La Copa América y los genitales del fascismo distópico

Arranca la Copa América de Brasil. Un torneo que se concibió con la complicidad de una Conmebol entregada de lleno al fascismo totalitario de la nueva modernidad. Desde los viejos símbolos se construyen siniestras realidades. El desasosiego habita en este fútbol desapacible.

13 de junio, 2021 | 00.05

Hay algo de poesía triste en esta realidad de lo que ya sabíamos: que hay otras vidas, que hay otros mundos, que son más discretos, más bellos, más importantes que la ideología con propósito de libre mercado. Es necesario recuperar los aromas perdidos, el sereno bruñido del hastío, una copa de vino moscatel con los amigos, y ese ayer deshabitado como niebla del olvido. Un fulgor de tiempo quieto y vacío. Necesitado. Para perderse de los que suponen que el mundo empieza con ellos. De los banqueros que atracan bancos desde sus propios despachos, de los bombardeos retransmitidos como conciertos de rock, de la deuda infinita enroscada como serpiente en el cuello de la gente, y ese fútbol eternamente “apantallado” que se envilece entre montañas de muertos en una pandemia que ya huele a sangre seca.  

No es difícil discernir cuando el fútbol te habla desde el cerebro, el hígado o los genitales. Esta Copa América se concibió desde los genitales. Desde un fascismo totalitario, distópico, de macho cabrío, de uniforme y trabuco, de odio y hielo, que presume de raza, nación, identidad, bandera. Una “manada” poseedora de una rabia transversal cuyo elemento común es una furia de perro lobo hacia el diferente, hacia el relato sartreano donde se desnuda que el infierno son los otros, y su mirada el silencio faústico que penetra y nos delata. 

Con los viejos símbolos se construyen siniestras realidades. En la metafísica de hoy Jair Bolsonaro es el símbolo del fascismo de la nueva modernidad. Este hombre solo, oscuro, imagen de fin del mundo, de vida acabada, de tiempo vacío, de grietas, intersticios, robos y licencias, de máscaras, estampó sus genitales sobre la mesa y se fabricó una Copa América para el escándalo y el miedo. La edificó contra el mundo, contra el sentido común, con la complicidad miserable de una Conmebol totalitaria, cortesana. Una moribunda ambulante, con las cuentas deshilachadas, necesitada de cariño, de una sonrisa amable, de una lágrima.

Hoy donde vuelvas la mirada hay una armonía destemplada, una paz armada hasta los dientes, un sosiego tenso. Los cuatro jinetes del apocalipsis desplegaron su mapa de soledad sobre un país enfermo, y se fueron a dormir el sueño eterno, sin recabar en la furia de la tempestad. Jair Bolsonaro, Alejandro Domínguez, máxima autoridad de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), Marcelo Reis Magalhaes, Secretario Especial de Deportes, y Rogério Caboclo, presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) -apartado durante 30 días del cargo por una denuncia de acoso sexual de una funcionaria- cabalgan como espectros sobre un fondo de tinieblas mustias, justificando lo que Spinoza llamaba nuestras emociones más tristes: la rabia, el odio, el miedo y la venganza. 

Al otro lado del abismo bulle la multitud: los gobernadores, gran parte del arco parlamentario, la selección brasileña de fútbol, la opinión pública, y la bestia negra del fascismo estulto, Adenor Leonardo Bachi, Tite, entrenador de la selección de Brasil.

Dime a quien culpas y te diré quien eres. Antiguamente los judíos elegían un macho cabrío que llevaban al desierto y lo apedreaban hasta la muerte para que pagase por los pecados de la comunidad. De ahí viene la expresión “chivo expiatorio”. Tite se convirtió, de la noche a la mañana, en el chivo “comunista” a derribar. Sus criticas a la Copa lo pusieron en el punto de mira de forma despiadada. Como hambrientos surcos de tierra esperando la lluvia los medios afines al gobierno, y las redes sociales, lo convirtieron en 24 horas en un díscolo flautista de Hamelín bolivariano, sin cerebro límbico: ese bulbo donde anidan los sentimientos, las emociones, la empatía, y el corazón abstracto. El hombre es una pasión inútil, decía Sartre. 

Venimos de un largo silencio, duro, concreto, impenetrable. En estos tiempos perplejos necesitamos transitar de una conciencia a otra, contar la vida de la gente, la de cualquiera, la de todos. Nutrirnos mejor de lo íntimo, de lo cercano, alejados de toda épica entusiasta. Historias mínimas, de reflexión, de dolor y alegría, de bajezas morales, de soledad y tumulto, de pasiones y de belleza, de vida honda. Lo que nos sobra es pasado, futuro es lo que nos está faltando. 

Da la sensación que en este otoño desapacible de calima vieja, la vida y el fútbol van a estar en otra parte, lejos de la Copa América, buscando un recodo donde refugiarse, donde descansar de un mundo donde pensábamos que éramos felices y no lo sabíamos.

 

(*) José Luis Lanao, periodista y ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979. Ex columnista del grupo multimedia español Vocento y Cadena radial COPE.

 

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