Sylvia Saítta, Margarita Pierini y Soledad Quereilhac se cruzaron con la obra de Roberto Arlt y el encuentro determinó un vínculo de pasión y estudio sobre el autor argentino que se convirtió en clásico a fuerza de prepotencia de trabajo.
"Lo primero que me impactó cuando leí 'Los siete locos', 'Los Lanzallamas', fue la figura misma de Roberto Arlt. Ese escritor que venía de otro lado, que tenía que, por prepotencia de trabajo, hacerse un lugar en la literatura argentina, me conmovió", repasa Saítta.
Después ya leídas las novelas, su beca de investigación, siendo estudiante de la carrera de Letras fue sobre Arlt. En esas dos novelas, que Arlt pensaba como una unidad, estaban muchos de los temas y muchas de las preguntas que le interesaban: los vínculos dislocados entre la literatura y la política.
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"Esa mirada tan desesperanzada que Arlt tiene con respecto a las relaciones sentimentales o los vínculos afectivos, la ciudad de Buenos Aires como gran escenario de la literatura argentina, ese escenario que es a la vez tan conocido por quien nació en Buenos Aires como yo, pero al mismo tiempo tan alejado de una representación realista de ese Buenos Aires", enumera.
También le impactó que "este recién llegado al mundo de lo que llamaríamos 'la cultura alta' sea el portavoz de las grandes discusiones que atravesaba en ese momento no solo Argentina sino al mundo".
Pierini se encontró con Arlt a partir de una recopilación publicada por Losada y si bien admite que nunca dejó de ser leído, subraya que "hasta que no llegó (Ricardo) Piglia a hacer una reconstrucción de esa obra, no tuvo el impulso que ha obtenido después su escritura".
En tanto Quereilhac cuenta que su vínculo con Arlt nació a partir de "El juguete rabioso" (1926). "La leí a los 14 años, cuando tenía la misma edad que el protagonista, Silvio Astier, quien es, paradójicamente, un ávido lector y que también está descubriendo parte del mundo a través de sus lecturas. Es, a su extraña manera, una novela de aprendizaje, y yo estaba también aprendiendo (y sufriendo) mucho a esa edad. El encuentro con la novela fue un momento muy hermoso, porque me la regaló mi profesora de literatura de segundo año. Me escribió una dedicatoria tan amorosa y tan atenta a lo que podía gustarme que, imperdonablemente, decidí sacarla del libro para guardarla como carta y terminé perdiéndola. La busqué años, aún de grande y luego de varias mudanzas. Yo había llegado un día al aula contándole que había leído 'La metamorfosis', de Franz Kafka, un libro de la biblioteca de mi papá. Y recuerdo haberle confesado que, si bien yo había encontrado mucho placer en su lectura, sobre todo por cómo estaba escrita y por el desafío que implicaba mirar al mundo desde los ojos de un humano 'amanecido' cucaracha, lo cierto es que no había entendido casi nada. A la semana me llamó aparte en el recreo y me regaló 'El juguete rabioso'".
"La novela jamás hubiera entrado en la currícula de esa escuela, que era religiosa y muy conservadora; el regalo fue una decisión suya, por fuera de sus 'obligaciones' por decirlo brutalmente. Sin saberlo (¿o sí?), me inició en uno de mis autores favoritos, a quien vuelvo frecuentemente cuando dicto los programas de literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras", reconoce.
Después, a los 17 años, descubrió las aguafuertes porteñas, "gracias al regalo de un compañero de quinto año de otro secundario, ya laico". "No supe valorarlas en su momento, pero al poco tiempo, cuando cursaba la carrera de Letras, volví a ellas y me fasciné. No tienen desperdicio, son realmente maravillosas y en ellas el castellano rioplatense suena como en ningún otro texto", asegura.
Con información de Télam