“La 12” cantaba en tono de letanía ya en la previa del partido. La prensa en Boca tiene su sector ahí cerquita. El coro de la barra era monótono, sin la energía de Superclásico. A tono acaso de un Boca que venía de perder un clásico (contra Racing) y quedar eliminado en octavos de final de Copa Sudamericana. Siguió cantando así casi todo el partido. Pasara lo que pasara. Hubo un momento, cuando ya la derrota se hacía inminente, que el coro también seguía exactamente igual. Incluía alguna burla a River, recordándole su paso por la B. El resto de la Bombonera enfureció. Cantó el más apremiante “Movete, Boquita movete”. Pero duró poco. La salida del estadio sí tuvo ese registro de furia. Me cuentan de amago de trompadas entre hinchas que insultaban o defendían al presidente Juan Román Riquelme. En ese momento, el DT Diego Martínez decía en la conferencia de prensa que tiene “fuerzas para seguir”. Otro colega, acaso más realista, me acerca su reflexión: “final del ciclo que nunca empezó”.
Todo lo contrario para River, incluso para Marcelo Gallardo, que vuelve a sentirse DT tras su extraño paso atrás por Arabia Saudita. Con varios suplentes, y con el desgaste de su duro partido ante Colo Colo en Chile (al que volverá a enfrentar el martes, para ganar su boleto a semifinales de la Libertadores), River fue claramente superior en el primer tiempo, cuando Manu Lanzini anotó el 1-0 aprovechando un primer descuido de Ignacio Miramón, un cierre algo tardío de Cristian Lema y un rebote de Chiquito Romero. El primero se fue expulsado sobre el final, cuando Boca protestó el gol anulado a Milton Giménez. El segundo, supuestamente más experimentado, quiso golpearse con un hincha tras un insulto. Postales de un boca perdido (y no ahora, desde hace un tiempo).
Es cierto, hemos visto goles con manos similares y que no fueron anulados en otros partidos. Y manos de defensores similares que son interpretadas de otra manera. ¿Habrían marcado penal si una mano similar hubiese sido un defensor de River? Pero los argumentos para sancionarla también pueden ser inapelables. Un lugar común, cuando el VAR ya había debutado en el fútbol europeo, decía que ese sistema jamás podría aplicarse en un fútbol como el nuestro. “¿Te imaginás que el VAR anule un gol en el último minuto en la Bombonera? Incendian todo”, escuchábamos en ese entonces. Sucedió. Y en un Superclásico. Y el fútbol sigue.
Para River, que en el segundo tiempo abusó de jugadores caídos y tiempos muertos (y que estuvo cerca de aumentar de contragolpe al final y que celebra además a un Lanzini recuperado), seguirá el martes en su estadio contra Colo Colo, rival accesible en una Libertadores también accesible y cuya final será en Buenos Aires. Una Libertadores, ahora con Gallardo, que podría poner olvido rápido al ciclo irregular y de pobre final de Martín Demichelis. La vuelta del Muñeco mejoró ante todo la calidad de los refuerzos. El carácter se fortalece con los resultados, especialmente ganándole a Boca en la Bombonera. El juego todavía sigue a la espera. La ilusión crece.
Para Boca (escribo estas líneas a poco de terminado el partido) todo suena en cambio incierto. A Martínez no le queda ya ni siquiera el salvavidas del invicto en la Bombonera. Pareció perder el rumbo con un plantel cuyos líderes perdieron presencia a fuerza de lesiones y ocasos, generaciones intermedias que tienen medio cuerpo afuera del país y los nuevos que llegan sin rodaje y sufren la crisis. Y La 12. Que seguía cantando como si nada pasara. Tan aburrida. Como el juego de Boca.