Julio Chávez vuelve al teatro con Lo sagrado, una obra con ritmo de thriller que plantea dilemas éticos-morales y que lo devuelve a su estado de gracia. Chávez, que cuenta con una vasta trayectoria en teatro, televisión y cine, se entrega con total pasión a la platea en un personaje que rebosa humanidad, a pesar del juego de contradicciones en el que termina envuelto. A pocas semanas de su estreno en el Paseo La Plaza, el actor dialogó en un mano a mano exclusivo con El Destape sobre las cosas que considera sagradas, las obsesiones que definen su personalidad, sus grandes éxitos en la ficción y los pasos que preferiría no volver a dar en la vida.
¿A partir de qué idea o imagen surge Lo sagrado?
- Tuvimos muchas charlas con Camila Mansilla, coautora de la obra, sobre los temas que nos preocupan y apareció la idea de la promesa que se puede hacer de golpe -a veces con buenas intenciones- hasta que un día tocan el timbre y te piden que hagas un acto que la sostenga. Ahí aparece la cuestión de la ética y queríamos hablar y pensar sobre ello. A partir de ahí surgió el choque entre la juventud y la adultez, una vida que está casi hecha y otra que empieza, y la mirada sobre el más joven acerca del error cometido por el que ya viene caminando hace mucho, que es un tema hermosísimo y que ya lo hizo extraordinariamente bien William Shakespeare en Ricardo III. Lo que buscamos fue crear una pieza casi de género que atrape al espectador en un dilema ético, sin señalar nosotros qué es lo sagrado… lo abrimos a que sea una pregunta para cada uno.
¿Qué es lo sagrado para vos?
- Mi oficio. He establecido un compromiso y una promesa con mi oficio, y sé que en algún momento me va a tocar el timbre y me va a decir “che, acá hay tres facturas que hay que revisar”. Esas boletas a veces me tocan, pero mi intento es ser un buen soldado de mi oficio.
-¿Si no hubieses sido actor en qué otra pasión habrías encontrado una vocación? Sé que tenés afición por la pintura…
- Sí, soy pintor. No lo sé… como soy actor te respondería que en otro escenario hubiera sido un humano haciendo cosas. Tengo la dicha de poder jugar y transitar el camino de la ficción, que para mí es una de las verdaderas esencias del ser humano. Más allá de eso, de chiquito quise ser químico porque veía que Los Tres Chiflados hacían explotar cosas, después quise ser médico. Siempre fui bastante superficial en mis elecciones (risas).
Bueno, los actores son químicos de las emociones.
- ¡Eso es la comunicación, es química absoluta!
Tu personaje en la obra es escritor y tiene una relación muy particular con su obra. ¿Qué lugar ocupan los libros en tu rutina?
- Los libros son fundamentales y hoy son un refugio muy importante. Me sigue gustando el libro objeto, no me gusta leer desde la computadora y creo que hoy por hoy ir a un libro es una ocupación que hace 40 años era más fácil. Ahora, agarrar un libro requiere de mayor voluntad y a veces te sentís un poco más solo también. Leer es mi desayuno elegido, donde converso, escucho y tengo un alineamiento diario con los temas que me interesan. También soy integrante, desde hace 17 años, de un grupo de lectura y estamos estudiando desde hace cuatro años las obras de Borges.
A veces recuerdo, cuando me siento intoxicado producto de mi propia falta de voluntad -porque empiezo ir a las redes y llega un momento en que estoy angustiado porque tal se separó con tal y digo “esto no tiene ningún sentido”- que siempre tengo la posibilidad de ir, agarrar un libro y conversar con quien quiera. De todas maneras, en la actualidad la lectura es elitista porque en lugar de haberse expandido, se cierra a un sector muy pequeño. En ese sentido, he intuido esta situación y he comprado muchos libros bajo la premisa de “los voy a leer cuando sea grande”. ¡Como ser grande ya está tocando la puerta, estoy empezando a leerlos! (risas).
Es un gran plan.
