El árbitro no siempre tiene la razón, pero decide

El árbitro, muchas veces, puede estar equivocado por diversas razones, pero lo cierto es que es el que toma la decisión.

19 de noviembre, 2024 | 08.56

Un primer motivo tiene que ver con la naturaleza del juego. La adrenalina de una competencia que, en línea con los tiempos modernos, vive en estado de histeria permanente. Ganar es seguir vivo. Perder es la muerte. Se vio anoche en el partido que All Boys, desesperado, sintiéndose despojado, terminó con ocho jugadores en su derrota contra San Martín de San Juan en la lucha por el segundo ascenso a Primera. 

Un segundo motivo es que los árbitros protegen históricamente a los equipos más grandes (o a los que, por el acomodo que fuere, corren con el caballo del comisario, como puede suceder en la AFA con equipos vinculados con el poder, Barracas, Riestra, los santiagueños). 

La protección al poderoso no es exclusiva del fútbol. Basta ver la última jugada que frustró a Los Pumas la posibilidad de ganarle a Irlanda en Dublin por primera vez en la historia. Sucedió el viernes pasado con el árbitro neocelandés Paul Williams y en un deporte que suele jactarse de ser el rey del fair play y cuyo mandamiento central establece que “el árbitro siempre tiene la razón”. Lo del viernes fue en un amistoso. Si hubiese sucedido en un Mundial era un escándalo. 

Un tercer motivo de la falla arbitral podría ser simplemente el error, tan humano como casi imposible de aceptar en estos tiempos de pura sospecha. Y un cuarto motivo podría ser también la incompetencia. El hecho que el árbitro, sencillamente, sea malo (otro punto, claro, sería debatir cómo llegó ese árbitro hasta allí).  

Y hay un quinto motivo: las apuestas. La filtración periodística señala hoy a Nicolás Jara, árbitro del Ascenso (incluído el suyo porque subió rápido de categoría). Algunos chats son groseros: “¿cinco goles a partir de ahí?”. “Sí, cinco goles”. “Rezá por mí”. Y están además las trasferencias a su nombre, en billetera virtual y criptomoneda.

Las apuestas, sabemos, son un tema viejo. Hay que ver la serie de los Peaky Blinders, mafia inglesa de un siglo atrás que destrozaba la mano del árbitro que no aceptaba sumarse al circo. Los mafiosos necesitaban a los árbitros para garantizarse el negocio de las apuestas. Sucede que hoy las apuestas han desbordado todo. Y es tanto el dinero que han regalado, el lobby instalado, que costará cada vez más ponerle límites.