Es una de las grandes estrellas del mundial de Atletismo que se disputa en Budapest: Un nuevo rey de la velocidad. Un candidato a intentar llenar el vacío que dejó el inolvidable Usain Bolt, tanto en los 100 como en los 200 metros: Noah Lyles, el hombre más rápido del momento.
“Correré en 9,65 segundos los 100 y los 200 en 19,10 segundos” prometió a principio de mes, una declaración que no cayó bien entre algunos de sus competidores, como su compatriota Fred Kerley -campeón en los 100 en el mundial de Eugene del año pasado- y el italiano Marcell Jacobs, campeón olímpico en Tokio en la misma categoría. Lyles prometió también alcanzar el oro en la posta, es decir, alcanzar el triplete.
Nacido en Florida en julio de 1997, Lyles comenzó en el atletismo desde muy chico gracias a que se lo inculcaron sus padres. Sin embargo su infancia no fue fácil. Cuando tenía seis años pasó un tiempo en el hospital por una amigdalitis, además de sufrir de asma. Más tarde comenzaron los problemas en el colegio: No lograba concentrarse en las clases y seguir el ritmo de sus compañeros. Algo no encajaba. El diagnóstico de dislexia y trastorno por déficit de atención llegó un tiempo después, cuando el bullying también formaba parte de su vida. A los 10 años fue al psicólogo por primera vez. Solo el deporte y la competencia lo pudieron alejar de ese mundo, ya en la adolescencia.
Al igual que sus otras pasiones: La música -en su casa tiene su propio estudio donde le dedica varias horas al rap- su enorme colección de piezas Lego y el animé japonés, el cual ha influenciado sus looks y personalidad. En 2019 Noah se tiñó el pelo como uno de sus personajes favoritos: Gokú de Dragon Ball. Tiene sentido, el saiyajin más poderoso del universo creado por Akira Toriyama cambia de color de pelo cuando evoluciona en su poder. Algo parecido a lo que muestra Lyles en sus carreras. En otra oportunidad también se lo vio con medias de My Heroe Academia, otro manga muy popular.
Este comportamiento ayuda a describir a Lyles como un showman, algo muy característico en el mundo del Atletismo y una de las principales virtudes que regalaba Bolt en el show previo a cada carrera: Bailes, caras a la cámara, gestos, saludos, todo lo que pueda ayudar a llevarse unos segundos más de hype entre los aficionados en el mundo. Muchos deliran con eso, otros lo pueden cuestionar porque el límite con la fanfarronería es chico. En definitiva son acciones que hacen lucir al atleta, pero también lo exponen al doble.
Detrás de su carrera y el showman, sin embargo, hay un serio compromiso con la salud mental. En 2020, en plena pandemia, contó públicamente que tomaba antidepresivos. Ya llevaba un tiempo en terapia y en una etapa que él mismo definió como una tormenta de pensamientos oscuros. El asunto lo perseguía desde niño, pero entre torneo y torneo el velocista creía tener controlado el asunto. Hasta que llegó el coronavirus y la suspensión de Tokio 2020. Paciente de riesgo por su asma, Lyles pasó de viajar de torneo a torneo, a quedarse días enteros encerrado. Fue como si alguien hubiera desenroscado el tapón de una botella dijo sobre esos días, cuando comenzó a medicarse. Lo que había arrancado como una diversión, se había convertido en una tortura.
Las presiones habían comenzado en 2019, luego de su impresionante actuación en el mundial de Doha, Qatar. Dejó atrás a Andre De Grasse para ganar el oro en los 200 metros, además de ser el último relevo en la posta 4x100 que también se subió a lo más alto del podio. A su regreso a Florida ya era una estrella y todas las miradas estaban puestas en él. Llegaron los sponsors, las entrevistas y la presión por cumplir lo que sus registros marcaban desde adolescente. El encierro por la pandemia frenó eso, pero también lo arrastró a lo más negativo. Fue en esos días que contó su situación en twitter.
En ese tiempo las redes sociales también estaban alborotadas por las protestas raciales en Estados Unidos y el Black Lives Matter que dio la vuelta al mundo. Lyles no se quedó al márgen y declaró en esos días Soy negro. Lo sé no por el color de mi piel, sino por cómo me tratan los demás. Cuando se reanudó la Diamond League, triunfó en Mónaco y al ser presentado levantó el puño derecho con un guante negro, emulando el histórico gesto de Tommie Smith y John Carlos en México 68.
Y su 2020 no se terminó allí. El mundo del atletismo celebró ese año los Inspirational Games, un evento especial en donde diversos atletas compitieron entre sí con la particularidad de encontrarse en diferentes países. Vía transmisión televisiva, los técnicos en cada serie se encargaron de verificar los registros de cada atleta. En Florida, en ese marco, Lyles corrió los 200 metros en 18.90 segundos (con viento favorable de 3,7 m/s) El mundo se asombró, pero había una explicación: Alguien le había colocado por error la línea de salida más adelante y en realidad había corrido 185 metros. “No puedes jugar con mis emociones así” twitteó esa vez.
El caso de Lyles no es el único de los últimos tiempos que pone sobre la mesa el asunto de la salud mental. Naomi Osaka y Simone Biles dijeron basta y hablaron de lo que pasaban en momentos cumbres de su carrera. DeMar DeRozan, de la NBA, y el legendario Michael Phelps también hablaron de la depresión y lo abrumador que les resultaba. Hace más de una década, en su autobiografía Open, Andre Agassi contó lo mucho que llegó a odiar el tenis, incluso en épocas en donde dominaba el circuito.
Tokio 2020 finalmente se disputó en 2021. Allí Lyles pudo subirse al podio en los 200 metros: Fue 3ero, detrás de De Grasse y Kenneth Bednarek. Todavía arrastraba la situación del año anterior, aunque de manera gradual había dejado los antidepresivos. Un año después, en Eugene, volvió a pisar fuerte. Clavó 19.31 s para ganar el oro, dejando atrás el récord norteamericano que ostentaba Michael Johnson. Su marca fue la tercera más rápida de la historia, solo superado por los jamaiquinos Yohan Blake y, claro, Usain Bolt.
Con el dueño del récord mundial no pudo coincidir mucho: En Río 2016 se quedó a las puertas de la final de los 200 metros. Un año después, cuando la leyenda anunció que se retiraría después del mundial, el ascendente Lyles se lesionó y se perdió la cita en Londres.
Esta semana en Budapest, Lyles ha vuelto a escribir su nombre en la historia grande del atletismo mundial. Y sueña con más: En 2024 se viene París, la expectativa por lograr el triplete y finalmente cumplir con los registros prometidos. Pero por las dudas, cada vez que lo comparan con el mítico recordman, él aclara: No soy Bolt.