A principios del año 2007 Estuve en Bolivia por primera vez. Se trató de un viaje inolvidable que fue y vino entre paisajes lunares y mercados en los que me pareció ver la esencia de América. Y en el último instante, cuando ya me volvía, pasó algo que, creo yo, me une a la Libertadores de ese año.
Éramos cuatro argentinos viajando en taxi por La Paz. Íbamos a la estación de micros: nos esperaban, clásico de esos años, las cincuenta y cinco horas de ruta hasta Buenos Aires. Entonces, no sé por qué, o por estar viendo el bruto paisaje paceño, me acordé de que el primer partido de Boca por la Libertadores que empezaría pocos días después sería justamente en La Paz. Lo dije y el taxista lo confirmó. Dijo: “sí, vendrá Boca” o algo así. Quizá dijo “el Boca”. Lo hizo en el castellano de Bolivia, en el que las vocales apenas se pronuncian.
En efecto, a los pocos días Boca empezó en La Paz su participación en una Libertadores destinada a recordarse como algo mítico. Vi por televisión ese partido contra el Bolívar: la Libertadores empezaba a ser ese torneo mágico que transcurre en las pantallas pero también en la variada geografía continental. Fue un cero a cero aburridísimo a los pies del Illimani, y Riquelme no jugó. Para eso ya habría tiempo.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
***
El partido contra el Bolívar fue el 14 de febrero. Riquelme había sido presentado en conferencia de prensa tres días antes, el 11, y empezó su segunda etapa en Boca tres días después, el 17, contra Rosario Central en La Bombonera (y la gente de Nike se ocupó de que el equipo no vistiera de azul y oro). Pero lo importante empezó el 1 de marzo: ese día Boca se enfrentó al Cienciano por la Copa Libertadores y Riquelme volvió a disputar el certamen que había conseguido en 2000 y 2001 y por el que había vuelto. Porque la millonada que Boca pagó para repatriar por apenas unos meses a Riquelme, que era jugador del Villarreal y vino a préstamo, tenía un único sentido: ganar nuevamente el torneo continental.
Y lo que sucedió fue inolvidable. El volante jugó en un nivel superlativo y fue decisivo en cada una de las instancias de eliminación directa: en Liniers, en Asunción, en Cúcuta y en Porto Alegre sus estiletazos inclinaron la balanza en favor de Boca. Su influencia fue tan categórica que dejó la impresión, muy poco frecuente en la vida, de que hacer las cosas es fácil y de que no hay circunstancias exteriores que limiten nuestras acciones: Riquelme volvió para ganar la Copa Libertadores y la ganó. Tan simple como eso.
(Tan fuerte fue la pulsión geográfica en Riquelme que cuando Maradona quiso descalificarlo dijo: “hay mucha gente que pasa el Río de la Plata y no lo conoce ni la familia”).
***
Por aquella época en el cruce de la avenida Juan B. Justo con Gorriti había un cartel publicitario inmenso de Adidas. Aparecía la cara de Riquelme y el slogan: “Elegancia es que todos sepan lo que vas a hacer, pero que nadie pueda evitarlo”. Quizá me estoy equivocando y era otra la esquina, y quizá la frase no era exactamente así, pero ése era el sentido. Como un fractal, a nivel micro todos imaginábamos que el volante iba a buscar algún lugar cerca de la medialuna (la famosa “zona Riquelme”) e iba a patear al arco, y también todos imaginábamos que, a nivel macro, volvía para ganar la Libertadores.
***
El que más lo imaginaba era Mauricio Macri. Apostrofado por Maradona como “el cartonero Báez” por su tendencia a la austeridad, aquella vez Macri pagó lo que hubiera que pagar para que Riquelme viniera a Boca del 11 de febrero al 30 de junio. El calendario era inmejorable: la final de la Copa Libertadores era el 20 de junio y la segunda vuelta de las elecciones para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires era el 24. Macri festejó el miércoles contra Grêmio de Porto Alegre y el domingo contra Daniel Filmus y concretó el ansiado salto a la política. Y después de cumplir dos períodos como Jefe de Gobierno ganó, en 2015, las elecciones presidenciales. Por aquellos días Riquelme simplemente declaró: “que se pague un asado”. (Y ya en tiempos recientes, plenamente involucrado en la política del club, dijo: “no queremos que se use nuestro club para otra cosa. Está clarito para qué usaron a nuestro club. Queremos ser un club de fútbol, nada más”).
