Uno de los lugares comunes que más repiten los impulsores de los Clubes SAD es que el nuevo dinero del inversor privado ayudará a evitar que nuestros mejores jugadores se vayan rápidamente al extranjero: Brasil nos avisa que no es así.
¿O acaso los dineros millonarios que fortalecieron estos últimos años a los clubes brasileños evitaron las ventas, por citar solo las principales, de Endrick a Real Madrid y Vitor Roque a Barcelona, cuando ambos ni siquiera habían cumplido los 18 años? Palmeiras y Atlético Paranaense, sus clubes respectivos, ganaron más de 60 millones de euros cada uno. Ya había sucedido algo similar en 2017, cuando Flamengo vendió a Vinicius Junior a Real Madrid con apenas 16 años de edad por más de 50 millones.
El éxodo precoz, que dista de ser una novedad no solo en Brasil, sino en toda Sudamérica, incluye más nombres. Pero no es ese el único argumento que puede explicar la debacle actual del fútbol brasileño, que este domingo recordó los diez años de su caída más humillante, el 7-1 de Alemania en semifinales del Mundial 2014 en su propio país (cinco goles en la primera media hora de juego). En aquel partido faltó Neymar, lesionado y ausente también en esta Copa América.
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Máximo campeón mundial con cinco coronas, Brasil lleva ya 24 años sin ganar ese título, no se clasificó a los Juegos Olímpicos de París y está sexto en las eliminatorias actuales para el Mundial 2026. Además, tiene apenas una Copa América en los últimos diecisiete años, sequía que agravó el sábado tras caer en cuartos de final por penales contra Uruguay en Las Vegas.
Fue un partido con más lucha que fútbol (41 faltas). Y con Brasil peor en los veinte minutos finales, cuando paradójicamente Uruguay sufrió la expulsión de Nahitan Nández. Brasil se adueñó de pelota y territorio, pero no tuvo la más mínima idea sobre cómo quebrar la defensa de un Uruguay que cerró el partido sin delanteros, casi todos atrincherados en defensa, una imagen algo impropia para los equipos de Marcelo Bielsa, que llega desgastado para la semifinal del miércoles contra una Colombia más descansada tras su fácil goleada 5-0 a Panamá.
Hay una imagen inmortalizada de la derrota: los jugadores de Brasil encerrados en círculo, decidiendo los ejecutantes para la serie de penales. La imagen se movió en redes sociales porque el DT Dorival Junior está afuera del círculo y, cuando quiere hablar, apenas levanta una mano y pide la palabra, sin éxito, como resignado. La viralización incluyó el contraste: a solo metros de allí, Bielsa lideraba con gesto de mando el círculo uruguayo y decía los nombres de los ejecutantes.
Dorival explicó luego que su hijo y asistente era quien estaba dando en ese momento los nombres de los ejecutantes. Pero su ubicación afuera del círculo y el gesto tímido para hablar lo dejaron desnudo a la hora de la eliminación. La Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) lo designó en enero pasado en lugar de Fernando Diniz, que tuvo un interinato eterno, porque dirigió simultáneamente a la selección y a Fluminense, hasta que fue cesado de ambos.
Fue una solución de emergencia luego de que Carlo Ancelotti comunicó a la CBF que rechazaba la oferta de dirigir a la verdeamarilla. El italiano siguió como DT de Real Madrid, con el que terminó ganando una nueva Champions. La CBF perdió todo su poder en Brasil luego del FIFAGate, el escándalo de corrupción destapado por el FBI en 2015, que enterró a la vieja conducción. La debilidad de la nueva gestión fue aprovechada por los clubes.
Los equipos brasileños ganaron las últimas cinco Copas Libertadores (Flamengo en 2019, Palmeiras 2020 y 21, Flamengo 2022 y Fluminense 2023). Tres de las últimas cuatro finales fueron además enteramente brasileñas (también dominan la Copa Sudamericana). Cuatro clubes brasileños lideran la lista de planteles más ricos para la Libertadores de este año. Lidera Palmeiras con casi 210 millones de euros, más del doble que River, el argentino mejor ubicado, en el quinto lugar.
Envidiamos aquí la calidad y poderío de un Brasileirao con veinte equipos (contra los exagerados 28 de nuestra Primera división), pero en Brasil también hay debate, porque la torta del fútbol, se quejan muchos, quedó concentrada ya en manos de esos pocos, en detrimento de las Ligas estaduales, semillero de numerosos talentos. Como sea, la debacle de la selección brasileña no se debe solo a crisis de jugadores, pertenencia o conducción técnica. La eterna puja de poder entre una Federación centralizada y los clubes (Estado vs privado) fue ganada por los segundos. Y la selección sufre las consecuencias.
Ayer, un desperfecto en el vuelo chárter obligó a Uruguay a pernoctar en Las Vegas. Algunos recordaron una frase de una publicidad de 2003 que buscaba resaltar que Las Vegas es una ciudad en la que se puede hacer lo que uno quiera, y bajo total confidencialidad: “What happens here, stay here”. Masificada por el cine, la música y otros escenarios, pasó a ser “What happens in Vegas, stays in Vegas” (“Lo que pasa en Las Vegas queda en Las Vegas”). A Uruguay le falló el avión. Pero a Brasil le falló algo mucho más importante. Y no quedará en Las Vegas.