Ariana Harwicz: "Las obras que son hijas bobas de la época van a caer en el olvido"

11 de junio, 2023 | 14.10

(Por Josefina Marcuzzi) "El dramatismo es que las nuevas generaciones escriban una novela o un poema mirando las redes. Esa fascinación por gustar engendra mal arte, eso es seguro", dice la escritora Ariana Harwicz a propósito de su nuevo libro, "El ruido de una época", una obra que retrata en ensayos breves y una prosa aguda las tensiones que hay en torno a la calidad de las obras artísticas, en una escena que la autora de "Matate amor" y "Precoz" caracteriza hoy como acechada por la mirada sobre la ideología de los autores.

Año 2023. Nadamos en una época que vacila entre el buen arte o los buenos artistas. Un signo de época en el que no es suficiente producir un objeto literario o artístico, no alcanza el dispositivo en sí mismo para obtener éxito y validación: hace falta venderlo, compartirlo, likearlo y que los colegas lo celebren. Ariana Harwicz dirá que el plan es tirarse flores entre intelectuales. Aunque ella se considera fuera de ese jardín. "Lo que me parece interesante de un escritor es que le pelee a la época", dice.

¿Alcanza con buenas canciones o una buena novela para ser reconocido entre colegas y por el público? ¿Hay más éxito entre artistas reconocidos por su postura pública e ideológica sobre ciertos temas, que por la calidad de arte que ofrecen? Los ejemplos para graficar esta idea, central en el nuevo libro de Harwicz, emergen de a cientos.

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"La misión de la literatura no es separar al verdugo de su víctima o juzgar quién debe ser condenado a muerte, sino transgredir. Un poco como los que trabajan con material explosivo: nunca saben cuándo finalmente va a fallar y a explotar la granada despedazándoles la mano", sostiene la autora, una de las voces más potentes y también transgresoras de la literatura contemporánea.

"El ruido de una época", de Editorial Marciana, despliega un abanico de ideas que se superponen y desdibujan sus tonos como en una pintura de acuarelas, y no hace otra cosa que invitar a pensar al lector mediante impresiones, reflexiones y datos sobre la escritura y la creación, en una búsqueda continua y siempre dinámica: conocer el espíritu esencial del arte y entender para qué sirve. Hay, también, espacios en blanco para esbozar las ideas propias, atesorar ese registro a medida que transcurre la lectura y discutir un poco con la autora por escrito.

Harwicz nació en Buenos Aires, ganó varios premios por su primera novela "Matate, amor", que llegará al cine el año próximo producida por Martín Scorsese y protagonizada por Jennifer Lawrence. También en 2024 estrenará una ópera de su autoría en el Teatro Colón, en la que trabaja junto al compositor Óscar Strasnoy y el director Mariano Pensotti. Es autora además de "Precoz", "La débil mental" y "Degenerado", textos que fueron adaptadas al teatro en varios países como Argentina, España e Israel y traducidos al hebreo, inglés, alemán, italiano, francés, turco, holandés y tantos otros idiomas más.

La escritora conversa con Télam desde su casa en Francia a través de zoom, pero la entrevista termina y después de unos días retoma algunas ideas por Whatsapp. Ciertos temas la convocan hasta, pareciera, la obsesión. No quiere soltarlos. Algo de eso hay en el libro también, que lo vuelve tan magnético: un espíritu de insistir, una y otra vez, en preguntas que abren otras preguntas y que difícilmente alcanzan una única respuesta.

- Télam: Planteás en el libro que escribir es ser un poco un paria, y a su vez decís que no se puede vaciar al lenguaje del rasgo de la violencia. ¿Para qué sirve, entonces, la literatura y qué herramientas tienen los escritores para no ser parias?

- Ariana Harwicz.: Esa afirmación y todo el libro se enmarca en algo muy asertivo, muy del orden de la exasperación. Tiene una tradición nietzscheana, está escrito como si te dijese en mayúsculas, o en voz alta, o como son un poco mis personajes, que se suben a un banquito y hablan fuerte. A veces eso no se entiende y me dicen: "bueno, pero depende, no hay que generalizar..." La relativización es en la vida cotidiana, para negociar. En el arte lo que prima es una visión del mundo que si es relativizada pierde fuerza. Entonces el libro está llevado a una cosa hiperbólica. Es un postulado, un deseo de entender una vez más y hasta el fin de mis días qué es el arte. Yo había hecho la carrera de Artes, cuando recién empezaba en la UBA: la carrera era un caos, pero lo que hacía era preguntarse todo el tiempo qué es el arte. "El ruido de una época" humildemente intenta eso. Ahora el escritor no es un paria, pero antes era ese el modelo, el escritor tenía que pasar por un estadio de ser paria, de ser rechazado por las editoriales, incomprendido por la sociedad, atacado por los enemigos políticos, encarcelado o juzgado por el Estado. Para escribir había que pagar un precio. Ahora pareciera que no: escribo, me va bien, cada vez me va mejor.

