(Por Julieta Grosso) El tiempo que insume el meteórico pique donde Diego Maradona deja en el camino a cinco rivales para consumar el mejor gol del siglo XX aporta título y épica a la novela "Once segundos", en la que el escritor Carlos Aletto plantea un experimento engañosamente autobiográfico que cruza los destinos del futbolista con las experiencias de dos amigos cuyas vidas se acercan y se alejan en una viscosa intersección entre vigilia, verdad y fantasía, porque como sostiene uno de ellos, "la mentira es una extensión de la verdad, no su opuesto".
"No tratés de recordar, inventate un recuerdo. Mentí. No podés vivir sin saber dónde viste el partido de Maradona", le dice Daniel al Gordo cuando ve que se ensombrece ante esa operación selectiva que le permite volver con detalles al mítico gol -el segundo- que Maradona le hace a los ingleses en el Mundial del 86 pero sin recordar dónde estaba él cuando se disputó ese partido: una experiencia dolorosa lo ha tallado fuerte, al punto de producir un agujero negro en su memoria, justo ahora que pretende hundir el escalpelo a fondo en su pasado para ver de qué está hecho su presente.
El Gordo y Daniel son dos amigos que se crían en un barrio periférico de Mar del Plata y que logran suplir con astucia la falta de dinero y de recursos: revuelven un basural buscando en el descarte de otros algo que para ellos encienda el brillo del hallazgo y entre otros emprendimientos montan una "casa embrujada" hecha con sábanas y huesos de animales para impresionar a los chicos del barrio ¿El objetivo? Cobrar una módica entrada que les permita comprar una pelota de fútbol.
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Con la fragilidad de las promesas infantiles, los amigos se juran que si uno de los dos se convierte en millonario volverá a buscar al otro, pero los destinos se bifurcan y ambos van a tener recorridos diferentes, tanto que dejarán de verse. Pero eso vendrá después, porque en el comienzo de "Once segundos" (Sudamericana), ambos comparten juegos, sueños y la afición por Maradona, a quien vieron jugar por primera vez un domingo de 1976, cuando hizo sus dos primeros goles en primera división con apenas 16 años.
Escritor y licenciado en Letras, Aletto explora también en su libro los múltiples oficios terrestres por los que pasó antes de llegar a la literatura. Su primer trabajo fue a los 12 lavando motores en un taller mecánico y luego en un galpón de chapa donde su empleador destapaba radiadores con ácido muriático sin máscara ( "un salario del miedo", dice su alter ego en el libro). Después llegaron las changas en la construcción mientras gastaba parte de su sueldo en una colección de literatura contemporánea y, en el momento del famoso gol de Maradona, un puesto como vendedor a domicilio de ollas de acero quirúrgico
En la novela, el futbolista es la figura a través de la cual el narrador organiza su propia historia. Su presencia en la trama aparece asociada a momentos cruciales para el protagonista: Maradona es capaz de "anestesiar el dolor que genera en el cuerpo el amor no correspondido" y es también el leitmotiv que aparece al comienzo de cada capítulo, cuando se narra en modo ralentizado una secuencia distinta del famoso gol. En la operación sutilmente borgeana que propone el escritor, vinculada a la idea de que la memoria también está hecha de olvido, el narrador ordena su pasado a fuerza de reponer lo que recuerda y de rellenar con ficción aquello que como recurso defensivo o simple olvido no ha podido retener, pero no lo hace de manera lineal sino retorciendo la temporalidad del relato y en el contexto de un realismo enrarecido, viscoso.
"Cuando murió Maradona estaba pensando en escribir una autobiografía. Tenía muchos apuntes. Ese día, me encontré abrumado y me pregunté por qué sentía su muerte como la de un familiar. Fue entonces cuando me di cuenta de que había dejado una huella en mi vida desde el principio hasta el final. Que era parte de la historia que quería escribir", cuenta Aletto, autor de la novela "Anatomía de la melancolía", el libro de relatos "Antes de perder" y el ensayo "Julio Cortázar: diálogo para una poética".
-Télam: En "Fue la mano de Dios", el realizador italiano Paolo Sorrentino narra la incidencia que tuvo Maradona en su historia, al punto de haberle salvado la vida. ¿Qué diálogo se puede establecer entre el film y tu novela, no solo respecto a lo que despierta el jugador sino también en términos de la caracterización de un contexto social que hacen ambas obras?
-Carlos Aletto: Cuando vi la película me sorprendió la similitud que tenía con el clima de la novela que recién había terminado de escribir. Por supuesto, el espíritu maradoniano sobrevuela desde el título, en ambos casos. Por un lado, está el trasfondo en el que Maradona cruza toda la película y toda mi novela. Pero además está la estrategia que yo había imaginado para "Once segundos" y que aparece desde el comienzo de la película, que consiste en no decir nunca cuando se pasa de un plano mental a otro, es decir, de la vigilia al sueño o a la fantasía.
Además, la historia de Sorrentino transcurre en su Nápoles y la mía en mi Mar del Plata, lugares en los que de alguna forma su protagonista y el mío son jóvenes que están buscando su destino, que algún día van a alcanzar. En el caso de Sorrentino, ser director de cine. En mi caso, escritor. Además con Sorrentino comparto la idea que "la realidad debe ser reinventada". Por suerte, vi la película después de haber escrito la novela, si no me hubiera bloqueado.
