Entre Gabriel “El Puma” Goity y Cyrano de Bergerac hay más similitudes que diferencias. La odisea del actor por conseguir el rol, tan anhelado durante toda su vida, es quizás comparable al trabajoso camino del personaje clásico por ganarse el corazón de Roxanne, la doncella inalcanzable de la obra escrita por Edmond Rostand. “La única vez que fui a pedir trabajo fue ahora. Toqué la puerta del Teatro San Martín y expresé mis deseos de hacer Cyrano. Sin cita ni nada, así nomás. Y dio la casualidad de que me estaban por llamar para un hipotético proyecto con mi amigo Guillermo Francella. Entre las obras que le ofrecieron estaba esa, aunque la gente del teatro buscaba que hiciésemos juntos Esperando a Godot. Cuando salí de ahí lo llamé a Guillermo y le dije ‘vi que te ofrecieron Cyrano. Si no la hacés, tirame un centro’”, recuerda Goity en una entrevista con El Destape, repasando su amor por el personaje, la presión que le generan las críticas malas y los rumores de trompadas que acompañaron al debut de su Cyrano en la mítica sala Martín Coronado del Teatro San Martín.
- La conexión que te une a Cyrano de Bergerac arrancó a partir de una representación que viste con Ernesto Bianco. ¿Cómo llegás a esa relación de intimidad con la obra?
De pibe nunca había ido al teatro, pero sí a la ópera en virtud de que tenía de familiar al crítico de arte Jorge D’Urbano, que tenía un palco en el Colón. Cuando él no lo usaba, íbamos con la familia. Esa fue mi primera relación con el teatro antes de toparme con Bianco en la televisión en un programa donde estaban Olmedo, Pepe Soriano y Adolfo García Grau -hacían un sketch que me daba dolor de panza de tanta risa-, tanto, que logré que mi abuelo prometiese llevarme a verlo al teatro. El día que fuimos y vimos Cyrano fue un antes y un después; quedé fascinado y esa misma noche miré a mi abuelo y le dije “quiero ser Cyrano”.
Con el tiempo empecé a ver que ninguna de las carreras tradicionales me atrapaba, hasta que salí sorteado para la colimba y mi papá -que fue militar- me puso a trabajar en la obra social del ejército, en un subsuelo en Once, para que tuviera un ingreso. Jamás hubiera imaginado que ahí chocaría con mi vocación de actor. Una de las primeras cosas que hice fue ir a ver al señor Osvaldo, mi jefe, para saber cómo funcionaba el archivo. Los días pasaban hasta que una vez sonó el teléfono de la oficina y escuché cómo Osvaldo hablaba con un tal Jorge, de Gas del Estado, sobre un ensayo, un texto y una actriz… ¡el último lugar en el mundo donde pensé que iba a encontrar un actor fue en una obra social de militares!
Un día me animé a preguntarle sí era actor y me respondió “sí, claro”. “¿Y qué hace laburando en la obra social de los militares?”, le pregunté. “Tengo que mantener una familia”, me dijo. Cuando le hablé de mi interés por el teatro y le conté que había visto Cyrano con Bianco, él reveló que había trabajado en esa puesta. ¡No podía creer esa casualidad! Ese Osvaldo es Santoro y Jorge, de Gas del Estado, es Marrale. Ellos me impulsaron a entrar al conservatorio de actores.
- ¿Estuviste en alguna situación similar a las que atraviesa Cyrano en la obra?
Sí. Estar profundamente enamorado de una vecina mía que no me daba bolilla y enterarme que salía con Pablito, un amigo con el que estaba siempre. Éramos los patitos feos del barrio y un día me contó que había una chica que gustaba de él. Me alegré muchísimo hasta que me enteré que era la que me gustaba a mí. Por eso me pegó tan fuerte Cyrano, la cuestión del amor no correspondido es terrible.
- ¿Qué es lo que más te gusta del personaje?
