En "La nueva vejez. ¿La mejor edad de nuestras vidas?", el historiador y psicoanalista Pacho O'Donnell presenta un abordaje sociocultural histórico y económico sobre la población de personas mayores de 60 años, y propone un manifiesto inclusivo y lúcido sobre la vejez, desde una perspectiva que disputa los prejuicios sociales que rondan el edadisimo, a partir de una inversión de sentido: dejar de pensar la vejez como una tragedia y asumirla como un desafío.
"La vejez tiene mala fama", escribe O'Donnell en el libro publicado por Sudamericana. Tiene mala fama porque históricamente ha sido condenada al ostracismo a pesar de que hoy -gracias a los buenos índices de expectativa de vida- podría representar el fragmento etario más largo en la vida de una persona. Tiene mala fama porque está asociada a la idea de "deterioro", de resignación, de tiempo de espera a la muerte.
¿Es posible revisar el paradigma negativo sobre el que se asentó la representación de la tercera edad y, en cambio, formular una nueva conciencia sobre ese momento de la vida? La revolución de la longevidad tiene cada vez más impulsores y en esa dirección transita "La nueva vejez", donde el historiador no le escapa a las dificultades de "ser viejo" pero, en la medida de lo posible, las concibe como un privilegio y una oportunidad: organización de las prioridades y mayor tiempo libre, son sólo algunos de los ingredientes de este recorrido interdisciplinario, que cruza gerontología, psicología, historia, sociología, experiencias personales, relatos de seguidores en redes sociales y estadísticas mundiales.
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"Hay un gran rechazo a la vejez. Estoy seguro que mi libro no se va a vender mucho porque no es fácil comprar un libro sobre la vejez, porque la vejez es algo que uno trata de suponer que nunca va a llegar. El paso del tiempo da base a industrias muy importantes como la de las operaciones estéticas o los tratamientos cosméticos que están dirigidos a evitar la conciencia del paso del tiempo. La arruga se extirpa, la cana se pinta. Y la vejez es lo que, de alguna manera, te enfrenta con aquello que en las sociedades occidentales es intolerable: la certeza de la muerte", plantea el autor a Télam.
Escritor, historiador, dramaturgo y psicoanalista, O'Donnell es autor de numerosas publicaciones en distintos campos, desde biografías de figuras claves de América Latina, como Che Guevara y Juana Azurduy, hasta investigaciones revisionistas de la historia en torno a hechos como la Vuelta de Obligado o la Independencia. Además de su prolífica producción de investigación, también asumió cargos de gestión y representación: fue Secretario de Cultura, embajador, diputado y senador.
A su 82 años, acaba de terminar una serie de seis capítulos de ficción sobre próceres de la Historia, que se emitió en la Televisión Pública, y en marzo próximo estrena una obra de teatro en el Centro Cultural de la Cooperación. Además, recién también, el Fondo Nacional de las Artes lo distinguió por su labor en Gestión Cultural.
Hace algunos años, O'Donnell se dio cuenta que era viejo, como dice. Una insuficiencia cardíaca le fue diagnosticada a sus 63 años con una baja expectativa de vida. Le recomendaron hacer ejercicio y con pereza empezó: resultados a la vista comprendió con claridad todo lo que se activó en su cuerpo con la incorporación de gimnasia y una buena nutrición. "A medida que mi cuerpo mejoraba en disminuir blanduras y aumentar firmezas me iba haciendo amigo de los espejos", confiesa en un pasaje del texto. Ese reflejo le devolvió una mirada positiva y confirmó que "somos nosotros quienes abandonamos el cuerpo y que no es el cuerpo el que nos abandona". Otra inversión de sentido que el autor desmenuza en este libro.
-Télam: ¿Cómo fue el pasaje de reformular tu experiencia de la vejez a escribir este libro más como análisis del fenómeno o manifiesto que invita a repensar esa etapa?
- Pacho O'Donnell: Es difícil saber cuándo empiezan las cosas pero diría que cuando me di cuenta que era viejo y decidí tener la mejor vejez posible y para eso es necesario desprenderse de los prejuicios. O sea, somos siete millones de personas mayores en la sociedad argentina y somos el mayor grupo de discriminados. Hay una visión cultural de la vejez como algo oscuro: los viejos somos deprimidos, enfermos, discapacitados, solitarios. Eso es lo que se llama la versión viejista de la vejez. Y lo que me planteo en el libro es que uno puede tener una vejez dinámica, activa, erótica, creativa, aprovechando que la vejez actualmente es una etapa muy larga.
-T: Reivindicas la palabra viejo ¿en la forma de nombrar se anidan los prejuicios?
-P.O: Uso la palabra viejo con mucha libertad. Viejo, vieja vejez. Porque el hecho de que sean palabras incómodas es justamente efecto del viejismo, del prejuicio. Hay que reivindicar esa palabra. Fíjate vos cómo se da el prejuicio que es la palabra que más sinónimos tiene en el diccionario, muchísimos más que niño, que joven, que adulto.
Yo tengo 22 años de viejo. Si la vejez empieza a los 60 y yo tengo 82 años la vejez se ha transformado en quizá la etapa más larga de nuestras vidas, más que la infancia, más que la adolescencia y que la juventud, tanto como la madurez. Es importante saberlo y poder aprovechar ese tiempo. Aceptar el desafío y transformarlo realmente en algo positivo.
