Esta historia podría empezar de muchas maneras diferentes, porque diferentes y distantes -en el tiempo y en el mapa- parecen ser los senderos que nos llevan a ella. Por un lado, hay un club centenario, con un nombre ilustre y patrio y una camiseta inevitablemente albiceleste: el glorioso Sol de Mayo, fundado en Viedma en agosto de 1920, decano de la también centenaria Liga Rionegrina de Futbol. Por el otro, tenemos a tres aventurados futbolistas de madre lengua eslava (dos serbios y un ruso), acostumbrados a patear canchas de los Balcanes y de los Cárpatos, insólitamente desembarcados en la Zona A del Torneo Federal Argentino. Donde los equipos del Rio Negro se cruzan con los de la llamada Liga del Sur de Bahía Blanca (la más antigua del país fuera de Capital) y algunos más del Chubut, como el Club Atlético Germinal de Rawson, que por el solo hecho de llamarse como una novela de Emile Zola (que a su vez no parece haber sido pariente del virtuoso enganche italiano Gianfranco) ya nos tiene cautivados.
Se acordarán, ustedes, de ese chisme de futbol de verano: el curioso desembarco en la comarca patagónica del defensor ruso Aleksandr Luzin y de sus colegas serbios Željko Kuzmić (arquero) y Lazar Jerovic (delantero), el primer serbio de siempre -dicen- en marcar un gol en la Copa Argentina. De esa noche de mayo en la cancha de Estudiantes de Caseros (derrota 3-1 contra Lanús) nos queda una también histórica entrevista tv al recién sustituido Lazar, tal vez un poco perplejo y comprensiblemente atento al partido que acaba de abandonar: «Do you like this football?» «Yes, I think is good, fans are great». «Extraordinario -el orgulloso remate del relator- porque también es la primera entrevista en inglés de la Copa Argentina».
¿Se acuerdan? En un principio, las incorporaciones europeas del Sol de Mayo fueron parcialmente ofuscadas por el anuncio de un pase todavía más exótico, lamentablemente frustrado: el del capitán de la selección de Bangladesh Jamal Bhuyan, que en ocasión de la reapertura de la embajada argentina en la capital Daca llegó a intercambiar su camiseta con el canciller argentino Santiago Cafiero. Una curiosa, pero al fin estratégica consecuencia del triunfo mundial de la Scaloneta, cuyos goles en Qatar -debido a un común y antiguo resentimiento popular hacia Inglaterra- resultaron ser celebrados hasta en Bengala. Si tuviésemos que encontrarle coordenadas literarias a esta trama, nos quedaríamos entre los trópicos de Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa, entre las peripecias del diplomático argentino Bertoldi en la remota republica africana del Bongwutsi (A sus plantas rendido un león) y las proezas del sirio Best Hama Seller en la pandilla de los Mapaches Aulladores (El Area 18). Y si sorianescos nos suenan también ciertos parajes del futbol rionegrino como Cipolletti y Barda del Medio (teatro del leyendario Penal más largo del mundo, pero también del olvidado Mundial de 1942 ganado por la selección Mapuche), la inexplicable irrupción de la mencionada triada serbo/rusa en la tercera categoría argentina nos remite al genuino e irremediable caos de Emir Kusturica, director de un documental sobre (y con) Diego Maradona, con quien logró viajar de Constitución a Mar del Plata arriba del recordado Tren del Alba: una reliquia vintage y peronista, El Marplatense, traccionado en su época de oro por la épica locomotora diésel Justicialista.
Corría el año 2005 y Kusturica estrenaba en la Argentina su onírico largometraje La vida es un milagro, justamente construido alrededor de otro tren, el mítico Šargan Eight, inaugurado en 1925 para conectar los angostos valles de Serbia y Bosnia Herzegovina. En la película -como en la realidad- tensiones étnicas y delirantes partidos de futbol anuncian la tremenda guerra que nadie en 1992 consideraba posible: es el mismo panorama en el cual crece el más “viejo” de los refuerzos europeos de Sol de Mayo, Željko Kuzmic, nacido en 1984 en la ciudad de Arandelovac. De esa guerra recuerda muy poco, nos dice en videollamada desde su departamento de Viedma. Más vívida, en cambio, la memoria de las bombas lanzadas sobre Belgrado en la primavera de 1999 por los F16 que despegaban de las bases OTAN de Italia. Es la época en la cual los medios occidentales hablan de “guerra humanitaria” para explicar esa peculiar estrategia de perseguir la paz lanzando más bombas y enviando más armas. Ayer en los Balcanes, hoy en Ucrania. Un vicio al cual la Europa que se autodefine “atlantista” parece no saber (o no poder) renunciar.
En 1999 Željko ya vive en la capital serba y está a punto de hacer su debut en el primer equipo del FK Železnik: "Eramos todavía adolescentes, con mis compañeros salíamos a la calle mirando para arriba, como si no se tratara de bombas sino de fuegos artificiales" nos dice sonriendo a El Destañe. Una expresión tierna, que no encaja del todo con su inglés algo áspero y accidentado. Otra película de Kusturica, Tiempo de Gitanos, se nos viene a la cabeza ahora que reparamos en su infinito CV de arquero errante: Serbia, Bosnia, Macedonia, Montenegro y Albania, Austria y Alemania, Suecia y Eslovaquia, Mongolia y Hong Kong. Željko asiente con la cabeza, entusiasmado: «Argentina es mi país número 15" afirma. Nosotros también asentimos, una vez perdida la cuenta. "La liga más loca donde jugué? Etiopia, sin duda. Con el Saint George de Addis Abeba ganamos todo lo que se podía ganar, y calificamos para la Champions de África. ¿Sabes quién era mi entrenador? Giuseppe Dossena, campeón del mundo 1982".
Želiko -descubrimos, o creemos descubrir- significaría “deseo de paz”. Su hijo y su esposa lo esperan en Montenegro, donde están radicados. A ella le pidió casamiento cuando jugaba en Velez de Mostar, ciudad emblema -junto con Sarajevo y Srebrenica- de los genocidios y las masacres que arrasaron con Bosnia-Herzegovina. Cuando le preguntamos por sus mejores recuerdos de jugador, no duda en contestarnos «Albania». Y nos llama la atención que lo haga justo ahora, mientras en Kosovo las tensiones entre albaneses y serbios están alcanzando niveles dramáticos. "You know, my friend -sigue Željko- yo quería ser delantero, pero era tan malo que terminaba siempre en el arco. Hasta que alguien me dijo que ahí no era tan inútil. Eran los años noventa, y yo quería ser como Jorge Campos. ¿Do you remember? El arquero de México. Vestía muy fluo, muy farolero». De acuerdo, Željko, pero tu ídolo… ¿tu ejemplo…cual fue? "I have no doubts. Gianluigi Buffon. Una carrera siempre a tope. Por lo menos 10 años sin cometer errores. Y además, fuma. Marlboro Rojo, como yo". Lo dice en castellano, y se ríe, una vez más, mientras levanta el atado de cigarrillos que siempre estuvo ahí a su lado, arriba de la mesa.