Howard Beale, un histórico presentador de noticias que quedó anticuado para la teleaudiencia, anuncia su suicidio en vivo, como carta de despedida al noticiero que lo vio crecer profesionalmente, dados sus bajísimos números de rating. Así arranca Network (1976), la icónica película de Sidney Lumet que satiriza el funcionamiento de los medios. La versión que en cine estuvo protagonizada por Peter Finch, Faye Dunaway, William Holden y Robert Duvall llega en versión teatral local al escenario del Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125, CABA). La puesta adaptada por Juan José Campanella y liderada por Corina Fiorillo plantea un despliegue alucinante, un híbrido de lenguajes teatral y audiovisual, y tiene a Eduardo Blanco como protagonista (al actor lo acompañan Florencia Peña, Coco Sily, César Bordón, Pablo Rago y más de 20 actores en escena).
En diálogo con El Destape, el respetado actor de cine, teatro, televisión, analizó los conceptos más jugosos de una historia sobre 'profetas mediáticos' y poderosos, y repasó algunos aspectos no tan conocidos sobre su trayecto artístico y personal.
- Tu personaje (Max) es el único que escapa de la lógica carnicera que proponen los medios.
Es el más cuerdo, sin dudas. Si bien los medios son el hilo conductor de la película y la obra que se hizo sobre Network, considero que es más rico el debate que surge en torno al poder y a los medios de comunicación como un instrumento del poder. Max, mi personaje, es un director de noticias que transita su etapa final en los medios, porque la cadena es comprada por una corporación.
- Aunque también coquetee con el poder.
Ahí se genera un punto de inflexión y análisis muy interesante, dado que es un tipo al que se le va la vida y –en un manotazo de ahogado antes de su retiro – encuentra en el poder, encarnado por una mujer más joven, algo que lo seduce. Como actor me encanta la idea de lo que le pasa a este tipo, y la crisis existencial que le provoca el final de su etapa productiva. Está atravesado por muchas contradicciones, pero nunca deja de lado su humanidad y su mirada piadosa sobre la vida.
- Si contamos El mismo amor, la misma lluvia (1999), está es la segunda vez que encarnás a un periodista. ¿Qué te gusta de este universo?
Cuando hice El mismo amor, la misma lluvia recorrí algunas redacciones. Me interesaba observar algunas cosas del comportamiento de los periodistas en su espacio de trabajo, en esa época. En ese momento era muy común ver periodistas que fumaban dentro de las redacciones y usaban máquinas de escribir, por ejemplo. Tomé esos detalles para la construcción del personaje.
Entrando en cuestiones más profundas, considero que los medios construyen cultura, lo han hecho toda la vida, y son instrumentos de venta de lo que quieras: desde heladeras a jeans. La televisión te dice cómo tenés que vivir para estar en tu plenitud.
- ¿Qué te provoca ese sistema de venta establecido?
Un poco de miedo. A su vez, a menos que vivas cerca de las montañas, es prácticamente imposible escapar por completo. Por eso, creo que es fundamental que se enseñe a tener una mirada crítica sobre los medios, no sólo en relación a las noticias, sino a las ficciones, que también cuentan historias.
Hay un recuerdo de cuando tenía 11 o 12 años, e iba con mis amigos al cine, en esa época se podía, con una entrada; ver tres o cuatro películas los sábados, quedarnos toda la tarde. Entrada mi adolescencia aprendí que esas historias también me permitían reflexionar sobre la existencia y alimentar el espíritu crítico. Lamentablemente, pareciera que en Argentina el espíritu crítico únicamente sirve en función de denostar al que supuestamente está en la vereda opuesta de mi idea. Eso es tremendo.
- Semanas antes del estreno acusaron a la obra de ser parte de una campaña política, ¿qué reflexión hacés sobre esta polémica?
Absolutamente. Lo de C5N me sorprendió y me parece que trasciende el buen o mal periodismo; hay que ser estúpido para decir una mentira de esa magnitud. Campanella es amigo mío desde hace muchísimos años, inclusive con las diferencias que podemos tener en algunas ideas, pero no en todas. Creo que eso es enriquecedor. El otro día un periodista me dijo ‘un día trabajás con Brandoni y Campanella, y al otro con Flor Peña y Coco Sily; no debés poder hablar de política, ¿no?’, y la verdad pienso que está buenísimo salirse de las grietas, porque las diferencias siempre son enriquecedoras. Lo que pasa es que este país está lleno de obtusos que no quieren discutir las ideas preestablecidas. Lo de C5N es el mejor ejemplo. ¿De qué me habla el periodista cuando dice que a Campanella ‘lo cagaron’ por el elenco que le tocó? Juan adapta la obra, no la dirige. Además, a Pablo Rago y Coco Sily los llamó varias veces para trabajar. Con la única que no había hecho nada fue con Florencia (Peña) y fue porque nunca pudieron coincidir en algún proyecto.
