La Conmebol volvió a mantener intactos sus valores: la pelota no se frena, pase lo que pase. El estallido social en Colombia llevó a un paro en todas las actividades, menos en el fútbol. Con una crisis sanitaria en el continente o con una explosión popular contra un gobierno, la número cinco gira igual.
La crisis social e institucional que vive Colombia incluyó, en estos últimos diez días, represiones policiales, violencia por parte del Estado, muertos y desaparecidos durante las manifestaciones. Tanques, fusiles de guerra y balas de plomo en la calle fueron parte del escenario. Al estallido, hay que sumar que es el tercer país de América con más muertes de COVID por millón de habitantes y hasta el momento menos de cuatro millones de personas recibieron, al menos, una dosis de la vacuna. Ante esta situación, la máxima entidad del fútbol sudamericano no suspendió los partidos por la Libertadores y Sudamericana: los mudó.
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Atlético Nacional es de Medellín. Independiente Santa Fe y Deportivo La Equidad son de Medellín. En esas ciudades las manifestaciones fueron más crudas. Los tres equipos tuvieron que viajar a Asunción de Paraguay para jugar sus partidos ante River, Lanús y Argentinos Jrs respectivamente, aun con la situación social y sanitaria que vive el país.
Como si fuese un Estado más, la Conmebol maneja sus propias reglas y tomó sus propias decisiones. Desde conseguir 50 mil vacunas para inmunizar -sin un plan de vacunación- a las personas que ellos quieren hasta buscar mantener la sede de la Copa América en medio de una crisis social. Busca convenios, hace acuerdos y mantiene el control en sus manos. Durante esta semana, volvió a mostrar esta faceta, la pelota no frenó y respaldó a Colombia como próxima sede de la competencia continental.
Más allá de los torneos de clubes, la necesidad de conseguir 50 mil vacunas tenía como razón principal hacer la Copa América. La Confederación Sudamericana de fútbol fue la primera organización, sin ser Estado, en conseguir dosis en medio de una escasez mundial. En los últimos días, por ejemplo, el COI indicó que también llegó a un acuerdo con Pfizer para garantizar los Juegos Olímpicos en Tokio. El acuerdo funcionó como el de uno tratado entre países y contó con una gestión de Luis Lacalle Pou, presidente de Uruguay, que acercó contactos. La primera devolución ya apareció: Montevideo es la gran candidata a recibir la final de la Copa Libertadores 2021.
Hace dos días, Gonzalo Belloso aseguró que ve “imposible que se suspenda la Copa América” en Colombia. Se sumó a las palabras de Iván Duque, presidente colombiano, quien en medio del caos en su país dijo que “sería absurdo” suspenderla. Sin embargo, más allá de la algarabía del mandatario colombiano, el torneo continental es el principal activo que tiene la Conmebol este año. Es su competencia emblema. Y la confederación sudamericana juega para un solo lado: el suyo. Ya empezó a haber un Plan B en caso de que la situación se complique y, por supuesto, Paraguay -con asunción como base- es su principal opción. También, por supuesto, aparece Uruguay.
La Conmebol oscila entre ser un Estado en sí mismo y mantenerse como una organización que pide garantías. Tiene en sus manos el poder de la pelota. Incluso, es llamativo recordar que la sede de la organización ubicada en Luque -Paraguay- tenía status de “Embajada” y contaba con “inmunidad diplomática”. Ni los jueces ni policías podían ingresar al edificio. La ley fue derogada en 2015 por el escándalo del FIFAGate. Más allá de este detalle, el poderío se mantiene con el propio producto que conserva en sus manos: el fútbol tiende a ser utilizado como un modo de regulación social. Si la pelota rueda es porque la situación “está controlada”, si las garantías no están dadas es porque la situación se desbordó.
Vale recordar, por ejemplo, la final de la Copa Libertadores en 2019 y el intento de Sebastián Piñera en 2019 cuando desde su gobierno sostuvieron que, a pesar de las protestas, Santiago de Chile iba a recibir la final de la Copa Libertadores. Tan solo tres días después, la Conmebol actuó como siempre lo hace: priorizando sus propios intereses. Le dio la espalda a Sebastián Piñera, cambió la sede del encuentro final y River – Flamengo jugaron en el Estadio Monumental de Lima, en Perú.
Con la Copa América en el horizonte, la situación social volvió a poner un manto de dudas sobre dónde y cómo se puede llevar adelante el torneo. Las masivas manifestaciones, por otro lado, pueden hacer recrudecer el coronavirus y agravar la situación sanitaria en Colombia. De no ser allí, seguramente, habrá un plan B. Porque el único plan es el siga siga.