(Por Ana Clara Pérez Cotten). Acusados de ser los responsables de las últimas operaciones de cancelación y reescritura de la obra de autores como Agatha Christie y Roald Dahl, los lectores de sensibilidad operan al interior de los sellos editoriales para subrayar primero y advertir después sobre las cuestiones espinosas de los textos y, si bien por diversas razones su rol aparece desdibujado en el mercado editorial nacional, los debates y sensibilidades contemporáneas sí aparecen y delinean el largo proceso hasta que un libro llega a la mesa de novedades de la librería.
¿La literatura debe "cuidar" la sensibilidad de los lectores o ponerla en juego e interpelarla? ¿Los guardianes de la lectura cuidan a los lectores o a los intereses comerciales de los sellos? ¿Pueden aplicarse los mismos criterios para libros de ficción y no-ficción? ¿Son los responsables de la ola de cancelación que también llegó a la literatura? Porque, en definitiva, ¿cuáles serán las luchas del futuro si no mostramos que la maldad y la injusticia existe y existió? ¿Tienen lugar los "lectores de sensibilidad" en el engranaje editorial de nuestro país?
Télam consultó a editores de las filiales nacionales de los principales sellos y también a los locales de impronta independiente para finalmente concluir que, hasta el momento, no funciona al interior de esas estructuras un "sector de sensibilidad". Sin embargo, sí existen mecanismos y dinámicas que atienden a las cuestiones espinosas de los textos al momento de imprimirlos y ponerlos a disponibilidad del gran público. Mientras algunos creen que la ausencia de ese rol se debe a los organigramas reducidos que en nuestro país ponen en marcha la cadena del libro, otros creen que hay instalada una cultura de edición y lectura que difícilmente pueda soportar el filtro de la sensibilidad. También existe una mirada pragmática que comprende a esta tendencia como hija de su tiempo y, a la vez, como "extranjera": como el resto de las cuestiones importadas, el desembargo de los lectores de sensibilidad, tal vez, se produzca en un tiempo.
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Como los "focus group" a los que recurren los políticos para poder medir el humor social y el tipo de preferencias a la hora de votar, los "lectores de sensibilidad", compuestos por un grupo heterogéneo, trabajan en editoriales para prevenir susceptibilidades que -tras herir sensibilidades con contenido machista, racista o violento, por ejemplo -podrían alterar el curso (comercial) de nuevas publicaciones.
En Reino Unido, el rol de estos lectores ha tomado tal relevancia que les adjudican, entre otras cosas, haber influido en la decisión del sello Ladybird Books de reescribir textos luego de haber encontrado "problemáticos" varios cuentos de hadas. En marzo, en plena polémica por esta "nueva cancelación", el diario The Guardian publicó una investigación en la que buscaba conocer a las personas detrás de esta nueva dinámica editorial. "Nos endilgan mayor poder del que realmente tenemos", se defendió Helen Gould, una lectora de sensibilidad citada por la publicación. Además, explicó que en definitiva ellos sugieren pero que son los autores y editores quienes pueden optar por aceptar sus sugerencias e implementar cambios o, finalmente, ignorarlos.
Como sabuesos literarios, rastrean contenido -esa palabra del mundo de la publicidad que de a poco se hizo lugar en el ámbito literario y en el periodístico- que pueda ser ofensivo, inexacto o estereotípico. Pero su rol comenzó a ser fuertemente cuestionado tras los cambios realizados en las historias para niños de Roal Dahl que se hicieron después de una consulta con Inclusive Minds, una organización que trabaja con editores de libros para niños "para apoyarlos en una representación auténtica".
Fernando Fagnani, crítico, editor y desde hace más de una década gerente general de Edhasa en Argentina, desestima que exista una "novedad" en apuntar cuestiones de sensibilidad cuando se evalúa la publicación de un libro. "Eso se hizo siempre", advierte. Sin embargo, cree que es "una barbaridad aplicar esos criterios a textos publicados en 1920": "Por ejemplo, retocar la obra de Agatha Christie con un sesgo contemporáneo es un disparate porque nos aleja de saber cómo se pensaba en esa época y de conocer la sensibilidad de la sociedad sobre la que ella escribía. No podemos cambiar cuestiones sociales del pasado reescribiendo las obras de autores de la época, es casi escandaloso".
