En plenos Juegos Olímpicos de Tokio 2020, las historias de superación de los deportistas argentinos trascienden cada vez más y ahora es el turno de Ana Gallay, la jugadora de beach vóley que representa a su país natal en Japón junto a Fernanda Pereyra, su compañera desde hace algún tiempo.
Como suele ocurrir en estos casos, su recorrido fue bien desde abajo, cuando desde chica ni siquiera se dedicaba a pleno a esta actividad porque las urgencias económicas demandaban otra cosa. Sin embargo, consiguió cumplir el gran sueño de decir presente en el certamen más importante del mundo para los atletas.
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La infancia y la adolescencia
La jugadora argentina de beach vóley disputa sus terceros Juegos Olímpicos, aunque hace una década las cosas no eran sencillas para la entrerriana de Nogoyá de 35 años, 1.74 m. y 66 kilos: se levantaba a las 5.30 y una hora después, aún de noche, salía en su moto hasta Crucecita Octava para dar clases de Educación Física. No era un viaje cualquiera, ya que se trataba de 70 kilómetros por caminos de tierra y, a veces, en pleno invierno, en un paisaje helado.
“Sí, yo estaba media loquita, pero lo hacía para ahorrar y comprarme un auto. Había días que hacía los 140 kilómetros por 40 minutos de clase. Al principio era titular de apenas tres horas y luego me quedé con 18. Algunos me dicen que tuve suerte, pero en realidad no sé cuántos hubiesen hecho ese esfuerzo. Hoy, cuando miro para atrás, me siento orgullosa del sacrificio y de haber llegado hasta acá, aunque no sé si lo volvería hacer…”, reflexionó con una sonrisa acerca de su pasado.
El nivel en Tokio 2020
Más allá de la derrota por 2-0 en el debut en la cita asiática contra las brasileñas Eduarda Santos y Ágatha Bednarczuk, quienes lideran el ranking, elige valorar otras situaciones. “Estoy muy feliz, cómoda y disfrutando como nunca. Esta vez vine más relajada, a pasarla bien y sin meterme presión. Aprendí después de lo que viví en Río de Janeiro 2016, que fuimos de otra manera y, con el público argentino y lo que se generó, me terminó jugando una mala pasada. Estuve muy tensa y eso me perjudicó en la competencia. Ahora quiero todo lo contrario. No es fácil porque cuando sentís que podés ganar la presión es casi inevitable pero ahora, como no llegamos en nuestro mejor momento, preferimos tomarlo de otra forma con ´Fer´”.
“Lo más lindo es estar en la Villa (Olímpica), cruzarse con todo tipo de deportistas, desde los más amateurs hasta los famosos y súper profesionales, porque acá somos todos iguales y estamos en la misma sintonía", profundizó, y dio un ejemplo contundente al respecto: "Bajé en el ascensor con (Luis) Scola y charlamos un rato. Yo no jodo a nadie, no me gusta pedirles fotos ni nada, apenas conocer cómo están y cuándo compiten”.
Ya recuperada de una cirugía en el hombro y de un desgarro en la rodilla, sabe que son dos lesiones que no la han dejado llegar como quería a la capital de Japón, aunque igualmente sostiene la esperanza: “A ambas nos falta ritmo de competencia, pero dejaremos todo. Luego, en la zona, tenemos a Canadá y a China. Debemos ganar al menos uno para tener posibilidades de avanzar. Pasan los dos primeros de cada zona (son seis), los dos mejores terceros, y después hay un repechaje por otros dos lugares”.
La soledad y las dificultades económicas
Además, la destacada atleta reveló que tanto en el presente como en otra época ha vendido publicidades para poder solventarse los gastos y no reniega de eso ni mucho menos. “No me arrepiento de nada y hoy, cuando miro para atrás, veo todo lo que hice y lo disfruto más”, reconoció. “Se me viene la imagen de cuando entrenaba sola… Porque yo jugaba en Aldea Brasilera, a 120 kilómetros, pero en la semana debía prepararme sin el equipo. Recuerdo que mi vieja me alcanzaba las pelotas y un amigo, al que le enseñé a levantar, me ayudaba para que pudiera rematar… Son lindos recuerdos que me generan mucho orgullo”, profundizó.
Su programa solidario
Hace casi cuatro años pertenece a la iniciativa que elige lugares carenciados y los mejora desde la infraestructura con sus materiales para la construcción. “Yo no pasé hambre como mucha gente hoy, pero la verdad es que mi familia tuvo que hacer sacrificios y me ayudó mucho. Por eso me gusta hacerlo a mí", detalló. Y amplió: "Siempre quise ayudar a cambiar la realidad de la gente que necesita, pero no podía. No es nada fácil para un atleta amateur… Hasta que Saint-Gobain apareció y me dio esta chance, con un compromiso muy marcado hacia la gente que menos tiene”.
En 2017 escogió el Hospital San Blas de Nogoyá, en 2018 se afianzó con un proyecto en el comedor Dulces Sonrisas de Mar del Plata –donde se radicó-, en 2019 arrancó otro en el merendero Valeria en el barrio nuevo Golf de la ciudad y en 2020 siguió con la Fundación Arco Iris en Villa Gesell, donde se hicieron baños con una nueva fórmula de ecoladrillos para conseguir que más chicos con capacidades distintas pudieran ir al Centro de Día para realizar reprogramas y talleres de integración. Ya en 2021, eligió colaborar con el Hospital Municipal de Miramar.
“Es un proyecto muy lindo que consiste en pintar todo el lugar, por dentro y por fuera. Lo considero muy importante porque, cuando sos paciente, es otro el ánimo cuando el lugar está mejor, más lindo. El edificio, que está ubicado cerca del mar, es grande, tiene dos bloques, y ambos con sectores de terapia intensiva. Necesita una mejora porque es un hospital completo en el que se atienden personas de toda la zona. Lo visité y me pareció un gran aporte”, completó.