Al otro lado del teléfono, suena la voz inconfundible del profe Fernando Signorini que se enciende al hablar de Diego Maradona. A un año de la muerte del mejor futbolista de todos los tiempos, su histórico preparador físico y amigo cuenta a El Destape detalles de su entrenamiento y revela el valor preponderante al cariño como motor del éxito.
"A Diego su postura política lo catapultó por el hecho de que fue irreverente y fue rebelde con el poder en un mundo en que todos tenemos que ser políticamente correcto. Y también lo perjudicó, porque enfrentar al poder tiene sus consecuencias, porque el poder es impiadoso, es perverso y generalmente miserable", explicó Signorini.
El referente acaba de publicar Diego desde adentro (Planeta), un libro que cuenta en detalle cómo un joven visionario de Lincoln dejó el cómodo mandato familiar para irse a vivir a Europa y terminó por los azares del mundo como el preparador físico del astro del fútbol. La obra, con prosa atrapante, muestra la intimidad de la vida de Maradona, con sus sensibilidades y sus dilemas, que nunca los medios pudieron mostrar.
-Diego decía que vos lo preparaste físicamente, pero también su mente. ¿Hay una técnica para formar a un campeón?
-Más que técnicas, yo creo que hay maneras, porque cada individuo es distinto desde lo físico y también desde lo emocional. Creo que la mejor manera es conocerlo, porque si lo quiero ayudar, lo tengo que conocer y también querer. No hay fuerza más poderosa que el afecto. Después hay que estar muy atento a la escucha, porque el individuo no es una jarra a la cual llenar, sino una antorcha a la cual encender. Escuchar es fundamental, pero también es necesario saber callar y resistir al impulso de decir algo. No decir lo que se piensa, sino pensar lo que se dice.
-En el libro contás que Maradona tuvo miedo, angustia y vacilación ¿Cuánto del factor emotivo influye en un deportista como Maradona?
-Lo emocional influye mucho, pero no solo en los deportistas. Creo que en cierto sentido todos estamos a expensas de nuestras emociones y es común a todos. Quién no tiene temores, quien no tiene tristezas, quién no tiene dudas, quién no tiene momentos de incertidumbre. Diego era como todos, solamente que estaba más expuestos que los mortales.
-Vos mencionas que existía Diego y que existía Maradona, pero ahora existe algo más que es su imagen después de la muerte. La aparición de hechos, casi mitológicos de Diego. ¿Creés que es así?
-Eso tiene que ver con temas antropológicos. A través de los milenios, el ser humano a puesto en alguien a quien cree con poderes superiores sus esperanzas, sus ilusiones. Hay una gran tendencia a ser un mito al ser humano, sobre todo por aquellos que se dejan guiar más por el pensamiento mágico.
-Al igual que vos, Diego no tenía problema en dar su visión política. ¿Ese acto de valentía lo catapultó o lo perjudicó?
-Creo que sí, que lo catapultó por el hecho de que fue irreverente y fue rebelde con el poder en un mundo en que todos tenemos que ser políticamente correcto. Y también lo perjudicó, porque enfrentar al poder tiene sus consecuencias, porque el poder es impiadoso, es perverso y generalmente miserable.
-En el libro describe a un Diego por momentos encantador, generoso, que lo acercó a su familia desde un inicio. ¿Qué siente al ver los medios que lo defenestran?
-No creo que defenestren a Diego, porque a Diego no le interesaba; no era un producto de consumo. Maradona sí, entonces han jugado con él en su vida y en su muerte. Lo han instrumentalizado en las dos fases, pero es el momento de la historia en que estamos viviendo con una ausencia de riqueza espiritual, de solidaridad y de aceptación del otro que es realmente alarmante.
