¿Cómo reformula la destrucción del patrimonio un contexto como el de la guerra?, desde la invasión rusa a Ucrania en 2022 más de 150 sitios culturales e históricos fueron destruidos informó la Unesco, una situación que en este siglo tiene sus antecedentes emblemáticos más cercanos en la memoria de la población mundial con la destrucción de los budas de Bamiyán en Afganistán a manos de los talibanes en 2001 y la destrucción del templo de Bel en Palmira por los yihadistas de Daesh en 2015, por ejemplo.
La antropóloga Mónica Lacarrieu explica que "si bien son todos casos diferentes, estas situaciones llevan a pensar en las razones que llevan a que las obras, bienes y sitios históricos y/o artísticos patrimonializados, sean atacadas".
La destrucción de los Budas de Bamiyan -dos monumentales estatuas talladas en un acantilado a 2500 metros sobre el nivel del mar en Afganistán central entre los siglos V y VI en estilo greco budista- "fue una afrenta desde los talibanes a la humanidad en su conjunto, obviamente desde un bien histórico declarado por Unesco patrimonio de la humanidad", grafica Lacarrieu.
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El reclamo, explica, "era por la alimentación y la desnutrición de los niños, pero en el fondo se trató de reabrir el debate sobre la relevancia que adquiere un monumento o un bien histórico por sobre el presente desigual en que vive el mundo".
"La misma noción de patrimonio de la humanidad es construida por el occidente y se ha procurado universalizable, para la humanidad, con lo que también los talibanes decidieron discutir con el occidente mismo, con las intervenciones de los organismos internacionales del occidente y el poder que el mundo eurocéntrico sigue ostentando sobre el resto del planeta", señala.
El ataque a los Budas, indica, "entonces nos coloca frente al dilema de cómo ubicarnos frente al ataque, sin poder aceptar a rajatabla la destrucción, porque es un ataque a las memorias del mundo, si bien también los budas, como las pirámides y momias egipcias, valorizan hasta el presente a las elites y borran a los trabajadores que murieron por construirlos".
En este sentido, dice, "el patrimonio también es representación de la desigualdad, el problema es cuando quienes se hacen cargo de esa desigualdad son grupos de poder que atacan las democracias, otro valor universalizable pero complejo de poner en discusión".
En las guerras "se producen ataques más indirectos, a veces deliberados pero no siempre -remarca-. La guerra es un punto de inflexión que abre grietas y que cuando implica ataques a patrimonios específicos lleva a quitar de los espacios públicos las referencias materiales y simbólicas que representan el poder inalterado que se está intentando combatir".
Generalmente, postula, "luego de una guerra o cuando quien asume el poder intenta disciplinar a la sociedad (porque el patrimonio es punitivo y moralizante) se destruyen los bienes que ya no se conciben parte del contexto del presente y se ponen en su lugar otros representativos del nuevo poder".
Pero también hay otras opciones dice Lacarrieu y el caso alemán resulta interesante en ese sentido, "se lucha contra el nazismo, pero en ocasiones se dejan referencias monumentales como mecanismo asociado al debate público del cual la sociedad debe participar".
El ejemplo del muro de Berlín puede servir para "pensar en esa contra monumentalidad de los monumentos que hubo que quitar para decir que ese objeto en el espacio público ya es intolerable. El contramonumento es una alternativa a la monumentalidad tradicional que glorifica acontecimientos, personalidades, ideologías y ello es lo que ha solido pasar en los nacionalismos", concluye.
Con información de Télam