Maxi Espinillo, el crack de Los Murciélagos que busca el oro en Tokio 2020

Maximiliano Espinillo empezó como la mayoría de los futbolistas en esta categoría: poniéndole una bolsa a la pelota. Con potrero, el jugador de Los Búhos en Santa Fe, ahora también la rompe en la Selección y lucha por una medalla. Conocé su historia

02 de septiembre, 2021 | 10.41

Es uno de los mejores jugadores de Los Murciélagos, la Selección de fútbol integrada por ciegos que busca una medalla de oro. En los primeros partidos en los Juegos Paralímpicos de Tokio, Maximiliano Espinillo fue la gran figura y, aunque está acompañado de un gran equipo, se destacó como el principal jugador.  

Maximiliano Espinillo es cordobés, tiene 27 años y metió siete goles en el torneo. Argentina ya se aseguró una medalla en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020 y va por el título. Los videos hablan por sí solos. En varios de los partidos en los que fue protagonista, Espinillo encaró, tomó la pelota y amagó con una precisión que sorprende a cualquiera que nunca haya visto un encuentro de este estilo. 

Junto con el equipo que, ahora, está en Tokio no se encuentra el referente más grande del fútbol para ciegos: Silvio Velo. Con 50 años, la máxima gloria de este deporte se quedó afuera de la lista, pero tiene en Espinillo a uno de los mejores jugadores para reemplazarlo. La llegada allí no fue fácil. Por el contrario, fue arduo. El jugador de Los Buhos en Santa Fe fue vendedor ambulante en el centro de la ciudad de Córdoba. Al principio lo hacía con sus papás, después creció y se largó solo. En una entrevista, con el diario La Voz de esa provincia, contó que trabajó en colectivos: "Vendíamos pilas, relojes. Yo vendía golosinas en colectivos, chocolates, caramelos". 

Con 27 años, Espinillo es una de las figuras del equipo argentino. Más allá de la selección, el crack de la Celeste y Blanca juega en Los Búhos, un equipo de fútbol para ciegos de Santa Fe. Desde hace tres años, el goleador de Argentina en Tokio la rompe en ese equipo. "Todavía me sorprende la seguridad con la que se mueve, como acomoda el cuerpo. Y es una bestia, cada ve que él agarra la pelota en esa zona es imposible moverlo", dice Marcelo Gómez, su entrenador en el conjunto santafesino, en charla con El Destape.  

Los Búhos son unos de los 22 equipos de fútbol para ciegos que hay en Argentina. Si bien hay equipos en Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, en muchas otras provincias directamente no se juega.  También otro problema es el tiempo que duran estos equipos, ya que muchos dejan la competencia y se desintegran. En cambio, este conjunto santafesino está en marcha desde 2003: "Maxi está acá, pero podría estar en Buenos Aires. Una de las cosas que nos dijo es que quería un trabajo serio y nosotros estamos para tratar de dárselo. Por suerte él eligió estar con nosotros también porque se mudó. Y estamos muy contentos con él".

Más allá de tenerlo consigo día a día, su entrenador se sigue sorprendiendo de lo que hace dentro de una cancha. "Hay mucho de picardía, la viveza o la inteligencia, mejor dicho, para usar ese engaño. Maxi va hasta el fondo, acomoda la pelota y va para el otro lado. Eso lo hace muy bien", agregó Gómez. Las imágenes son claras. El control es corto, rápido y Espinillo hace gambeta. La lleva para un lado y, automáticamente, quiebra la cintura y sale rápido para el otro sector. Sin ver absolutamente nada, solo escuchando la pelota. 

Todos los futbolistas arrancaron con la número cinco desde muy chicos. Con su familia y como un juego. Solos o entre amigos. Si no había pelota, en las mayorías de las historias, siempre aparece un rebusque.  En el caso de Maxi también se la rebuscó para ir a jugar a los potreros y con una vuelta más. En una charla con La Garganta Poderosa, Espinillo contó que cuando vivía en la Villa El Nylon de Córdoba no solo estaba en "una casa que llovía más adentro que afuera" sino que también encontró la forma para jugar a la pelota. 

A los cinco años, después de haberse quedado ciego por un desprendimiento de retina producto de un virus, sus ganas de jugar al fútbol con algunos amigos no cesaron. Y sus padres también lo ayudaron. Se la ingenió. En la misma charla con La Garganta contó: "Le ponía una bolsa a la pelota o agarraba una de plástico, la pinchaba y le ponía algunas piedras para que hiciera ruido".  Ahora, más de veinte años después esos comienzos se notan en Tokio.  Tal cual ocurre a nivel convencional, una vez más el fútbol de potrero se mantiene y eso marca la diferencia.

 

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