(por Milena Heinrich) En los últimos años la palabra poesía, esa "pequeña voz del mundo" al decir de Diana Bellessi o ese género difícilmente ajustable a una definición, se escucha en circuitos donde solía estar relegada: si en 2020 destacados poetas fueron reconocidos con los principales premios literarios internacionales, en los meses que siguieron hubo profusión de festivales y de canales de difusión, nacieron premios y el género trenzó su especificidad con las nuevas tecnologías pero ¿puede decirse que está viviendo un tiempo de expansión, que crece, está en alza? ¿Hasta qué punto la poesía admite ser leída desde lo concéntrico si ella misma habita en los márgenes?
Para Cristian Wachi Molina, poeta e investigador de literatura, instalado en Santa Fe e invitado en estos días al Festival Poesía Ya! en el Centro Cultural Kirchner, "hay un notable retorno a escena de lo que seguimos llamando poesía sin ponernos de acuerdo, afortunadamente, sobre qué es. Eso es visible en los festivales, en la proliferación de editoriales pequeñas especializadas en el género y en la aparición de obras poéticas en editoriales medianas y grandes. Digamos que, en el mercado, hay una notable apuesta por su publicación", sostiene en diálogo con Télam.
"Pero más allá de esto -advierte-, hay que señalar cómo los lectores difícilmente hoy tengan un consumo genérico. Hubo un tiempo en que los lectores de narrativa se declaraban no lectores de poesía, por varias razones, desde las ideológicas a la careteada, pero esa pose provocativa dejó de ser, con el tiempo, tal, con la notable hegemonía que la narración ostentó hace un tiempo. A la vez, a diferencia de la narración, la poesía encuentra muchas más plasticidades con los cruces transdisciplinarios que, en un momento donde los límites entre géneros y disciplinas se desdibujan, aporta una potencia a la escritura que aún llamamos poética, que no es idéntica a la de la narración".
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A Gabriela Borrelli Azara, directora del encuentro poético en el CCK, le gusta pensar en una "continuidad, una insistencia que por momentos encuentra su río. Tal vez este sea uno de esos momentos" sugiere. Y agrega: "No sé si la poesía goza de un espacio de expansión o lo es ella misma, contaminante de todas las artes. Lo poético es un estado de las cosas, un clima que se hace poema, o canción, cuadro, perfo. Atraviesa lo artístico y lo único que podemos marcar son nodos, llamados festival, lecturas, libros, premios. Sin duda, la especificidad de la poesía dentro de lo literario festeja que se alumbre a producciones que no suelen alcanzar visibilidad como los premios o este festival".
Si lo que podemos llamar auge lo define el pulso internacional de los principales premios -en 2020, el Nobel se lo llevó Louise Glück, el Asturias Anne Carson y el Cervantes Francisco Brines; en 2021 el Cervantes repitió la fórmula y fue para Cristina Peri Rossi-, la poesía entonces sí vive ese tiempo en el centro, y acaso su lugar esté vinculado con la irrupción de la pandemia y la pregunta por el sentido poético de la vida porque es allí donde el género logra quebrar con lo real, desarmar la lengua hasta volverla inquietante, perturbadora y bella.
Pero como todo auge, en tanto período de elevación, no es más que el recorrido insistente del que habla Borrelli Azara, la tenacidad de poetas, gestores, editores y lectores contra los parámetros de lo que vende, lo que está de moda, la apuesta constante que en nuestro país sostienen muchísimas editoriales especializadas en publicar poesía.
Detrás de Caleta Olivia, uno de esos sellos que cultivan el género, está el editor Pablo Gabo Moreno para quien "hay premios pero no hay fomentos. Los premios no sirven y los festivales son saludables pero también hay expansión en las ferias independientes, donde prevalecen políticas para favorecer el progreso a la producción y difusión. La palabra tendencia no debe aplicarse a la poesía pero se usa mucho. La resonancia viene por añadidura, no hay que provocar nada".
"La poesía no vende" integra el repertorio de frases enunciadas por editores y poetas para dar cuenta del desplazamiento del género literario en los principales circuitos de publicación editorial. Pero ¿sigue siendo válida aquella definición de que vende poco o es un género poco leído? "Es una realidad -responde Moreno-. Al sistema no le interesa la poesía. No hay status y cuando mejor se entendió ese concepto mejor se escribió tiempos atrás, donde no se exacerbaba por que no había plataformas digitales".
En cambio, para Borrelli Azara lo del género sin lectores es "una leyenda mentirosa", lo de la venta no sabe. "El mercado editorial poético está marcado por lo independiente. Son las editoriales independientes las que sostienen a viento y marea sus publicaciones, y son una parte fundamental de los movimientos estéticos en literatura. Las apuestas a escritores sin editar, la osadía de algunos libros, la creencia en una poesía, todo eso lo siento en lo independiente. La poesía circula, a veces vende, pero no deja de circular de instalarse en una lengua, de golpear con sus olas toda la orilla del lenguaje".
Molina también cree que es una mentira, incluso la "más absurda de la modernidad" y así lo justifica: "El propio Baudelaire quería vender sus poemas en el lugar del folletín. Le fue mal, pero ´Las Flores del mal´ se agotaron en sus ediciones y re-ediciones. En la contemporaneidad es más absurdo pensar que la poesía no vende: no existirían tantas microeditoriales que apuestan al género. Quizá no vende tanto como la narrativa, pero eso es otra cosa, aunque no estoy de acuerdo con esta afirmación tampoco".
Más allá de la rentabilidad, está ese universo de proyectos -sellos, encuentros, ferias- que difunden voces plurales, consagradas, iniciáticas, de distintos territorios y corporalidades en línea con la gran tradición del género que tiene nuestro país, sin embargo ¿esa frondosa producción rompe con la precariedad de la que ha sido víctima la poesía durante muchos años? "No me atrevería a decir que ahora se produce más que otras épocas. -dice Borrelli Azara- Lo que si podemos notar es un cambio de circulación y de visibilización, de emprendimientos, de colectivos a los que los inunda la alegría de armar lecturas o publicar libros, ¿algo más maravilloso? ¿algo que sea tan lo contrario al aislamiento? reunirse con otres, armar un plan para que un libro sea posible o simplemente una lectura suceda, me sigue emocionando que eso pase".
Para Molina, lo "central de la eclosión de la poesía" en estos tiempos es, precisamente, su dimensión comunitaria: "Las redes que se tejen entre editores, poetas y lectores en la realización concreta de un libro, pero también en la puesta en común y circulación por ferias, ciclos y festivales, es una de las experiencias comunitarias más potentes de la literatura en el presente. Es decir, se genera comunidad, una que se sostiene en un estar en común sin hacer algo común del poema. Esa es la magia".
Sobre esta relación con el mapa actual de la poesía o de su circulación, el editor de Caleta Olivia piensa que "la tecnología no obliga a repensar la poesía en términos de una circulación que se hace mas caudalosa. La tecnología tiene la palabra y hacia allí emerge también la poesía pero el mapa es el mismo. La poesía no se coloca en un sitio meramente estético donde no se le haga una crítica al lenguaje y tampoco debe ponerse al pie del camino sino al costado", concluye.
Con información de Télam