T: Entre otros de los factores positivos te referís a la relación con el tiempo ¿qué otros identificás?
-P.D: La vejez también puede ser una etapa para pagar las deudas con uno mismo, es decir, si la vejez y las circunstancias lo permiten. Uno puede hacer aquello que no se animó a hacer cuando era joven o de adulto, o que no pudo hacer por exigencia de la realidad. Y entonces será una etapa, digamos, en la cual uno podrá, si le gusta el arte, dedicarse al arte, estudiar idiomas, hacer tareas altruistas o humanitarias. O sea, comenzar actividades nuevas.
Sin embargo, también es muy difícil subtitular mi libro como que puede ser la mejor etapa de nuestras vidas estando el 50% de nuestra población en estado de miseria, y entre los cuales las personas mayores son las más vulnerables, entre otros motivos porque las familias en estado precario no tienen capacidad de cuidados. Eso deriva en muerte prematura, en mala atención médica, en malas relaciones afectivas. Para mí nunca se esconde el hecho de que una enorme cantidad de personas mayores la están pasando muy mal, con consecuencias graves.
-T: En otro orden, el libro pondera la sexualidad, un tema sino tabú al menos del que se tienen muchos prejuicios. ¿Cómo lo ves?
-P.O: Se da por sentado el prejuicio que las personas mayores no tenemos sexo. Un anciano o una anciana que demuestra su deseo sexual es una vieja loca o un viejo verde. Pero la sexualidad nos acompaña hasta el último día de nuestras vidas. Somos nosotros los que abandonamos la sexualidad. Así como somos nosotros los que abandonamos el cuerpo. Está comprobado que a los 40, 45 años, en general promedio, las personas abandonan el cuerpo. El cuerpo pasa a ser algo de los jóvenes, igual que el sexo. Y creo que eso es algo que hay que combatir. Los viejos tenemos derecho al sexo, tenemos derecho a masturbarnos y excitarnos. No es el mismo sexo que a los 20 años. Es un sexo que tiene algunas características de mayor sensualidad, de caricia, de tiempo de juego. Pero es una sexualidad absolutamente satisfactoria.
-T: ¿Y cómo fue en tu caso el reencuentro con el cuerpo?
-P.O: A los 63 años me diagnostican una insuficiencia cardíaca severa, que es una enfermedad muy grave, con una supervivencia promedio de cinco años. Mi médico me aconseja hacer gimnasia para fortalecer las partes sanas del corazón y a partir de ahí comienzo un proceso adictivo. Antes había jugado al rugby, al fútbol, había tenido actividades tribales pero descubrí el cuerpo a los 63 años. Y me enamoré de mi cuerpo. El cuerpo nos responde cuando no lo abandonamos: baja el azúcar, el colesterol, se regula la presión arterial. Te haces más amigo de vos mismo, más amigo de los espejos, sentís más energía, más capacidad intelectual. O sea, el buen estado físico está estrechamente ligado con una mayor capacidad intelectual.
No entrenar es tan nocivo como fumar o como drogarse. ¿Sabés por qué los viejos no hacemos gimnasia? Porque culturalmente se nos impone que la vejez es lo mismo que la decadencia. Obedecemos esa imposición y efectivamente es muy frecuente que las personas mayores estemos en muy mala condición física, mucho más allá de lo que la biología determina...
-T: Pero el cuerpo, dirás, también precisa de lo intelectual y lo social.
-P.O: Mantenerse activo mentalmente prolonga cuatro o cinco años la edad. Es algo fundamental y esto va dirigido a las familias: no es tanto sacar a pasear al abuelito los domingos a la tarde sino incorporarlo a tareas de socialización. Hay muchos centros culturales en los templos, en las iglesias, en las intendencias, en los sindicatos y es muy importante que las personas mayores se incorporen a tareas socializantes, que además suelen ser gratuitas: cursos de ajedrez, de cocina, de idiomas, de arte, carreras.
T: También destacás la importancia del uso de la nuevas tecnologías y las redes sociales como factor de comunidad.
-P.O: Porque ahí está nuevamente el prejuicio. Se supone que los viejos somos inútiles con Internet y ese es un decreto cultural. Las personas mayores tenemos la misma capacidad que los jóvenes para aprender a manejarnos en las redes. Las viejas y las viejos no tenemos que aceptar los decretos culturales que nos establecen que somos personas de descarte, sino que estamos perfectamente capacitados para muchas cosas. Es importante que las personas mayores puedan manejar el Instagram o el WhatsApp, intercambiar mensajes con otras personas activamente, con chats, con grupos, para evitar la soledad que es tan típica de la persona mayor.
-T: ¿A la vejez le falta lugar en la agenda para construir una nueva mirada?
-P.O: Si, correctísimo. Hay un descuido en todos los niveles. En la agenda, en la acción pública, en todo. Hay muy pocos trabajos escritos sobre la vejez. No hay mucha gente que se ocupe del tema y te doy un ejemplo notable: Freud prácticamente no se ocupó, lo único que dijo es que las personas que tenían más de 40 años no eran analizables porque tenían demasiadas capas para remover y que entonces el trabajo psicoanalítico era inútil. Por eso, con este libro quise proponer que la vejez en vez de ser una tragedia, sea un desafío.
Con información de Télam