Lo del sentido y uso político del afiche de publicidad, con la frase que dice ‘¡Estoy furioso, la puta madre, y no pienso aguantar más!’, fue otra de las mentiras que circuló y ni siquiera chequearon. Si lo hubieran hecho se habrían dado cuenta que fue la misma promoción en todo el mundo.
- Y es una frase de una escena de Howard Beale, en la película.
Tal cual. Por eso, ya que no son cultos pero sí son periodistas, lo mínimo que les pido es que se informen un poquito antes de informar. O pregunten, que acá estamos para hablar.
- ¿Cuándo se hicieron amigos con Juan José Campanella?
La historia de amistad no es de un dúo, sino de un trío, porque somos muy amigos Fernando Castex -que es coguionista de Juan en algunas de sus películas- Juan y yo. Ellos estudiaban cine en Avellaneda y yo hacía teatro en un grupo independiente. En ese momento a Juan y Fernando se les ocurrió hacer un largometraje en Super 8, una locura, y estuvimos durante 14 meses, todos los fines de semana y feriados filmando, por el placer de contar algo. Ahí nos hicimos muy amigos y forjamos un increíble vínculo.
Juan es una persona muy valiosa para este país, independientemente de que puedas coincidir o no con sus ideas políticas. Es un gran contador de historias y cada cosa que toca la engrandece. Algo muy lindo sucedió con El hijo de la novia, que como se estrenó en el auge de Internet tuvo una página que se llenó de visitas tras la nominación al Óscar, e hizo que muchas personas entrasen a la web y pusieran que no conocían Argentina, pero que gracias a la película tenían ganas de viajar a conocer.
- ¿Siempre tuviste clara tu vocación de actor?
No siempre. Hubiera querido ser jugador de fútbol, y después actor. Y las dos cosas no tenían buena prensa. A nivel barrio y colegio jugaba muy bien a la pelota. De hecho, a los 12 años llegué a probarme en Platense –aclaro que soy hincha de River- y quedé. Llegué hasta la puerta, porque cuando se enteraron mis viejos pensaron que siendo jugador de fútbol no iba a terminar el secundario, y me sacaron de ahí. A mi viejo el fútbol no le gustaba, él era más del automovilismo.
Empecé a hacer teatro como hobbie, porque me gustaba. Hasta que ese gusto empezó a ser una pasión y ahí, bueno, estuve un tiempo hasta que tomé coraje para decirle a mis viejos. Mi papá era mecánico y yo había cursado un secundario técnico que odiaba, era una pintura compleja. El tema de los mandatos es difícil y más cuando en mi familia estaba tan instalada la idea de seguir la carrera universitaria de Ingeniería. Por suerte, pude tomar la decisión de perseguir mis sueños.
- Hace poco revelaste que, durante un tiempo, manejaste un taxi. ¿En qué circunstancia se dio ese otro rumbo laboral?
La profesión artística es muy difícil y el taxi fue una herramienta maravillosa que me permitió transitar los momentos de más escasez profesional. A los 22 años dejé la casa de mis padres y me fui a vivir solo, con todo lo que eso implica, y tenía un trabajo en una concesionaria vendiendo planes de televisor color y video casetera doble. Uno de los dueños era el papá de Martín Carrizo, que murió hace poco tiempo, y Cecilia “Caramelito” Carrizo, y en una de las tantas inflaciones de nuestro país, tuvo que cerrar el negocio. En esa circunstancia apareció el taxi, que en mi familia siempre fue una herramienta: mi abuelo, mi tío, mi hermano, mi primo y yo, todos manejamos un taxi en algún momento de nuestra vida.
Mientras no tuviese que trabajar 12 horas arriba del coche, siempre me pareció un trabajo divertido. Cada viaje es una aventura nueva.
- Es una lectura un poco romántica
Lo siento así, tal cual. Fue un trabajo que hice hasta que entré en una época de conflicto vocacional, que coincidió con el momento en que me casé y tuve un hijo. Si no hubiese tenido el taxi probablemente no hubiese podido seguir viviendo solo cuando era joven y tendría que haber vuelto a la casa de mi viejo.
- ¿Un sueño laboral que persigas?
No perder nunca el entusiasmo con el que encaro cada proyecto. No sé qué sucederá con Network pero estoy con mucha curiosidad por descubrirlo. Me daría mucha curiosidad ver la obra desde la platea, por la cuestión de los lenguajes teatral y audiovisual que se conectan dramáticamente. Es un set de televisión llevado al escenario, hay cámaras en vivo, muchas pantallas, se respira el dinamismo escénico. Que suceda eso me sigue pareciendo maravilloso.