El padre del liberalismo económico, Adan Smith, escribió en su obra Teoría de los Sentimientos Morales, de 1759: “No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos proporciona el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios, sino su egoísmo”; y subrayaba: “al perseguir su propio interés, el individuo es conducido por una mano invisible a promover el interés público, aún sin proponérselo”.
Hace unos meses se cumplieron 50 años del ensayo que mudó la piel del capitalismo contemporáneo: The Social Responsability of Businnes is Increase its Profists. La publicación sentó las bases del neoliberalismo moderno, y su autor, Milton Friedman, declaraba en el New York Times Magazine de septiembre de 1973: “La sociedad soy yo”. La idea que transmitía era simple y poderosa: la única responsabilidad social de las empresas es maximizar sus beneficios. Había nacido un nuevo orden económico mundial. De este devastador documento nació una corriente de “mariachis neoliberales” de gran peso institucional: Ronald Reagan, Pinochet, Margaret Thatcher, Martínez de Hoz, Menen, etc, hasta hoy. El capitalismo clásico explotaba a los asalariados, el neocapitalismo explota a los consumidores: es preciso que las mayorías acumulen cosas para que las minorías acumulen capital. Ingenioso. ¿Cómo se construye entonces el bienestar social si solo dependemos del egoísmo de los intereses propios en un libre mercado depredador?
Hace unos días, doce equipos europeos sacaron los “tanques” a la calle, y llevaron a efecto un intento de “golpe de Estado” neoliberal en el universo futbolístico internacional. Los “carapintadas” del mercado oligarca les robaron los “trapos” al “establishment” dominante como “barravabras” financieros de casino de guantes blancos. De inmediato se abrieron en canal las amenazas en una guerra de ricos extravagantes con bayonetas en alto. El fuego cruzado se disipó en unas horas bajo la densa bruma de una niebla metafísica de irrealidad. Hoy, diez equipos ya se han bajado de los “tanques”: Juventus, Inter, Milán, Mancheste City, United, Liverpool, Chelsea, Arsenal, Tottenham, y Atlético de Madrid. Como en las ruinas de Micenas se huele el olor a sangre seca.
La historia está llena de abandonos. Florentino Pérez se ha quedado solo. La Superliga ha pasado a ser la ucronía de un mal sueño, un antiparaíso de fantasía postmoderna casi abstracta. Lo abandonaron sin culpa, sin infierno. El resto de jerarcas “faústicos” han girado el rostro hacia la súplica, buscando una mirada, un abrazo amable, una lágrima. En la corta batalla se enfrentaron dos caras de la misma moneda. Defender a la FIFA frente al presidente de la Superliga europea, es como defender a Donald Trump frente a Bolsonaro. Estamos como el asno del filósofo de Buridán que ante dos fajos de heno igualmente apetitoso murió de hambre por que no pudo descubrir razón alguna para preferir un fajo que otro.
El presidente del Real Madrid, y máximo empresario del grupo constructor ACS, es un conocido engranaje de la “aceitada” industria española. El famoso “caso Castor”, es un ejemplo de ello. El Estado debió compensar a la constructora con 1.750 millones de euros por una obra no realizada. Las perforaciones de “fracking” gasístico, en el mar de Almería, produjeron microterremotos en las poblaciones cercanas a la costa, y debieron suspenderse los trabajos. Florentino Pérez, como buen feligrés de la ortodoxia, reclamó al Estado -garante subsidiario- el presupuesto total de la obra no realizada. Adjudicada inicialmente por el gobierno de José Luis Zapatero, en 2014, sin esperar la resolución judicial, el ex presidente Mariano Rajoy, del derechista Partido Popular, dejaba el cheque millonario sobre la mesa del ejecutivo. Se ejercía el primer principio del mandamiento “bíblico” neoliberal: socializar perdidas, y privatizar beneficios. “Es el mercado, amigo”, diría el preso Rodrigo Rato, ex presidente del Fondo Monetario Internacional, y ex vicepresidente económico del gobierno del Partido Popular. Como diría Rimbau, “el desarreglo de todos los sentidos”.
Nos gusta creer en un “yo” que decide, pero ya “fuimos”, y no lo sabíamos. A pesar de la victoria ya somos el fantasma que seremos. Somos el pasado, el olvido. Nos quieren borrar. No será hoy, ni mañana, pero será. Nos quieren invisibles, transparentes. Sin carnet, ni socios, ni hinchas. Ya no nos necesitan. Su libertad financiera es un sueño inmenso de hologramas de cartón piedra sentados en estadios vacíos, en caparazones huecos de vida, sin “hinchas pelotas” que reclamen derechos, pertenencia, identidad; iluminados por el “turbocapitalismo” del vaciamiento humano que es la televisión.
Da la sensación que la vida está en otra parte. Argentina resiste, pero cada cierto tiempo los mastines negros neoliberales de nuestro fútbol empiezan a ladrar. Es el graznido sordo del lado nocturno de la vida.
Solo viendo el brillo entre las ruinas podemos soñar. Soñar es otra manera de vivir, más libre, más bella, más auténtica. Soñemos buscando una idea donde descansar para domesticar los demonios que nos habitan, recordando el fútbol humilde, pordiosero, alejados de la estridencia ronca del fanatismo del mercado, y sus disfunciones del alma.
(*) José Luis Lanao, ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979. Ex periodista del grupo multimedia español Vocento y Cadena COPE.