El día que Maradona le dio una lección a Signorini
(Fragmento del libro Diego desde Adentro)
Al otro día llegué a casa de Diego y nos fuimos al Estadi Municipal Joan Serrahima, en Montjuic, el lugar donde después se hizo la pista olímpica para los Juegos de 1992. Habían abierto sus puertas sólo para nosotros. Bajamos del auto y nos dirigimos a la pista atlética. Pelusa, obediente y callado. Le expliqué que lo primero que quería hacer era una prueba consistente en correr la mayor cantidad de metros en doce minutos. Yo le iba a ir contando los minutos restantes para que ajustara su marcha, porque si empezaba muy rápido se iba a cansar, y si comenzaba muy lento no iba a llegar a cubrir los parámetros que yo estimaba acordes a su físico. Hicimos una buena entrada en calor, le coloqué un cardiofrecuenciómetro, cosa que
en ese momento en fútbol no existía pero se utilizaba en el atletismo de alta competencia, y que yo había comprado especialmente. Cuando Diego estuvo listo, ajusté el cronómetro y le di la voz de largada. Empezó a correr a una velocidad media, cómoda. Yo tomaba nota de sus registros en una libreta mientras chequeaba el tiempo y le iba cantando los minutos restantes... hasta que descubrí que el tipo seguía a la misma marcha sin inquietarse. Empecé a inquietarme: ¿habría comprendido la
metodología del ejercicio? Se cumplió el minuto nueve, y él continuaba sin acelerar ni aminorar la carrera; luego el ocho, el siete... ¡Nada! Diego seguía al trotecito. ¡La pucha! Tres, dos, uno... Todo igual, sin siquiera un pique final. Se cumplió el tiempo y le pedí que parara. Comencé a acercarme a él, que se había detenido junto a nuestras cosas y agarraba una botellita de bebida energizante. Hacía mucho calor. Con una mano en la cintura y otra en el envase de líquido, tomaba y sacudía la cabeza, como un péndulo, de un lado al otro, con gestos que se acercaban más al fastidio que al cansancio.
–Diego... ¿pasa algo?
No me miraba, había fijado la vista en un punto distante.
–¡Esto no sirve para nada!
Quedé perplejo. «Chau –pensé–, me quedé sin trabajo el primer día». Dispuesto a remontar la situación, opté por tirarle toda la teoría de entrenamiento atlético por la cabeza.
–¿Cómo que no sirve para nada? Esto fue desarrollado por el doctor Kenneth Cooper de la Universidad de...
–¡No sirve para nada! –me cortó de cuajo.
–Pero...
–Pero nada. ¿Cuánto se supone que tenía que hacer?
–Bueno –dudé–, un futbolista de elite mundial, que juega en tu puesto, unos 3.600 metros.
–¿Cuántos hice?
–Yo medí 2.550 metros.
Él seguía sin mirarme.
–¿Y vos, cuánto hacés?
Yo tenía 32 años, estaba bastante entrenado.
–No lo sé con precisión, pero, mínimo, 3.200 metros.
Bebió de su botellita, giró su cabeza y me miró a los ojos, por primera vez desde que finalizara la prueba.
–Entonces, ¡el domingo jugás vos!
Fue una lección inolvidable. Comprendí definitivamente que Diego era un deportista excepcional, que con él no servían las teorías ni las pruebas diseñadas para otros atletas. Mi misión debía concentrarse en diagramar un entrenamiento único para un futbolista único. Guardé los libros que versaban sobre ostentosa teoría y me enfoqué en diseñar trabajos análogos a los que habíamos desarrollado durante su recuperación, más ajustados a las distintas situaciones que Diego afrontaría en los partidos. Las prácticas que conducía César Menotti alcanzaban una alta intensidad, pero eran básicamente conceptuales. Se jugaba mucho a uno y dos toques. Menotti había quedado embelesado con un razonamiento de Jorge Luis Borges: para componer literatura se necesitan orden y aventura. Si eres ordenado y no tienes aventura, no encontrarás el éxito. Y viceversa. César lo aplicaba al fútbol, a su fútbol: el orden era el equipo y Diego era la aventura, el que podía tomar la pelota y hacer lo que quisiera.