Estoy tratando de pensar la época viviendo la época y eso es difícil, porque el siglo XVIII lo podemos pensar, pero el año 2023 está borroso. Pero tengo la sensación de que ahora no se paga ese precio, y si sacás de la ecuación eso, ¿qué queda? Lo mainstream, la aceptación. Pienso en el escándalo cuando salió "Lolita" y el precio que pagó (Vladimir) Nabokov, o (Pier Paolo) Pasolini encarcelado por sus películas. Hay miles de casos, Glen Gould, escandaloso cuando tocaba en público. Generaba odio, rechazo, enemigos. Ahora se sacó de la ecuación tener enemigos: todo es amigos en Twitter, en Instagram, en redes. El enemigo era un componente importante en el arte. ¡Era el rival!

- T: ¿Entonces te parece mal que ya no se pague un precio? ¿Es perjudicial para el dispositivo?

- A.H.: Me parece un error de ecuación. No es que yo quiera que se pague un precio, te imaginás lo duro que fue que a Flaubert le hayan hecho un juicio. Es que escribir es asumir el riesgo de tener que pagarlo. Ese riesgo es la responsabilidad que uno tiene. Es esa fuerza contraria que también le da sentido a lo que hacés. Eso no está más en la ecuación. Todo el mundo tiene miedo a tener enemigos o a ser rechazado, hay como un acuerdo tácito en todo y eso no es literario.

- T: En varios de los ensayos hacés referencia a que aplicar moralidad sobre el arte es un error. Es un signo de la época. ¿Qué se hace con eso, como lectores y como artistas?

- A.H.: Cada vez va a haber menos artistas, cada vez va a haber más pseudo-artistas. Lo que yo digo es antipático. Me dicen: "Ay, y vos quién te pensás que sos, Marguerite Duras?. ¿Ganaste un Nobel?" Yo no me pongo en un lugar de superioridad, simplemente trato de pensar la época. Si no, dale, pongo casete y te lo digo en un segundo: "Sí, me encanta que haya visibilidad de las mujeres, creo que nos lo merecemos después de tantos siglos de ser invisibilizadas, me encanta que cada uno defina su identidad...". Eso no genera ninguna controversia, no estás pensando nada: estás constatando la época. Lo que me parece interesante de un escritor es que le pelee a la época, lo que han hecho todos. Ahora hay gente que hace de artista, lo que hay es negocio. Yo veo cómo se fabrica ese negocio: los acuerdos, los pactos, las lógicas de sellos grandes, medianos y pequeños.

Se venden los libros en relación a las redes sociales y a la ideología que porta el autor. Eso es lo que vende en los festivales: tal autor es anti-racista, pro inmigración, feminista. No importa su obra, sino que sean portadores de una ideología. Y lo peor que le puede hacer al arte es esa ideología. En esta ecuación no veo posible que puedan surgir grandes obras, aunque las excepciones siempre existen. En algún momento van a cambiar todas las reglas del juego, de acá a 10 o 20 años, y las obras que fueron las hijas bobas de la época, las que se adaptaron políticamente a la época, van a caer en el olvido.

- T: Vos hablás en el libro de hacer el ejercicio de separar la vida privada del autor de la obra. ¿Cómo pensás, en estos términos, la literatura del yo o la autoficción?

- A.H.: Todo lo que sea de corte identitario, ya sea identidad del texto vía la definición de un género, o identidad del autor, no me interesa. Lo único que me interesa es que la operación de escribir sea una operación de libertad. Libertad política, libertad ideológica. Que sea una operación de rigor en donde se reconfigura una lengua, donde la lengua existente no importa, es la lengua para ir al súper, sacar la SUBE, la lengua de la comunicación. No tiene nada que ver con la lengua de "Degenerado" o "Matate amor". Lo que me da bronca de estos procesos demagógicos es que alcanza con que el autor o autora nos caiga simpáticos por sus causas o por su speech, por su personalidad, para que aceptemos la novela o la canción que hacen, aunque esa novela o esa canción reproduzcan la lengua de la comunicación. Es decir, no crean nada nuevo.

-T: ¿Te preocupa que este libro ofenda?

- A.H.: Mi sueño era que se leyera. Más allá de un premio, o de una nota, lo que me importaba era que circulara. Y no, no me preocupa para nada que ofenda, creo que ni siquiera ofende porque la gente a la que no le interesa hace como que no existe. Finge demencia. Hoy no hay discusión en el campo literario argentino. No me refiero a las discusiones amables, divertidas. Me refiero a las discusiones posta, al debate, a no estar de acuerdo con cosas. Lo único que hay son alianzas: estás o no estás con tal o tal. Entonces la gente a la que no le gusta lo que hago, que son un montón, no es que me dice: "qué porquería tu libro" o me discute una idea y nos ponemos a debatir. Eso sería hermoso. En cambio hacen como que el libro no existe: es fácil, no sacás fotitos, no ponés un like, no hablás del libro, no existe. Me resulta más interesante armar una mesa de debate en una feria o un zoom de cuatro escritoras debatiendo políticas literarias en las que no acuerdan. Eso estaría buenísimo, en vez de que el lector sólo las aplauda. Quisiera que el libro despierte eso, pero la época es más fuerte que yo.

Con información de Télam