El homenaje más sincero a César Luis "el flaco" Menotti llegó, quizás, del lugar menos esperado de todos: de sus rivales filosóficos. Mientras rodaba la pelota en el estadio Madres de Ciudades de Santiago del Estero, los hinchas de Estudiantes de La Plata, cuna del bilardismo, se tomaron un segundo durante el entretiempo de la final que estaban jugando con Vélez y despidieron con aplausos al prócer del fútbol argentino. La señal de respeto absoluto en medio de los nervios es lógica porque Menotti no fue solo un DT: fue un refundador, un pensador y un hombre que traspasó las fronteras del campo de juego.
Ubicado, ahora, en el olimpo de los entrenadores argentinos, Menotti desarrolló un estilo propio, un concepto y profesionalizó un Selección Argentina que venía de ser vapuleada en 1974 bajo la dirección de Vladislao Cap. El rosarino profesionalizó, le dio volumen a la camiseta, al equipo y entregó un verdadero proyecto que generó un nuevo paradigma en el fútbol nacional. Con jugadores del interior del país, revitalizó "la nuestra" y amalgamó trabajos más profesionales con el talento en estado puro. En este contexto, creó una escuela "propia" que tenía que ver con un estilo de juego abierto, de ataque y de "posesión" de la pelota.
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Sin embargo, más allá del fútbol, lo primero que llega a la mente cuando uno habla de Menotti es, desde ya, el rol que cumplió durante el Mundial que la Selección Argentina ganó en 1978. Fue el entrenador del equipo argentino que le dio el primer título del mundo al país donde el fútbol es más que una religión, pero también fue el que lo hizo en la época más oscura del país. César Luis Menotti, siendo parte del Partido Comunista, dirigió al equipo que fue la propaganda más grande de la dictadura cívico-militar. Una contradicción en los libros de la historia. Un equipo que jugaba bárbaro, pero que tiene la mancha de los mil sucesos previos al 6-0 a Perú y de festejar a metros de la ESMA.
La misma contradicción entre la alegría y el dolor que se daba en cada una de las casas de militantes que estaban sufriendo la persecución, la tortura y el poder destructivo de la cúpula militar. Hasta Hebe de Bonafini, en alguna entrevista, contó que en su casa, mientras ella lloraba, su esposo, Humberto, gritaba los goles de la Selección frente a la televisión. El contexto despojó a esa Selección de la unanimidad que merecía un equipo campeón. A pesar de que el propio Menotti haya firmado solicitadas en reclamo de la necesidad de saber dónde estaban los desaparecidos.
Los ciclos del fútbol hicieron que un entrenador que tomó la Selección en democracia salga campeón del mundo en dictadura. Esos mismos tiempos, luego, hicieron que un hombre que tomó la Selección en dictadura salga campeón del mundo en democracia. Como una especie de antítesis, Carlos Salvador Bilardo, se transformó en su antagonista perfecto dentro del fútbol. Con el técnico de la escuela de Estudiantes de La Plata le dieron vuelo dialéctico y mediático a los últimos veinte años del siglo pasado en la religión con más adeptos que tiene el país.
Es imposible, en este punto, describir a Menotti sin utilizar a Bilardo y, por supuesto, viceversa. Sin embargo, en ambos casos lograron traspasar las pasiones más profundas de los hinchas que, como se vio en pleno partido de Estudiantes campeón, tienen la unanimidad del hincha argentino. Esa misma que al Flaco, tanto tiempo se le debió.