-T.: ¿Por qué te interesó trabajar esta suerte de duplicación en la que Maradona vive algunas de las mismas situaciones que atraviesa el protagonista de la novela?
-C.A.: La cercanía que teníamos en el barrio con Maradona era porque lo sentíamos parte de nosotros: su vida y sus sueños eran los mismos que los nuestros. Había muchos puntos de contactos. Él iba cumpliendo sus deseos. Uno de los nuestros estaba triunfando. También en su historia personal y en la mía coincidimos, en la misma época, en otros aspectos que cuento en la novela.
-T.: El protagonista puede recordar el segundo gol que Maradona le hace a Inglaterra pero su inconsciente bloqueó los detalles de dónde estaba él cuando se disputó ese partido. Todorov escribió alguna vez que lejos de funcionar como opuestos, la memoria es olvido, un olvido parcial y orientado, indispensable, ¿es en ese sentido "reparador" que funciona la memoria para el Gordo?
- C.A.: El narrador cuenta que estuvo postergando escribir su historia porque no tenía los datos con precisión, lugares y fechas que hasta hace poco tiempo recordaba. Y, como dice Todorov, acepta que la memoria está llena de olvidos y cuando es necesario contar algo, opta por repararla con la verosimilitud del hecho, más que por la veracidad o la verdad. Y empieza a escribir a partir de su memoria, que fuerza, como él dice, hasta el borde de la mentira. En algún momento sospecha que un episodio que cuenta fue una mentira en la que creyó con tanta firmeza que por un tiempo fue verdad. Y así, con los hechos de su pasado amontonados caóticamente en el suelo de la memoria, ordena el relato. Todo lo que olvida por distintas circunstancias, si es necesario, lo recrea sin ningún sentimiento de culpa. La idea es tener una memoria personal, anclada en el presente, para que a su vez el lector la reconstruya con sus referencias, que sin dudas tendrán los mismos olvidos que los del narrador.
- T.: Ante ese olvido selectivo, su amigo Daniel le dice que se invente un recuerdo alusivo porque "la mentira es una extensión de la verdad, no su opuesto". ¿Qué relación entabla lo recordado y lo imaginado en la textura de la memoria?
-C.A.: La teoría propuesta por Daniel plantea que la mentira es esencial en la vida humana y, de hecho, puede ser beneficiosa. Estos fundamentos filosóficos son elementos clave en la trama. Según Daniel, los momentos más felices de nuestras vidas son aquellos en los que nuestros padres nos han mentido para protegernos de la verdad.
En su relato "El pastorcito animoso", Daniel reivindica al pastor mentiroso como un héroe, ya que cada vez que miente sobre la llegada del lobo, prepara al pueblo para enfrentarse a un verdadero peligro. También propone una serie de historias que incluyen las aventuras del Barón Münchhausen y una versión de Pinocho en la que las mentiras del muñeco hacen que la vida del viejo y solitario carpintero sea más entretenida. Lo cual no es otra cosa que la ficción. La frontera entre mentira y verdad, sobre todos en los recuerdos, es confusa.
- T.: El narrador establece la diferencia entre vivir y escribir. La novela está planteada como un intento -o simulacro- de autobiografía, una intención que se hace visible a partir de distintos indicios, como la decisión de que el protagonista sea un homónimo del autor. ¿Escribís sobre tu vida para sellar el recuerdo o por el contrario para adulterarlo y otorgarle una suerte de sobrevida o variante a la experiencia?
-C.A.: Al escribir sobre mis recuerdos, he notado que una vez que los plasmo en papel, el recuerdo parece disiparse o perder solidez en mi memoria. Es como si la escritura tomara el espíritu del recuerdo y este perdiera su aura original. Este proceso me recuerda a "La invención de Morel" de Bioy Casares, donde la máquina captura los cuerpos y los proyecta como un holograma, pero el cuerpo original se desvanece. En este caso, la memoria es el cuerpo que se desvanece y la escritura es la proyección. Cada vez que escribo ficción, siento que esto sucede. Y que esa parte de mi vida ya no pertenece a la memoria si no a la ficción.
-T.: ¿La culpa mortifica al Gordo y volver al pasado es una manera de ajustar cuentas con ese amigo que quedó fuera de su camino?
-C.A.: Esta novela inicia en el final de la infancia, pero no se enfoca directamente en esa etapa. En su lugar, comienza con la pubertad y la adolescencia, donde los personajes comienzan a vislumbrar una proyección de su futuro como adultos. Con el deseo de abandonar la pobreza en la que viven con sus padres, ven en el fútbol una solución efectiva y divertida. El protagonista, quien carece de habilidades futbolísticas, vacila entre convertirse en astronauta, boxeador o escritor, decidiéndose finalmente por la última opción con la ilusión de que lo sacará de la pobreza.
He leído que Dante escribió la "Divina Comedia" con el objetivo de inmortalizarse junto a Beatriz, la amada con la que nunca pudo estar. Pienso que escribí esta novela para cumplir la promesa que le hice de volver a mi amigo y vivir la eternidad juntos con Maradona. Yo me ilusiono que dentro de cien años o incluso un milenio, un nuevo lector, vaya a saber en qué soporte, abrirá o encenderá el libro y volveremos a estar todos allí, vivitos y coleando.
Con información de Télam