Lo que me encanta del personaje es que es noble, no se victimiza, es desinteresado y protector, un macho alfa que está siempre del lado de su gente y va en contra del poder corrupto. Cualquier actor de teatro sueña con hacer Hamlet, Cyrano y Ricardo III, está en el podio de las fantasías. En estos años he tenido la posibilidad de que productores me acerquen estos roles para el teatro comercial, pero los he rechazado porque implica reducir las piezas y eso no es algo que me atraiga. Yo quería hacerlo bien, en el San Martín.
- Estás en un momento de plenitud y te das el lujo de hacer todo tipo de personajes pero, ¿en algún momento tuviste que salir del encasillamiento?
No, la verdad es que nunca sentí que me encasillaron.
- ¿Ni siquiera en el período del hit que significó Poné a Francella en la comedia televisiva y en tu carrera?
Nunca discriminé esos shows, ¿cómo voy a querer salir de algo que en su momento fue maravilloso? Siempre, sobre todo en la cultura de la argentinidad, aparece el tema del encasillamiento y yo elijo preguntarme las raíces que tiene esto… Bienaventurado el actor que está encasillado porque significa que hacés bien algo. No es una cuestión de encasillamiento sino de limitaciones actorales; hay algunos actores que son limitados y hacen siempre lo mismo, no es mi caso y no le rindo cuentas a nadie. Trato de hacer siempre lo que me gusta y de forma apasionada; encontré en la comedia la posibilidad de mantener a mi familia haciendo algo disfrutable. Además, me encanta hacer reír.
- ¿El ambiente de teatro es prejuicioso con quienes hacen reír?
La discriminación está ahí mismo en el teatro, en los mismos actores que por necedad le bajan el precio a la comedia porque sienten que no pueden hacer reír al público. Tiene que ver con eso y con las mezquindades que el mismo ambiente de teatro tiene hacia quienes se dedican a la comedia.
- ¿Qué te produce la risa de la platea?
Es la mismísima gloria. Te da un poder enorme y me da paz saber que las risas significan que estoy haciendo bien mi trabajo.
- ¿Cómo te llevás con la fama?
La trato de usted. La tomo como un reconocimiento a mis trabajos. A veces veo allegados creyéndose la fama y me aterra. El ‘me debo a la gente’ me parece una locura absoluta. El aplauso es hermoso, pero también es muy duro cuando no gustás, las críticas y la gente que habla.
- ¿Te molestan las críticas?
Duelen, pero ya aprendí a no leer las críticas buenas ni las malas. En algún momento de mi carrera me rompió las pelotas el tema de la crítica mala o la falta de reconocimiento, así que aprendí a no hacerme mala sangre. De hecho, hice durante muchos años las mejores comedias que se te ocurran, de buenísima calidad, en la Calle Corrientes, y nominaban a todos menos a mí. Nunca gané nada, desconozco el por qué del ninguneo. Al principio me parecía raro y lo sufrí, pero me sirvió para entender que dentro del ambiente también existen los actores que trabajan para la crítica y los que no lo hacemos. A mí me interesa que le guste más a doña Rosa lo que hago y no a un crítico. No me los quiero ganar en contra, pero los críticos son una raza aparte: tienen sus favoritos y sus subjetividades. El mejor ejemplo es Cyrano, las críticas la mataron, pero si vas a la boletería está todo agotado.
- Cierro con una pregunta seria, ¿hubo piñas con Willy Landin, el director de Cyrano, la noche de estreno?
No, cero piñas. Sí hubo discusiones en torno a la obra. Pasó que Landín estaba demasiado concentrado en cosas como la escenografía, buenísima por cierto, y no tanto en los ensayos. Y yo necesitaba hacer pasadas porque es la mejor forma de sentir el personaje, de vivirlo y entrar en el mundo de la obra. Las pasadas se dilataron y de eso se tratan las discusiones, no sé de dónde salió la historia de las piñas. Él actualmente sigue en el equipo de la obra. Igual tengo que agradecer, porque gracias al tema de las piñas y la exposición en la televisión se enteró todo el mundo de que estoy haciendo Cyrano (risas).