El dolor por la pérdida de Diego Maradona no es solo futbolística. La comunión entre el pueblo y su máximo ídolo pasó las fronteras del deporte. Villa Fiorito y Dubái, ambas ciudades convivieron en el Diez que nunca renegó de sus orígenes, pero además siempre hizo lo posible para estar cerca de los suyos. Si bien, hay algunos nombres propios, las historias mínimas se repiten. Por montones. Desde la masiva donación que hizo a Concepción del Uruguay luego de una histórica inundación hasta el partido en la pequeña ciudad de Tres Arroyos para acompañar a une pequeña entidad sin fines de lucro que trabaja con chicos con síndrome de down.
Las historias siempre se suman. En los últimos días, se viralizó un video en redes sociales. El usuario SantiMayor subió las imágenes de una entrevista a Maradona en Nápoles. En tiempos donde los derechos de imagen comenzaban a ser importantes, con pelo largo y una campera celeste, Diego le respondía a un periodista porque no le importaba que la gente en la calle venda cosas con su cara. “A mi me gusta cuando la gente hace eso. Yo quiero que la clase obrera sobreviva. No voy a permitir que un multimillonario se enriquezca con Diego Maradona. Eso no. Pero la gente normal, que hace esto para sobrevivir, a mi me gusta eso. No lo veo mal”.
Las palabras quedaron y no solo para Italia. El 7 de octubre de 1995, Diego Maradona lanzó al aire, tal vez, una de las mejores frases de su vida. “A Toresani lo espero en Segurola y Habana 4310, séptimo piso. A ver si me dura 30 segundos”, dijo. Con un mechón rubio y una remera llamativa esa frase quedó en la inmortalidad. La camiseta, con la cara de Caniggia y él, quedó grabada en la memoria de muchos. El fabricante de eso fue una pequeña empresa Pyme dedicada a fabricación de pelotas que estaba a un paso de fundirse.
Por un pedido especial, la fábrica hizo camisetas con la cara de Diego Maradona y Caniggia. El hombre que hizo ese pedido, finalmente, no concretó la compra y el remanente de remeras quedó. Cien o doscientas. Alejandro Calabria, hijo del dueño de la empresa, contó a El Destape: “Mi papá no sabía que hacer, entonces habló con un amigo para tratar de venderlas. Y empezó a vender a un par en el centro. Y, de repente, a los dos días ve que Maradona tenía esa remera en televisión”. En el momento de su vuelta al fútbol, el ídolo de todos tenía puesta su remera. Fue un éxito. A los dos o tres días, suena el teléfono. Era Claudia Villafañe que le dice: “Usted está vendiendo remeras de Diego sin derechos de imagen. No puede hacer eso”.
Con temor, y sin saber que decir, Gerardo le cuenta la situación. Estaba a un paso de quebrar y que era tan solo un remanente que quedaba. “Ahí cortó el teléfono y mi papá estaba asustado. Podía terminar ahí todo, pero a los tres días vuelve a llamar Claudia y le dice 'está bien' no pasa nada, pero necesitaba una donación de pelotas para una institución para chicos no videntes”. Tras la charla, sin problemas, el resto de las remeras se pudo vender sin inconvenientes.
"Mis piernas son tuyas"
Hernán Fonseca tiene 46 años. En 1994, con tan solo 20 años, su vida cambió por completo. “Tuve un accidente tremendo y una lesión en la médula”, cuenta a El Destape. Desde ese momento, el arquero de 20 años se tuvo que subir a una silla de ruedas. En paralelo, Maradona había recibido una suspensión por lo ocurrido en el Mundial de Estados Unidos. Un año más tarde, en el 95, preparando su vuelta, el delantero Juan Amador Sánchez lo invitó a jugar un partido de exhibición en Totoras, Santa Fe. “Diego quería agarrar ritmo para volver y armaron un partido. Yo estaba ahí, me lo presentaron y para mi fue importante”.
Un día después de haber compartido un asado por su amistad con Sánchez, Hernán fue a ver el partido. “Había mucha gente, yo le había contado algo el día anterior. En eso, Diego frena el partido. Me viene a ver, me abraza, me da su camiseta y ahí me dice al odio: 'mis piernas son tuyas. Fuerza loco, que todo sale bien'. Y eso me mató. Me abrazó, me dio la 10 para que la sortee y pueda juntar plata para la rehabilitación. Pero la verdad, aunque me costó, preferí no sortearla. Y me la quedé conmigo”.
Años más tarde, hubo otro encuentro. Cuando Diego sufrió un paro cardíaco en Punta del Este, Hernán logró acercarse y le hizo llegar una carta: “Diego, mi corazón es tu corazón”, decía.
"Si vos estás en el piso, yo también"
En la final contra Alemania, en 1990, Pedro Damián Monzón fue expulsado a los 20 minutos del segundo tiempo. Ese día, Argentina cayó en la final 1-0 con gol sobre el final de Andreas Brehme. Aun en esa derrota, al defensor le quedó una amistad imborrable con Diego.
Después de un par de años, el “Moncho” Monzón se retiró del fútbol. Tras el adiós de la actividad, el defensor cayó en depresión y pensó en suicidarse. “Estaba solo, en un local en Avellaneda. Viví solo un tiempo ahí, no tenía nada. Ni para comer”, contó en una entrevista al programa Arroban. El defensor que había jugado en Independiente y que había sido parte de un plantel mundialista estaba en el peor momento de su vida. “No tenía plata para el colectivo, para el boleto. Nada. Mi quinta hija había nacido y no podía ir a verla. Porque ella vivía en Tucumán”.
Con el armo en la mano, solo, de noche, con las persianas bajas, Pedro Damián Monzón estaba pensando en ponerle final a su vida. “Pensé 'lo voy a llamar a Diego y si no viene me mato', una locura”, contó y agregó: “En eso, lo llamo y le digo. 'Estoy en un local, en la calle Alsina. La verdad es que no estoy bien, no sé que hacer'”. En menos de media hora, Diego Maradona salió de su casa, llegó a la puerta del local y se sentó con él. “Me agarró, escondí todo, tire el arma lejos porque me daba vergüenza. Y se sentó en el piso conmigo. Me dijo: 'si vos estás en el piso, yo me siento en el piso con vos'. Al rato, Diego estaba dándome un abrazo”.