura, luchador que más tarde se convertiría en gobernador de Minnesota, quiso formar un sindicato en el vestuario de WWE. Hogan, que estaba al tanto, le contó todo al empresario y así frustró el intento de sindicalizar el pancracio.

Sus actitudes pasaban de largo porque era la atracción principal para McMahon, pero a mediados de los 90 su popularidad comenzaba a mermar y el estilo de WCW, empresa rival, comenzaba a ser más atractivo para los fanáticos. Los que eran niños con la Hulkamania ahora eran adolescentes, y no estaban interesados en tomarse sus vitaminas. McMahon, que no pasaba por el mejor momento financiero, no pudo retener a su luchador insignia, y tuvo que ver cómo partía hacia otro puerto. Así, en 1994, Hogan abandonó WWE.

Fue un pésimo momento para que esto ocurriera, en ese año, WWE enfrentaba un juicio muy grave porque la empresa estaba acusada de repartir esteróides a sus luchadores. Estados Unidos en ese momento realizaba una importante campaña anti drogas, y el doctor George Zahorian III, médico que trabajaba de cerca con el talento del ring, estaba hasta las manos. Todos desfilaron por la corte judicial y de la opinión pública. Se sabía que Hogan tomaba anabólicos, pero mintió tanto en entrevistas como en su declaración ante el tribunal. “El escándalo de esteroides en WWE provocó que muchos vieran a Hogan como un hipócrita”.

La popularidad de Hogan ya no estaba en su punto máximo. Así que Eric Bischoff, el encargado de guionar WCW, tuvo que recurrir a un recurso narrativo que era impensado en el pináculo de la Hulkamania: convertir a Hogan en un villano. En 1996, durante el evento Bash at the Beach, Kevin Nash y Scott Hall, otros ex WWE que eran los malos principales de WCW, enfrentaban a los héroes Randy Savage (viejo compañero de Hogan en WWE), Sting y Lex Luger. El atractivo era que un tercer hombre se iba a sumar al equipo de los rudos, y parecía que eso iba a quedar en la nada porque la lucha terminó sin resultado y con los rudos castigando al pobre Savage. Sin embargo, Hulk Hogan apareció para rescatar a su amigo hasta que ocurrió lo impensado: lo atacó. Hogan era el tercer hombre y básicamente había traicionado a sus fanáticos y a sus valores. La fanaticada estaba furiosa y arrojó muchísima basura al ring. La maniobra había sido un éxito y Hogan volvía a ser la principal estrella del deporte.

Esto envalentonó la personalidad errática de Hogan y provocó que no tuviera muchos amigos en el vestuario de WCW. Pero era la estrella. Como él era uno de los que más tarde pasó a manejar las decisiones creativas de la empresa, WCW terminó en la quiebra y Vince McMahon la compró por dos millones de dólares. En realidad pasó mucho más, pero es historia para otra nota.  Eventualmente, Hogan hizo las paces con McMahon y volvió al ring donde tuvo un enfrentamiento espectacular con The Rock, dejó de ser rudo y volvió a ser el Hogan colorido que amaban en los 80. Su carrera continuó hasta 2012 y ese fue el fin de su exposición de cara al ojo público… o eso se creía.

En 2013, Hogan denunció a la empresa Gawker Media porque publicaron un sextape sin autorización del ex luchador. Pero no era todo el material que salió a la luz. En 2015 apareció un video de Hogan manifestando su descontento con la vida amorosa de su hija, y mientras lo hacía realizó un fuerte descargo con múltiples términos racistas. Fue tan grave que WWE lo despidió de su contrato de leyenda. 

Hogan peregrinó tres años hasta que WWE lo volvió a incorporar. Se hartó de pedir disculpas que, para muchos luchadores afroamericanos, no parecían honestas. Incluso el mismo Hogan llegó a decir que aquellos que no lo perdonaban “no entendían la hermandad que representaba WWE”. 

El 20 de agosto de este año, Hogan se presentó en el rally republicano para apoyar a Donald Trump en su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. El ex luchador aseguró que tenía que estar presente luego de ver cómo su héroe, Trump, fue atacado en un intento de magnicidio. El problema fue que más tarde se filtró un video de Hogan junto a seguidores del ex presidente preguntándoles si querían que él le aplicara a la candidata demócrata movimientos de lucha libre. El stand up del ex luchador remató con un “¿es india?” en referencia a la etnia de la actual vicepresidenta.

“El que Hogan apoye a Trump no le hace ningún favor a ninguno de los dos. Hogan es en la actualidad una caricatura de la cultura popular de los ochentas. A los votantes cautivos de Trump podrá no importarles, pero ningún votante joven se va a convencer por ver a alguien que sólo conocen porque genera encabezados de burla. Obviamente no dimensionan lo grande que fue, y aunque lo hicieran, pesa más su fama de racista y protagonista de una sex-tape que cualquier connotación positiva”, reflexionó Ocampo.

De ser un luchador electrizante e ícono de la cultura pop a una caricatura, Hulk Hogan vivió muchas vidas. En la lucha libre fue muy grande, pocos en la historia llegaron a superar su estatus de leyenda. Sin embargo, las constantes mentiras, el racismo y la violencia política mermaron su legado. En esta historia, el pez murió por la boca.