- Para mí sí. Y tengo una videoteca también, con 580 DVDs aproximadamente. Los autores que legitimo mucho tienen su espacio con sus películas y una chapita que mandé a hacer con el nombre y los pongo como si fuese un bibliotecario.
Sos un fetichista de lo retro.
- No daño a nadie, hago mi ejercicio y mi estética, aunque algunos me dicen que debería tirar todo porque puedo grabar las películas en un pendrive. Bueno, yo laburé para tener mis DVDs y me gusta mucho el ritual: ver las cajitas, sentarme en un buen sillón, ver las películas en una buena pantalla. Es una manera de estar conmigo y con mi historia.
¿Cuál es tu película favorita?
- El Sacrificio, de Tarkovski, porque creo que está filmada y actuada como los dioses. Es curiosa la pregunta porque la trama de la película tiene que ver justamente con lo sagrado, ya que el protagonista considera sagrada la humanidad y decide sacrificar el lenguaje, la sabiduría y el entendimiento para que siga existiendo un ser humano que se pregunte qué es esto.
¿Cómo hacés para mantener a raya tu ego y que no aparezca “el monstruito” interior del prestigio?
- El ego es una bestia fundamental, es como los dragones en Game of Thrones, que vive de lo que le das de comer: si al ego le das porquería, el ego va a querer porquería, pero si al ego le enseñás a que transporte algo que para vos tiene valor, se vuelve muy importante. Yo tengo mucho ego y estoy aprendiendo a mantener, siguiendo con la metáfora, un régimen alimenticio correcto. Cuando me veo en el afiche de la obra de teatro me digo a mí mismo “eso que estás viendo ahí lo tenés que justificar”. Y también estoy muy atento a cuando ese ego tiene que desinflamarse…
¿En qué momento de tu vida aprendiste a hacer ese cambio?
- Escuchando a mis maestros. Me enorgullece pertenecer a la generación donde ser grande es un regalo que la vida te trae y no una vergüenza o un problema. Hoy eso está un poco debilitado y es responsabilidad de los seres humanos.
Hablemos de composición de personajes, ¿tenés un método Chávez?
- No. Existe una falta de personalidad Chávez (risas). Te soy sincero, hasta a veces a mí mismo me parece una locura lo que he logrado con algunas composiciones. Cuando hice la película Un oso rojo, de Adrián Caetano, creía que no iba a poder porque no tenía nada que ver con el personaje. Lo mismo con El Puntero, mi ficción diaria no era esa ni lo es… pero se ve que soy como un guachito que está buscando casa y cuando aparece un rol me siento invitado y la vivo. Me permito hacer el ejercicio de rompimiento de lo que uno dice que es y de lo que uno puede actuar, con la suerte de volver a ser quién soy para vivir en el mundo. Yo no querría perder mi identidad porque es lo que me permite estar, relacionarme, ser. Es una cosa muy seria perder la identidad porque está asociado a la locura.
De las ficciones que hiciste en tu etapa de trabajo con Polka, ¿tenés alguna que atesores con más cariño?
- Cada una de ellas me ha traído enormes aprendizajes pero, por supuesto, Epitafios fue muy importante en mi carrera. Fue la primera serie de plataformas, de HBO, y lo primero que se hizo en Latinoamérica. A la vez fue el escalón para ir a Tratame Bien. Más allá de esto y del éxito que han tenido en mayor o menor medida las ficciones, con todas he aprendido algo. Hasta con El Tigre Verón, donde viví situaciones insólitas como tener que salir a defenderme porque creían que la serie tenía que ver con la vida de un sindicalista real, y El Puntero, donde tuve el atrevimiento de pedir cantar el himno nacional en el final de la historia. Hoy lo volvería a pedir, con doble sentido… intenté hacer una pregunta y además creo que El Puntero contiene, para mi entendimiento, algo que es muy humano y que es que nadie se despierta por la mañana diciendo fui un corrupto, pero a la noche muchos se acuestan preguntándose si lo fueron. Y todos, en algún momento de la vida, cedemos ante la corrupción por desidia, por olvido, protección o bronca. Creo que la cultura y la civilización está hecha en base al olvido. No es tan fácil vivir.
