El paraíso está demasiado lejos todavía para traerlo a la tierra. La felicidad es un sólido difícil de definir, mientras que la infelicidad es perfectamente identificable. Argentina recupero la sonrisa. Lo sabe. Se gustó. Para eso son las victorias contundentes. Para mirarse al espejo y quererse un poco más. Para imaginar el mañana con el placer de hoy, espacios apacibles donde recuperar la fe en el futuro, para recuperar la confianza con todas sus imperfecciones a cuestas. Necesitaba un triunfo como este. Necesitaba “reconocerse” imponiendo una cierta autoridad sobre la mesa. Un dominio absoluto, aplastante. Enseñando el rostro. Todos de “cara”, pidiendo, exigiendo, reclamando. Metidos en el partido. Sin distracciones. Presionando la salida, triangulando, recuperando los espacios con la simpleza de la pelota en los pies. Mezclados. Esa mezcla tan provechosa que crean los “socios” cuando se juntan. Cuando se juntan Messi, Agüero, Gómez, Correa, y se asocia Palacios, y se “apuntan” las bandas. Y todo fluye, con cierta belleza, para hacer un fútbol simple, nuestro, el de toda la vida.
El partido se terminó pronto. No por culpa del gol de Gómez. Bolivia saltó al terreno de juego con la necesidad de “perderse”. Y fue fiel a si mismo. Se “perdió”. En silencio, sin hacer mucho ruido. Se quedó en piel y huesos con su fútbol extraviado, invisible, desdibujado, sin personalidad. La trampa de un fútbol que esconde una obsolescencia programada esperando el porvenir, y el porvenir que no viene.
De ahí, que este triunfo aplastante de Argentina, tan necesario, esconda una cierta felicidad controlada. El 4 a 1 es contundente, sin ambigüedades. Ordenado, transparente, y en cierta manera, previsible. No sabemos quienes vamos a ser, pero podemos sospechar quienes fuimos. Venimos de partidos anteriores con la imagen del desasosiego colgando de los párpados. De lo vulnerables que fuimos, de las luces y sombras de la que estamos hechos. La única forma de hacer algo útil con el futuro es tener el pasado siempre presente. En especial, el peor pasado
Todos tenemos un puerto feliz donde refugiarnos. Un modo de mirar, de sentir, de experimentar la perplejidad , los detalles y la deriva. Esta selección debe reflexionar sobre lo acontecido en su primera ronda. De los males pasados y del éxtasis del presente. De los malos olores de ayer y del perfume de hoy . Salir, si es necesario, del mundo en el que ya no se reconoce. Buscar la simplicidad en la profundidad de las cosas, y no en subjetividades o imaginarios personales.
La mirada educa. Argentina se gustó, y nos gustó. Con el fútbol nuestro, el de toda la vida. Para volver a soñar, con moderación, con la felicidad controlada. Con una media sonrisa para la esperanza.