***
«La señora mayor», el cuento de Borges, empieza así: “El 14 de enero de 1941, María Justina Rubio de Jáuregui cumpliría cien años. Era la única hija de guerreros de la Independencia que no había muerto aún”.
Esas líneas siempre me hacen pensar en cómo se van extinguiendo los grandes equipos: el Boca de 2007, que vivió, como debe ser, cosas características en cada serie (la patada de Sessa a Palacio en octavos, el golazo desesperado contra Libertad en cuartos, la niebla contra Cúcuta en semifinales) jugó la segunda final con short amarillo.
De los catorce jugadores (hubo tres cambios) que disputaron ese último partido, ¿quiénes siguen jugando y dónde? Éver Banega está en el Al-Shabab de Arabia Saudita. Neri Cardozo en Venados, de la segunda división mexicana. Rodrigo Palacio en el Brescia de la Serie B italiana. Y Mauro Boselli volvió este año a Estudiantes de La Plata. Cuatro jugadores en actividad, de los cuales dos juegan en segunda división y uno lo hace entre alminares y palmeras.
Eso es todo.
En Ryad, en la península de Yucatán, en la Lombardía y en La Plata trotan como esquirlas los últimos hombres del 2007. Algún día uno de ellos disputará su último partido en un estadio perdido y esa gloria desaparecerá del todo.
***
El 25 de octubre de 1997, en el entretiempo de un clásico contra River, Diego Armando Maradona y Nelson David Vivas fueron reemplazados por Claudio Paul Caniggia y Juan Román Riquelme respectivamente, según se deduce de la planilla del partido. Sin embargo en el firmamento boquense se interpretó que Maradona había sido sustituido por Riquelme, y como Maradona terminaría retirándose esa tarde el cambio adquirió visos trascendentales: Riquelme estaba tomando el lugar de Maradona.
El cambio, también, era el de un Boca nacional por un Boca americano: Maradona nunca jugó la Copa Libertadores. Hubiera podido hacerlo en la edición de 1982: Boca, de su mano, había salido campeón argentino en 1981 y se había clasificado a la Libertadores del año siguiente. Pero cuando el 30 de junio de 1982 la escuadra auriazul saltó al campo de juego del estadio Félix Capriles, en Cochabamba, para enfrentar al Jorge Wilstermann de esa ciudad, por el primer partido de la fase de grupos, Maradona no estaba: en ese mismo momento, el astro formaba parte de la selección argentina que estaba disputando el Mundial de España. Un día antes había jugado contra Italia, y dos días después jugaría contra Brasil.
Por eso Maradona nunca jugó el torneo cuyo nombre celebra a los próceres: estaba en la selección argentina haciéndose prócer él mismo. Y su estrella boquense fue estrictamente nacional.
***
No viví el Mundial de 1986. Puedo ver Héroes mil veces, puedo leer y releer El partido de Andrés Burgo, puedo llorar con «A Special Kind of Hero», puedo imaginarme a Maradona mirando la pista mientras el avión carretea rumbo a la patria y unos segundos después se levanta por el aire del Distrito Federal… Pero no lo viví. Por eso mientras crecía, en los noventa, veía a mi alrededor la incondicionalidad de la que disfrutaba Maradona y no la entendía.
Fue recién con el Riquelme modelo 2007, que hizo de todo el continente su México personal, que entendí lo que genera un jugador cuando es tan determinante para ganar un torneo: queda identificado con el logro, y de eso no se vuelve. Ni los hinchas ni él.