De todas formas, y más allá de su percepción personal, Fagnani acepta con cierta resignación que es probable que "la cuestión de los lectores de sensibilidad llegue en el futuro" al mercado editorial nacional, como nos llega todo: "Las modas, cuando se imponen, tardan pero llegan". Quisiera, sin embargo, que no ocurra: "Leer ficción debería ser una puerta para descubrir un mundo. Y si en ese proceso de descubrimiento alguien siente herida su sensibilidad, entonces simplemente debería dejarlo y elegir otro libro. Pero el recorte no puede ser hecho a priori".
Fagnani, sin embargo, advierte hasta qué punto le parece poco útil en la práctica diaria de la edición el rol del "lector de sensibilidad". Explica que los informes de lectura -reportes que la editorial le encarga a lectores avezados y formados para conocer de primera mano las cuestiones centrales de un texto y tener elementos para decidir sobre su publicación- incluyen, desde hace décadas, un apartado en el que se evalúa si tienen referencias a violencias simbólicas o reales de diferente tipo. "En los libros de ficción atendemos a cómo se presentan estas cosas, cómo son tratadas y en qué contexto pero es información no prescriptiva", explica.
Otro es el tratamiento que se le da a los libros de no ficción: "Si hay una referencia xenófoba o racista es un alerta en un libro de no ficción, es una alerta inmediata. No publicamos nazis. Es raro, pero hoy hay que aclarar hasta las cuestiones más obvias".
Florencia Cambariere, directora Editorial Global VR Editoras, está a cargo de una de las editoriales que más creció en los últimos años en el país, gracias a la ola de la literatura juvenil. Responsable de delinear lo que publica el sello en Argentina, España, México y Brasil, cree que para abordar el tema es necesario indagar en qué material articula un catálogo. "Podemos pensarlo al revés de como se nos propone ahora. Si uno quisiera entender una época, podría indagar en qué publican, en ficción y no ficción, las editoriales durante esos años. Porque seguramente, los editores fueron detrás de la sensibilidad de una sociedad. Creo que borrar de la literatura cuestiones que pueden ser marcas epocales, nos deja sin referencia", analiza.
Cuenta, por ejemplo, que tras la consagración de Jorge Bergoglio como Papa se ocupó de vender los derechos de un libro que él había escrito durante sus años como arzobispo de Buenos Aires. Y pidió, en cada una de las traducciones, que figurara la autoría de "Jorge Bergoglio"; aquello sería una señal clara de que aquel libro daba cuenta de su pensamiento durante sus años como religioso en la Argentina.
Hace algunas distinciones para la edición de un catálogo de lectura contemporánea. "En los informes de lectura que solicitamos sobre los manuscritos, entre las muchísimas cosas que consultamos, está si algo del contenido es ofensivo. Eso no implica, a priori, una censura sobre el texto, pero sí habilita una conversación dinámica con el autor sobre el por qué y con qué fin literario se toma esa decisión", explica.
"Entiendo cuando los escritores, y es algo que está pasando mucho el exterior, se quejan de que estas operaciones tienden a lavar las obras o cuando le pegan un tiro en el corazón del sentido. Pero es imposible generalizar en esto, mucho depende de cada catálogo y de la impronta de cada autor", distingue.
Acepta también, que puede haber distinción entre lo que se suele llamar "alta literatura", destinada a lectores con trayectoria y cierta formación, y la literatura de corte "más comercial", en la que interviene una forma de acercarse a los textos más pasatista.
"Nos interesa ser cuidadosos y sobre todo cuando apuntamos a lectores en formación. Cuando abordamos temáticas sensibles -vinculadas a la salud, al cuerpo, a los vínculos o -nos parece importante ser cuidadosos y poner en juego la empatía cuando publicamos libros para jóvenes o niños", sostiene Cambariere y acepta que los editores son, con sus recortes y preferencias, también formadores de opinión.
Melisa Corbetto es desde hace cinco años la editora del catálogo juvenil de VR Editoras y cree que el catálogo debe tener una impronta de "responsabilidad y diversidad". "Son libros para jóvenes, les tienen que interesarles a ellos, no a sus papás. Pero el abordaje tiene que ser responsable", sostiene.
Cuenta, además, que si bien no tienen un equipo de lectores sensibles que prescriban que sí y que no, para tratar temas como embarazo adolescente, aborto, nazismo o abuso recurren al asesoramiento de psicólogos o profesionales formados en cuestiones específicas.
"Entendemos que nuestros lectores, por su edad y formación, son sensibles y vulnerables ante determinados temas. Nuestros libros son de entretenimiento, pero también juegan un rol de formación psicoemocional". Y explica que no se trata, en este caso, de arropar caprichosamente una sensibilidad, sino de ponerla en contexto para cuidarla.
Con información de Télam