Como en la oscuridad desapacible de “Las mil y una noche” recurrimos a los cuentos eternos de Sherezade para demorar el miedo a la muerte. Queremos ver, entender, abrir los cerrojos con las ganzúas de nuestros propios ojos. Descubrir lo que se oculta, lo que se esconde, lo que envenena, rogándole a la vida una pausa reflexiva, un deseo amable, una lágrima.
La vida pasa junto a los muros que cada uno se ha fabricado. Como Alicia al otro lado del espejo edificamos caparazones vacíos en esta cada vez más compartida sensación de irrealidad. Que sociedad extraña: los viejos en los asilos, los niños en las guarderías, y los perros en las plazas.
Dibujando tramas que se despliegan como fugas barrocas me encontré buscando papel higiénico en Wikipedia. Un texto fascinante. Resulta que viene de Oriente, como todo. En los primeros meses de pandemia estuvo muy solicitado, al punto de que un periódico australiano publicó ocho páginas en blanco como servicio público necesario a la comunidad. Resultó ser un éxito desmesurado. Son de esos gestos generosos, minúsculos, de que está hecha la vida pequeña. La experiencia debería repetirse en nuestro país, en un intercambio de páginas en blanco por editoriales de medios dominantes y de políticos “casposos”, crepusculares. Ahí lo dejo. Como una iniciativa más a considerar en este otoño truculento, más viscoso que líquido.
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Aunque el apocalipsis suele faltar a la cita, los profetas del fin del mundo no parecen perder un ápice de credibilidad. Horacio Rodríguez Larreta se alzó este mes como salvador irredento de la educación pública universal. Un solo dato lo desdibuja: los 500 millones de pesos que se dejaron de invertir este año. No es un dato menor para tanto compromiso público. ¿En qué intrincado laberinto está encerrada el alma convulsa de este minotauro? Su “fashion week” de la educación a cielo abierto recoge adhesiones furibundas de sectores diversos, incluido ese fenómeno social inoculado como nuevo oráculo de la modernidad que es Fernando Iglesias. Lo dijo el gran Dolina: “No se metan a pensar si no están acostumbrados”.
El negacionismo cruza la “tierraplana” varias veces al día, en un ida y vuelta vertiginoso, sostenidos por ideólogos viscosos de tabernas poco ventiladas. El máximo mandatario de la ciudad es un enamorado “ideológico” de la “derechita cobarde”. Así le llama la ultraderecha española al conservador Partido Popular. El romance se extiende a la presidenta de la Comunidad de Madrid, la “turbonegacionista” Díaz Ayuso. La comunidad madrileña reviste el mayor número de fallecimientos totales y muertos por habitantes de España. Entre caravanas de difuntos te puedes beber una caña fresquita rodeados de multitud de barbijos “bolivarianos” inexistentes. En la capital del Estado, si te contagias, te meten una Quilmes intravenosa entre pecho y espalda, y si por defecto de forma solicitas un PCR los jerarcas “neos” te cruzan la cara por engordar el gasto público. Hay años en que uno no está para nada. Los madrileños ya están dispuestos a inyectarse lo que sea, “mojo picón” si es necesario.
La sátira no va contra la sanidad pública, va contra quienes la denigran, restando recursos, privatizando. La pandemia nos ha demostrado que sin lo público somos insignificantes.
Y luego está el fútbol ¿Qué hacemos con el fútbol? Ese omnipresente dios del Parnaso incrustado en la extravagante eternidad del orificio de su ombligo. Fútbol y y muerte, relación conocida. Los muertos se mueren entre “copas libertadores y ligas nacionales”. Morimos mirando. Ninguna gran tragedia ha servido para refinar la sensibilidad humana.
La Historia se repite. El 2 de mayo de 1982 el ARA General Belgrano era hundido en aguas del Atlántico Sur, falleciendo 323 soldados. A nosotros la tragedia nos sorprendió en pantaloncitos cortos, entrenando. Días después nos enfrentábamos a Quilmes por las semifinales del Campeonato Nacional. Entre gambetas y “gurkas” degollando a cuchillo limpio, el país selvático caminaba sin culpa por su mundo imaginario. Se llenaban los estadios de una algarabía con olor a sangre seca. A las islas del olvido solo llegaban los ecos de una fiesta enfermiza, infame, mezquina. Aquellos “pibes-soldados” que cambiaron “figuritas” por bayonetas, yacían inertes en las orillas de las playas con los ojos oscuros como “canicas” negras.
Es difícil mirarse hoy sin trampas, sin filtros, con todas nuestras fragilidades a cuestas. Esos cuerpos han venido para siempre a habitar nuestra tristeza.
El duelo reclama hoy sus ceremonias, la atención al detalle, que te abracen, que te rodeen, que te sostengan, necesitamos liturgias para llorar juntos, para celebrar lo vivido.
Hay algo de poesía triste en esta soledad de desierto. A todos nos ha recordado visceralmente la intensa fragilidad de la vida. Cuando la borrasca se suavice nos daremos lo que los muertos no han tenido, abrazos de piel.
(*) José Luis Lanao, ex jugador de fútbol y periodista. Formó parte de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979.