Menos con las cosas que suceden en el país y el mundo en la actualidad. La cultura la está pasando muy mal.
- Sin lugar a dudas, pero para este tema siempre fue un momento complicado porque si no lo hubiese sido, no estaríamos donde estamos. Esto es una sucesión de hechos en algo que está enfermo, un cuerpo, y vamos a tener que laburar para sanarlo.
¿Y crées que estamos yendo hacia la sanación?
- Total y para todos nunca, siempre queda alguien excluido. Eso no quiere decir que no pueda haber un intento. Pero habría que ver si la humanidad es tan buena, si queremos el bien de todos…
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Farsantes fue tu ingreso a la ficción diaria, algo que hasta ese momento no habías hecho. ¿Qué recuerdos te quedan de esa experiencia?
- Todo empezó con un llamado de Suar para ofrecerme un unitario semanal que iba a ser una historia de abogados, con un protagónico gay e iba a hacer de pareja con (Benjamín) Vicuña. Me pareció bárbaro y quedó todo ahí hasta un día que se vino a Mar del Plata, cuando yo estaba presentando la obra La Cabra, me dijo "Julio, tenemos que hablar". "¿Vos te atrevés a hacer tiras diarias?", preguntó. Él esperaba que le dijese que no, pero hacer una tira diaria siempre fue mi materia pendiente, así que acepté y empezamos con los 143, y me prometí a mi mismo, como imperativo categórico, que no iba a regalar una sola escena. Eso fue de un enorme trabajo y estuve como un animal todos los fines de semana leyendo los guiones, aprendí muchísimo.
La serie coincidió con un momento de victorias sociales en Argentina, hacía poco se había sancionado la Ley de Matrimonio Igualitario.
- Sí, hubo muchos motivos y algunos fueron coyunturales. Me acuerdo que en las grabaciones teníamos 100 mujeres frente a nosotros que pedían el beso, que se dio finalmente en el capítulo 20. Nos gritaban para que nos besemos (risas). En Farsantes queríamos romper con los arquetipos estereotipados y ubicar que, a veces, hay seres humanos que en un momento particular de su vida advierten que su deseo va por otro lado.
La mitad y el final de la serie tuvo muchas polémicas, ¿estuviste de acuerdo con la muerte de Pedro, el personaje de Benjamín Vicuña?
- No había que estar de acuerdo, fue una cuestión contractual.
Pero uno se va encariñando con los personajes…
- Sin lugar a dudas. Yo me enteré en el capítulo 28 que se iba Vicuña, no lo sabía. De manera que por supuesto toqué algunas puertas para decir "che, ¿por qué no me avisaron esto?". Son decisiones de producción y productividad… pero entendí muy bien que la gente se sintiese desilusionada porque yo también lo estaba. Pero bueno, encontré algún otro chongo lindo y la tira siguió (risas).
Te buscaron chongos lindos.
- Sí, claro. ¡Todos por contrato! (Risas).
¿Estás pensando en volver a la televisión?
- No he encontrado ningún proyecto que me seduzca así que, como por suerte tengo muchas otras ocupaciones, no estoy con preocupación.
¿Y explorar otros géneros? Pienso en un formato de musical, por ejemplo.
- Hice un musical, Sweeney Todd, en el Maipo con Karina K. Me fue muy mal en términos de productividad. Fue un riesgo muy grande, pero es una experiencia que no volvería a transitar. En el musical son muy despiadados y bravos, si te caés del caballo siguen todos galopando y nadie te va a levantar porque gobierna la música. Aún así, estudio canto lírico, me encanta cantar. Pienso que si no hubiese sido actor me hubiera encantado dedicarme al canto lírico. Igual, me ha tocado una vida bastante dichosa: no necesito más juguetes, con los que tengo la paso bomba.